CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA
LAS PERSONAS CONSAGRADAS REFLEXIONES Y ORIENTACIONES
ÍNDICE I.PERFIL DE LAS PERSONAS CONSAGRADAS En la escuela de Cristo maestro II. LA MISIÓN EDUCATIVA DE LAS PERSONAS Educadores llamados a evangelizar
Educadores llamados a acompañar hacia el Otro
LAS PERSONAS CONSAGRADAS REFLEXIONES Y ORIENTACIONES
1. La celebración del segundo milenio de la encarnación del Verbo ha sido para muchos creyentes un tiempo de conversión y apertura al proyecto de Dios sobre la persona humana creada a su imagen. La gracia del Jubileo ha estimulado en el Pueblo de Dios la urgencia de proclamar con el testimonio de la vida el misterio de Jesucristo “ayer y hoy y siempre” y, en Él, la verdad acerca de la persona humana. Además, los jóvenes han manifestado un interés sorprendente en cuanto al anuncio explícito de Jesús. Las personas consagradas, por su lado, han captado la fuerte llamada a vivir en estado de conversión para realizar en la Iglesia su misión específica: ser testigos de Cristo, epifanía del amor de Dios en el mundo, signos legibles de una humanidad reconciliada[i]. 2. Las complejas situaciones culturales del comienzo del siglo XXI son un ulterior reclamo a la responsabilidad de vivir el presente como kairós, tiempo favorable, para que el Evangelio llegue con eficacia a los hombres y mujeres de hoy. En esta época problemática, y fascinante a la vez,[ii] las personas consagradas perciben la importancia de la tarea profética que la Iglesia les confía: “recordar y servir el designio de Dios sobre los hombres, tal como ha sido anunciado por las Escrituras, y como se desprende de una atenta lectura de los signos de la acción providencial de Dios en la historia”.[iii] Esa tarea exige la valentía del testimonio y la paciencia del diálogo: es un deber ante las tendencias culturales que amenazan la dignidad de la vida humana, especialmente en los momentos cruciales de su comienzo y su conclusión, la armonía de la creación, la existencia de los pueblos y la paz. 3. Al comienzo del nuevo milenio, en el contexto de profundos cambios que embisten al mundo educativo y escolar, la Congregación para la Educación Católica desea compartir algunas reflexiones, ofrecer algunas orientaciones y suscitar ulteriores profundizaciones en la misión educativa y la presencia de las personas consagradas en la escuela, no sólo católica. El presente documento se dirige principalmente a los miembros de los institutos de vida consagrada y de las sociedades de vida apostólica, y también a cuantos, comprometidos en la misión educativa de la Iglesia, han asumido de formas diversas los consejos evangélicos. 4. Las presentes consideraciones se sitúan en la línea del Concilio Vaticano II, del magisterio de la Iglesia universal y de los documentos de los Sínodos continentales relativos a la evangelización, la vida consagrada y la educación, en especial la educación escolar. En años anteriores, esta Congregación ha ofrecido orientaciones sobre la escuela católica[iv] y los laicos testigos de la fe en la escuela[v]. En continuidad conel documento sobre los laicos, pretende ahora reflexionar acerca de la aportación específica de las personas consagradas a la misión educativa en la escuela, a la luz de la Exhortación apostólica Vita Consecrata y de las más recientes evoluciones de la pastoral de la cultura[vi], con laconvicción de que: “una fe que no se hace cultura es una fe no acogida en plenitud, no pensada en integridad, no vivida en fidelidad”[vii]. 5. La necesidad de la mediación cultural de la fe es una invitación, para las personas consagradas, a ponderar el significado de su presencia en la escuela. Las nuevas situaciones en que trabajan, en ambientes a menudo secularizados y en número mermado en las comunidades educativas, requieren expresar claramente su aportación específica en colaboración con otras vocaciones presentes en la escuela. Se está delineando un tiempo en el que es preciso elaborar respuestas a las preguntas fundamentales de las jóvenes generaciones y presentar una clara propuesta cultural que explicite el tipo de persona y sociedad a las que se quiere educar, y la referencia a la visión antropológica inspirada en los valores del evangelio, en diálogo respetuoso y constructivo con las otras concepciones de la vida. 6. Los desafíos del contexto actual dan nuevas motivaciones a la misión de las personas consagradas, llamadas a vivir los consejos evangélicos y llevar el humanismo de las bienaventuranzas al campo de la educación y de la escuela, que no es, en absoluto, extraño a la encomienda de la Iglesia de anunciar la salvación a todos los pueblos[viii]. “Pero al mismo tiempo constatamos con dolor el acrecentamiento de algunas dificultades que inducen a vuestras comunidades [religiosas] a abandonar el campo escolar. La carencia de vocaciones religiosas, el desinterés por la misión educativa escolar, las dificultades económicas para la gestión de las escuelas católicas, el señuelo de otras formas de apostolado aparentemente más gratificantes ...”[ix]. Esas dificultades, lejos de desanimar, pueden ser fuente de purificación y señal de un tiempo de gracia y salvación (cf. 2Cor 6,2). Invitan al discernimiento y a una actitud de renovación continua. Además, el Espíritu Santo orienta a redescubrir el carisma, las raíces y las modalidades de presencia en el mundo de la escuela, concentrándose en lo esencial: la primacía del testimonio de Cristo pobre, humilde y casto; la prioridad de la persona y de relaciones cimentadas en la caridad; la búsqueda de la verdad; la síntesis entre fe, vida y cultura, y la propuesta eficaz de una visión del hombre respetuosa con el proyecto de Dios. Así, pues, resulta evidente que las personas consagradas en la escuela, en comunión con los Pastores, desempeñan una misión eclesial de importancia vital en cuanto que, educando, colaboran en la evangelización. Esta misión exige compromiso de santidad, generosidad y cualificada profesionalidad educativa para que la verdad sobre la persona revelada por Jesús ilumine el crecimiento de las jóvenes generaciones y de toda la humanidad. Por tanto, este Dicasterio cree oportuno volver a pergeñar el perfil de las personas consagradas y detenerse en algunas notas características de su misión educativa en la escuela hoy.
I. PERFIL DE LAS PERSONAS CONSAGRADAS
En la escuela de Cristo maestro 7. “La vida consagrada, enraizada profundamente en los ejemplos y enseñanzas de Cristo el Señor, es un don de Dios Padre a su Iglesia por medio del Espíritu. Con la profesión de los consejos evangélicos los rasgos característicos de Jesús – virgen, pobre y obediente – tienen una típica y permanente ‘visibilidad’ en medio del mundo, y la mirada de los fieles es atraída hacia el misterio del Reino de Dios que ya actúa en la historia, pero espera su plena realización en el cielo”[x]. El fin de la vida consagrada consiste en “la conformación con el Señor Jesús y con su total oblación”[xi], por lo que toda persona consagrada está llamada a asumir “sus sentimientos y su forma de vida”[xii], su modo de pensar y obrar, de ser y amar. 8. La inmediata referencia a Cristo y la naturaleza íntima de don para la Iglesia y el mundo[xiii], son elementos que definen identidad y finalidad de la vida consagrada. En ellos la vida consagrada se reencuentra a sí misma, el punto de partida, Dios y su amor, y el punto de llegada, la comunidad humana y sus necesidades. A través de esos elementos cada familia religiosa delinea su propia fisonomía, desde la espiritualidad al apostolado, desde el estilo de vida común al proyecto ascético, al compartir y participar la riqueza de los carismas propios. 9. En cierto modo, la vida consagrada puede ser comparada con una escuela, que cada persona consagrada está llamada a frecuentar durante toda su vida. En efecto, tener en sí los sentimientos del Hijo quiere decir entrar cada día en su escuela, para aprender de Él a poseer un corazón manso y humilde, valiente y apasionado. Quiere decir dejarse educar por Cristo, Verbo eterno del Padre, y ser atraido por Él, corazón y centro del mundo, eligiendo su misma forma de vida. 10. La vida de la persona consagrada es, así, una parábola educativo-formativa que educa en la verdad de la vida y la forma para la libertad del don de sí, según el modelo de la Pascua del Señor. Cada momento de la existencia consagrada es parte de esta parábola, en su doble aspecto educativo y formativo. En efecto, la persona consagrada aprende progresivamente a tener en sí misma los sentimientos del Hijo y manifestarlos en una vida cada vez más conforme con Él, a nivel individual y comunitario, en la formación inicial y enla permanente. Así, pues, los votos son expresión del estilo de vida esencial, virgen y abandonado completamente al Padre escogido por Jesús en esta tierra. La oración se transforma en continuación en la tierra de la alabanza del Hijo al Padre por la salvación de la humanidad entera. La vida común es la demostración de que, en el nombre del Señor, se pueden anudar lazos más fuertes que los que proceden de la carne y la sangre, capaces de superar todo lo que pueda dividir. El apostolado es el anuncio apasionado de Aquél por quien hemos sido conquistados. 11. La escuela de los sentimientos del Hijo va abriendo la existencia consagrada también, a la urgencia del testimonio para que el don recibido llegue a todos. En efecto, el Hijo, “a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios” (Flp 2,6), nada se reservó para sí mismo, sino que compartió con los hombres su propia riqueza de ser Hijo. Por ese motivo, aun cuando el testimonio impugna algunos elementos de la cultura circundante, las personas consagradas intentan entablar diálogo para compartir los bienes de que son portadoras. Esto significa que el testimonio habrá de ser nítido e inequívoco, claro e inteligible para todos, de modo que muestre que la consagración religiosa puede decir mucho a toda cultura, en cuanto que ayuda a desvelar la verdad del ser humano. 12. Entre los desafíos lanzados hoy a la vida consagrada está el de conseguir manifestar el valor incluso antropológico de la consagración. Se trata de mostrar que una vida pobre, casta y obediente hace resaltar la íntima dignidad humana; que todos están llamados, de forma diversa, según la propia vocación, a ser pobres, obedientes y castos. En efecto, los consejos evangélicos transfiguran valores y deseos auténticamente humanos, pero asimismo relativizan lo humano “presentando a Dios como el bien absoluto”[xiv]. Además, la vida consagrada ha de poder evidenciar que el mensaje evangélico posee una notable importancia para el vivir social de nuestro tiempo y que es comprensible hasta para quien vive en una sociedad competitiva como la nuestra. Finalmente, es tarea de la vida consagrada lograr testimoniar que la santidad es la propuesta de más alta humanización del hombre y de la historia: es proyecto que cada cual en esta tierra puede hacer suyo[xv]. 13. En la medida en que las personas consagradas viven con radicalidad los compromisos de la consagración, comunican las riquezas de su vocación específica. Por otra parte, esa comunicación suscita también en quien la recibe la capacidad de una respuesta enriquecedora mediante la participación de su don personal y de su vocación específica. Esa “confrontación-coparticipación” con la Iglesia y el mundo es de gran importancia para la vitalidad de los diversos carismas religiosos y para una interpretación de los mismos adherente al contexto actual y a las respectivas raíces espirituales. Es el principio de la circularidad carismática, gracias al cual el carisma vuelve en cierto modo a donde nació, pero no repitiéndose sin más. De esa forma, la propia vida consagrada se renueva, en la escucha y lectura de los signos de los tiempos y en la fidelidad, creativa y activa, a sus orígenes. 14. La validez de este principio la confirma la historia: desde siempre la vida consagrada ha entretejido un diálogo constructivo con la cultura circundante, unas veces interpelándola y provocándola, otras veces defendiéndola y custodiándola, y, en todo caso, dejándose estimular e interrogar por ella, con una confrontación en algunos casos dialéctica, pero siempre fecunda. Es preciso que esa confrontación se mantenga también en estos tiempos de renovación para la vida consagrada y de desorientación cultural que corre el riesgo de frustrar la inextinguible necesidad de verdad del corazón humano. 15. La profundización de la realidad eclesial en cuanto misterio de comunión ha llevado a la Iglesia, bajo la acción del Espíritu, a verse cada vez más a sí misma como pueblo de Dios en camino, y a la vez como cuerpo de Cristo, cuyos miembros están en mutua relación entre sí y con la cabeza. En el plano pastoral, “hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión”[xvi] es el gran desafío, que al comienzo del nuevo milenio, hay que saber afrontar para ser fieles al proyecto de Dios y a las expectativas profundas del mundo. Hay que promocionar, ante todo, una espiritualidad de la comunión, capaz de hacerse principio educativo en los diversos ambientes donde se forma la persona humana. Esta espiritualidad se aprende posando la mirada del corazón sobre el misterio de la Trinidad, cuya luz se refleja en el rostro de toda persona, acogida y valorada como don. 16. Las instancias de comunión han ofrecido a las personas consagradas la posibilidad de redescubrir la relación de reciprocidad con las otras vocaciones en el pueblo de Dios. En la Iglesia están llamadas, de forma especial, a revelar que la participación en la comunión trinitaria puede cambiar las relaciones humanas creando un nuevo tipo de solidaridad. En efecto, las personas consagradas, al hacer profesión de vivir para Dios y de Dios, se abren a la tarea de confesar la potencia de la acción reconciliadora de la gracia, que supera los dinamismos disgregadores presentes en el corazón humano. 17. Las personas consagradas, en virtud de su vocación, sea el que sea el carisma específico que las singulariza, están llamadas a ser expertas en comunión, a fomentar lazos humanos y espirituales que propicien el intercambio de dones entre todos los miembros del pueblo de Dios. El reconocimiento de la multiformidad de las vocaciones en la Iglesia confiere un nuevo significado a la presencia de las personas consagradas en el campo de la educación escolar. La escuela es, para ellas, el lugar de la misión, donde se actualiza el papel profético otorgado por el bautismo y vivido según la exigencia de radicalidad propia de los consejos evangélicos. El don de especial consagración que han recibido las llevará a reconocer en la escuela y en el compromiso educativo el surco fecundo en que puede crecer y fructificar el Reino de Dios. 18. Este compromiso responde perfectamente a la naturaleza y la finalidad de la vida consagrada misma y se pone en práctica según aquella doble modalidad educativa y formativa que acompaña el crecimiento de cada persona consagrada. Mediante la escuela el consagrado y la consagrada educan, ayudan al joven a captar su propia identidad y a hacer aflorar aquellas necesidades y deseos auténticos que anidan en el corazón de todo hombre, pero que con frecuencia pasan desapercibidos e infravalorados: sed de autenticidad y honradez, de amor y fidelidad, de verdad y coherencia, de felicidad y plenitud de vida. Deseos que, en último análisis, convergen en el supremo deseo humano: ver el rostro de Dios. 19. La segunda modalidad es aquella vinculada a la formación. La escuela forma cuando ofrece una propuesta precisa de realización de aquellos deseos, impidiendo que se los deforme, o se los satisfaga sólo parcial o débilmente. Las personas consagradas, que están en la escuela del Señor, proponen con el testimonio de su propia vida la forma de existencia que se inspira en Cristo, para que también el joven viva la libertad de hijo de Dios y experimente el verdadero gozo y la auténtica realización, que nacen de la acogida del proyecto del Padre. ¡Misión providencial, la de los consagrados en la escuela, en el contexto actual, donde las propuestas educativas parecen ser cada vez más pobres y las aspiraciones del hombre cada vez más se quedan sin ser satisfechas! 20. En la comunidad educativa, las personas consagradas no tienen necesidad de reservarse tareas exclusivas. Lo específico de la vida consagrada está en ser signo, memoria y profecía de los valores del Evangelio. Su característica es “introducir en el horizonte educativo el testimonio radical de los bienes del Reino”,[xvii] en colaboración con los laicos llamados a expresar, en el signo de la secularidad, el realismo de la Encarnación de Dios en medio de nosotros, “la entrañable vinculación de las realidades terrenas a Dios en Cristo”[xviii]. 21. Las diversas vocaciones están en función del crecimiento del cuerpo de Cristo y de su misión en el mundo. Del compromiso de testimonio evangélico según la forma propia de cada vocación, nace un dinamismo de mutua ayuda para vivir integralmente la adhesión al misterio de Cristo y de la Iglesia en su múltiples dimensiones; un estímulo, en cada uno, para descubrir la riqueza evangélica de la propia vocación en la confrontación llena de gratitud con las demás. La reciprocidad de las vocaciones, evitando sea la contraposición sea la homologación, se sitúa como perspectiva de especial fecundidad para enriquecer el valor eclesial de la comunidad educativa. En ésta las diversas vocaciones prestan un servicio para la realización de una cultura de la comunión. Son caminos correlativos, diversos y recíprocos, que concurren a la plena realización del carisma de los carismas: la caridad. 22. La consciencia de vivir en un tiempo cargado de retos y nuevas posibilidades, estimula a las personas consagradas, comprometidas con la misión educativa escolar, a invertir el don recibido dando razón de la esperanza que las anima. La esperanza, fruto de la fe en el Dios de la historia, se fundamenta en la palabra y la vida de Jesús, que vivió en el mundo sin ser del mundo. Esa misma actitud le pide Él a su seguidor: vivir y trabajar en la historia, pero sin dejarse encerrar en ella. La esperanza exige inserción en el mundo, pero también ruptura; pide profecía y compromete en cada caso a adherirse o disociarse para educar en la libertad de los hijos de Dios en un contexto de condicionamientos que llevan a nuevas formas de esclavitud. 23. Esta forma de estar en la historia requiere una profunda capacidad de discernimiento, que al nacer de la escucha diaria de la Palabra de Dios, facilita la lectura de los acontecimientos y dispone para hacerse, por así decirlo, conciencia crítica. Cuanto más profundo y auténtico sea este compromiso, tanto más posible será captar la acción del Espíritu en la vida de las personas y en los acontecimientos de la historia. Una capacidad de esa índole encuentra su cimiento en la contemplación y la oración, que enseñan a ver a las personas y cosas desde la perspectiva de Dios. Es lo contrario a la mirada superficial y al activismo incapaz de detenerse en lo importante y esencial. Cuando faltan la contemplación y la oración – y las personas consagradas no están exentas de este riesgo – merma también la pasión por el anuncio del Evangelio, la capacidad de luchar por la vida y por la salvación del hombre. 24. Las personas consagradas, viviendo con generosidad y arrojo su vocación, llevan a la escuela la experiencia de la relación con Dios, enraizada en la oración, la Eucaristía, el sacramento de la Reconciliación y la espiritualidad de comunión que caracteriza la vida de la comunidad religiosa. La consiguiente actitud evangélica facilita la aptitud para el discernimiento y la formación en el sentido crítico, aspecto fundamental y necesario del proceso educativo. Cualquiera que sea su tarea específica, la presencia de las personas consagradas en la escuela contagia la mirada contemplativa educando para el silencio que lleva a oír a Dios, a preocuparse por los demás, por la realidad que nos rodea, por la creación. Además, apuntando a lo esencial, las personas consagradas despiertan la exigencia de encuentros auténticos, renuevan la capacidad de asombrarse y ocuparse del otro, a quien se le redescubre hermano. 25. En virtud de su identidad, las personas consagradas constituyen la "memoria viviente del modo de existir y de actuar de Jesús como Verbo encarnado ante el Padre y ante los hermanos”[xix]. La primera y fundamental aportación a la misión educativa en la escuela por parte de las personas consagradas es la radicalidad evangélica de su vida. Este modo de plantear la existencia, cimentado en la generosa respuesta a la llamada de Dios, llega a ser invitación a todos los miembros de la comunidad educativa para que cada uno oriente su existencia como una respuesta a Dios, partiendo de los diferentes estados de vida. 26. En esta perspectiva las personas consagradas testimonian que la castidad del corazón, del cuerpo, de la vida es la expresión plena y fuerte de un amor total a Dios que hace libre a la persona, llena de gozo profundo y dispuesta a la misión. Así las personas consagradas contribuyen a orientar a los jóvenes y a las jóvenes hacia un pleno desarrollo de su capacidad de amar y a una madurez integral de su personalidad. Se trata de un testimonio importantísimo frente a una cultura que tiende cada vez más a banalizar el amor humano y cerrarse a la vida. En una sociedad donde todo tiende a estar garantizado, las personas consagradas, mediante la pobreza escogida libremente, asumen un estilo de vida sobrio y esencial, promoviendo una justa relación con las cosas y encomendándose a la providencia de Dios. La libertad frente a las cosas las hace disponibles sin reservas para un servicio educativo de la juventud, convirtiéndose en signo de la gratuidad del amor de Dios, en un mundo donde el materialismo y el tener parecen prevalecer sobre el ser. Finalmente, viviendo la obediencia reclaman a todos al señorío del único Dios y a oponerse a la tentación del dominio, señalan una opción de fe que se contrapone a formas de individualismo y autosuficiencia. 27. Como Jesús por sus discípulos, así las personas consagradas viven su donación en provecho de los destinatarios de la misión: en primer lugar los alumnos y alumnas; pero también los padres y los demás educadores y educadoras. Esto las anima a vivir la oración y la respuesta diaria al seguimiento de Cristo para hacerse instrumento cada vez más apto para la obra que Dios realiza por su mediación. La llamada a darse en la escuela, con disponibilidad total, con profunda y verdadera libertad, logra que los consagrados y consagradas lleguen a ser vivos testimonios del Señor que se ofrece por todos. Esta sobreabundancia de gratuidad y amor hace estimable su donación, por encima y más allá de cualquier tipo de funcionalidad[xx]. 28. Las personas consagradas encuentran en María el modelo en que inspirarse para la relación con Dios y para vivir la historia humana. María representa el icono de la esperanza profética por su capacidad de acoger y meditar prolongadamente la Palabra en su corazón, leer la historia según el proyecto de Dios, contemplar a Dios presente y operante en el tiempo. En su mirada se transparenta la sabiduría que une armónicamente el éxtasis del encuentro con Dios y el mayor realismo crítico ante el mundo. El Magnificat es la profecía por excelencia de la Virgen, que resuena siempre nuevo en el espíritu de la persona consagrada, como alabanza perenne al Señor que se inclina sobre los pequeños y los pobres para darles vida y misericordia.
II. LA MISIÓN EDUCATIVA DE LAS PERSONAS
29. El perfil de las personas consagradas hace aflorar con claridad cuánto se adecua el compromiso educativo en la escuela a la naturaleza de la vida consagrada. En efecto, “por la peculiar experiencia de los dones del Espíritu, por la escucha asidua de la Palabra y el ejercicio del discernimiento, por el rico patrimonio de tradiciones educativas acumuladas a través del tiempo por el propio Instituto, consagrados y consagradas están en condiciones de llevar a cabo una acción particularmente eficaz”[xxi] en el campo educativo . Esto requiere la promoción, dentro de la vida consagrada, por una parte, de un “renovado amor por el empeño cultural que consienta elevar el nivel de la preparación personal”[xxii] y, por otra, de una conversión permanente para seguir a Jesús, camino, verdad y vida (cf. Jn 14,6). Es un camino incómodo y fatigoso, pero que permite aceptar los desafíos del momento presente y hacerse cargo de la misión educativa encomendada por la Iglesia. La Congregación para la Educación Católica, consciente de no poder ser exhaustiva, quiere detenerse a examinar sólo algunos elementos de esa misión. En especial, quiere reflexionar sobre tres aportaciones específicas de la presencia de las personas consagradas a la educación escolar: ante todo, el nexo de la educación con la evangelización; después, la formación en la relacionalidad “vertical”, es decir, en la apertura a Dios; y, finalmente, la formación en la relacionalidad “horizontal”, o sea, en acoger al otro y en vivir juntos. Educadores llamados a evangelizar 30. “Debiendo atender la santa Madre Iglesia a toda la vida del hombre, incluso la material en cuanto está unida con la vocación celeste, para cumplir el mandamiento recibido de su divino Fundador, a saber, el anunciar a todos los hombres el misterio de la salvación e instaurar todas las cosas en Cristo, le toca también una parte en el progreso y en la extensión de la educación”[xxiii]. El compromiso educativo, tanto en escuelas católicas como en otros tipos de escuelas, es para las personas consagradas vocación y opción de vida, un camino de santidad, una exigencia de justicia y solidaridad especialmente con las jóvenes y los jóvenes más pobres, amenazados por diversas formas de desvío y riesgo. Al dedicarse a la misión educativa en la escuela, las personas consagradas contribuyen a hacer llegar al más necesitado el pan de la cultura. Ven en la cultura una condición fundamental para que la persona pueda realizarse integralmente, alcanzar un nivel de vida conforme con su dignidad y abrirse al encuentro con Cristo y el Evangelio. Tal compromiso se enraíza en un patrimonio de sabiduría pedagógica que permite reafirmar el valor de la educación como fuerza capaz de ayudar a la maduración de la persona, acercarla a la fe y responder a los retos de una sociedad compleja como la actual. Frente a los desafíos actuales 31. El proceso de globalización caracteriza el horizonte del nuevo siglo. Se trata de un fenómeno complejo en sus dinámicas. Tiene efectos positivos, como la posibilidad de encuentro entre pueblos y culturas, pero también aspectos negativos, que corren el riesgo de producir ulteriores desigualdades, injusticias y marginaciones. La rapidez y complejidad de los cambios causados por la globalización se reflejan también en la escuela, que corre el peligro de ser instrumentalizada por las exigencias de las estructuras productivo-económicas, o por prejuicios ideológicos y cálculos políticos que ofuscan su función educativa. Esta situación pide a la escuela reafirmar con fuerza su papel específico de estímulo para la reflexión y de instancia crítica. En razón de su vocación, las personas consagradas se comprometen con la promoción de la dignidad de la persona humana, colaborando en que la escuela sea lugar de educación integral, de evangelización y aprendizaje de un diálogo vital entre personas de culturas, religiones y ámbitos sociales diferentes[xxiv]. 32. El creciente desarrollo y la difusión de las nuevas tecnologías ponen a disposición medios e instrumentos inimaginables hasta hace unos pocos años; pero plantean también interrogantes acerca del futuro del desarrollo humano. La amplitud y profundidad de las innovaciones tecnológicas chocan con los procesos del acceso al saber, de la socialización, de la relación con la naturaleza; y prefiguran cambios radicales, no siempre positivos, en amplios sectores de la vida de la humanidad. Las personas consagradas no pueden sustraerse a la tarea de preguntarse acerca del impacto que tales tecnologías provocan en las personas, en las modalidades de comunicación, en el porvenir de la sociedad. 33. En el contexto de tales cambios compete a la escuela un papel significativo para la formación de la personalidad de las nuevas generaciones. El uso responsable de las nuevas tecnologías, en especial de Internet, exige una adecuada formación ética[xxv]. Conjuntamente con todos los que trabajan en la escuela, las personas consagradas sienten la exigencia de conocer los procesos, los lenguajes, las oportunidades y los retos de las nuevas tecnologías; pero, sobre todo, de hacerse educadores de la comunicación, para que esas tecnologías se utilicen con discernimiento y sensatez[xxvi]. 34. Entre los retos de la sociedad actual con que está llamada a confrontarse la escuela, se encuentran las amenazas a la vida y la familia, las manipulaciones genéticas, la creciente polución, el saqueo de los recursos naturales, el drama no resuelto del subdesarrollo y de la pobreza que aplastan a poblaciones enteras del sur del mundo. Son cuestiones vitales para todos, que es necesario afrontar con una visión amplia y responsable, promoviendo una concepción de vida respetuosa de la dignidad del hombre y de la creación. Eso significa formar personas capaces de dominar y transformar procesos e instrumentos en sentido humanitario y solidario. Esta preocupación es compartida por toda la comunidad internacional, que trabaja para que las políticas y los programas educativos nacionales contribuyan a desarrollar una acción formativa en esa dirección[xxvii]. Una explícita visión antropológica 35. La explicitación del fundamento antropológico de la propuesta formativa de la escuela es una urgencia cada vez más ineludible en las sociedades complejas. La persona humana se define por la racionalidad, es decir, por su carácter inteligente y libre, y por la relacionalidad, o sea, por la relación con otras personas. El existir-con el otro implica tanto el nivel del ser de la persona humana – hombre/mujer – como el nivel ético del obrar. El fundamento del ethos humano está en ser imagen y semejanza de Dios, Trinidad de personas en comunión. La existencia de la persona se presenta, pues, como una llamada y una tarea a existir el uno para el otro. 36. El compromiso de una espiritualidad de la comunión para el siglo XXI es la expresión de una concepción de la persona humana, creada a imagen de Dios. Esa visión ilumina el misterio del hombre y la mujer. La persona humana experimenta su propia humanidad en la medida en que es capaz de participar de la humanidad del otro, portador de un proyecto original e irrepetible. Se trata de un proyecto, cuya realización puede producirse únicamente en el contexto de la relación y el diálogo con el tú en un horizonte de reciprocidad y de apertura a Dios. La reciprocidad, entendida de este modo, está en la base del don de sí y de la proximidad como apertura solidaria respecto a cada persona. Esa proximidad tiene su raíz más auténtica en el misterio de Cristo, Verbo encarnado, que ha querido hacerse próximo al hombre. 37. Frente al pluralismo ideológico y a la proliferación de los “saberes”, los consagrados y consagradas ofrecen, pues, la aportación de la visión de un humanismo plenario[xxviii], abierto a Dios, que ama a cada persona y la invita a hacerse cada vez más “conforme a la imagen de su Hijo” (cf. Rm 8,29). Este proyecto divino es el corazón del humanismo cristiano: “Cristo manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación”[xxix]. Afirmar la grandeza de la criatura humana no significa ignorar su fragilidad: la imagen de Dios reflejada en las personas está, de hecho, deformada por el pecado. La ilusión de liberarse de toda dependencia, incluso de Dios, desemboca siempre en nuevas formas de esclavitud, violencia y tropelía. La verdad de esto queda confirmada por la experiencia de todo ser humano, por la historia de la sangre derramada en nombre de ideologías y regímenes que han querido construir una humanidad nueva sin Dios[xxx]. En cambio, para ser auténtica, la libertad tiene que vérselas con la verdad de la persona, cuya plenitud se revela en Cristo, y llevar a la liberación de cuanto niega su dignidad impidiéndole conseguir el bien propio y ajeno. 38. Las personas consagradas se comprometen a ser en la escuela testigos de la verdad sobre la persona y de la fuerza transformadora del Espíritu Santo. Con su vida confirman que la fe ilumina todo el campo de la educación elevando y potenciando los valores humanos. La escuela católica, en especial, tiene un cometido prioritario: hacer “emerger en el interior mismo del saber escolar la visión cristiana del mundo y de la vida, de la cultura y de la historia”[xxxi]. 39. De aquí la importancia de reafirmar, en un contexto pedagógico que por el contrario tiende a ponerla en segundo plano, la dimensión humanística y espiritual del saber y de las diversas disciplinas escolares. La persona, mediante el estudio y la investigación, contribuye a perfeccionarse a sí misma y la propia humanidad. El estudio resulta camino para el encuentro personal con la verdad, “lugar” para el encuentro con Dios mismo. En esta perspectiva, el saber puede ayudar a motivar la existencia y a abrir a la búsqueda de Dios, puede ser una gran experiencia de libertad para la verdad, poniéndose al servicio de la maduración y la promoción en humanidad del individuo y de la comunidad entera[xxxii]. Un compromiso de esa índole pide a las personas consagradas una puntual comprobación de la calidad de su propuesta educativa, así como una constante atención a su propia formación cultural y profesional. 40. Otro campo, igualmente importante, de evangelización y humanización es la educación no formal, es decir, de cuantos no han podido tener acceso a una normal carrera escolar. Las personas consagradas sienten el deber de estar presentes y fomentar proyectos innovadores en los contextos populares. En estos ambientes es menester dar a las jóvenes y los jóvenes más pobres la oportunidad de una formación adecuada, atenta al crecimiento moral, espiritual y religioso, capaz de potenciar la socialización y superar la discriminación. Lo cual no constituye una novedad, en cuanto que la educación de las clases populares constituyó una primicia para diversas Familias religiosas. Hoy se trata de reafirmar con modalidades y proyectos adecuados una atención que nunca ha decaído. Educadores llamados a acompañar hacia el Otro El dinamismo de la reciprocidad 41. La misión educativa se pone en práctica con la colaboración entre varios sujetos – alumnos/as, padres de familia, enseñantes, personal no docente y entidad gestora – que forman la comunidad educativa. Ésta tiene la posibilidad de crear un ambiente de vida en que los valores están mediados por relaciones interpersonales auténticas entre los diversos miembros que la componen. Su finalidad más alta es la educación integral de la persona. En esta óptica las personas consagradas pueden aportar una contribución decisiva, a la luz de la experiencia de comunión que distingue su vida comunitaria. En efecto, al comprometerse a vivir y comunicar en la comunidad escolar la espiritualidad de la comunión, mediante un diálogo constructivo y capaz de armonizar las diversidades, crean un ambiente arraigado en los valores evangélicos de la verdad y la caridad. Las personas consagradas son, de este modo, levadura en grado de instaurar relaciones de comunión, por sí mismas educativas, cada vez más profundas. Fomentan la solidaridad, la mutua valoración y la corresponsabilidad en el proyecto educativo, y, sobre todo, dan el explícito testimonio cristiano, mediante la comunicación de la experiencia de Dios y del mensaje evangélico, hasta compartir la consciencia de ser instrumentos de Dios y de la Iglesia, portadoras de un carisma puesto al servicio de todos. 42. La tarea de comunicar la espiritualidad de la comunión dentro de la comunidad escolar se enraíza en el hecho de ser parte de la Iglesia comunión, lo cual requiere de las personas consagradas comprometidas en la misión educativa integrarse, partiendo de su carisma, en la pastoral de la Iglesia local. En efecto, ejercen un ministerio eclesial al servicio de una comunidad concreta y en comunión con el Ordinario diocesano. La común misión educativa confiada por la Iglesia exige, por tanto, también una colaboración y una sinergia mayor entre las diversas Familias religiosas. Esa sinergia, además de dar un servicio educativo más cualificado, ofrece la oportunidad de una coparticipación de los carismas para utilidad de toda la Iglesia. Por esto la comunión que están llamadas a vivir las personas consagradas va bastante más allá de la propia familia religiosa o del propio instituto. Más aún, al abrirse a la comunión con las otras formas de consagración, las personas consagradas pueden “descubrir las raíces comunes evangélicas y juntos acoger con mayor claridad la belleza de la propia identidad en la variedad carismática, como sarmientos de la única vid”[xxxiii]. 43. La comunidad educativa expresa la variedad y hermosura de las diversas vocaciones y la fecundidad, en el plano educativo y pedagógico, que ello aporta a la vida de la institución escolar. El compromiso de potenciar la dimensión relacional de la persona y el interés puesto en entablar auténticas relaciones educativas con los/las jóvenes son, indudablemente, aspectos que la presencia de las personas consagradas puede favorecer en la escuela, considerada como microcosmos en el que se ponen las bases para vivir responsablemente en el macrocosmos de la sociedad. Sin embargo, no es raro constatar, incluso en la escuela, el progresivo deterioro de las relaciones interpersonales, por motivo del funcionarismo de los roles, la prisa, el cansancio y otros factores que crean situaciones conflictivas. Organizar la escuela como palestra donde se entrena para entablar relaciones positivas entre los diversos miembros y buscar soluciones pacíficas de los conflictos es un objetivo fundamental, no sólo para la vida de la comunidad educativa, sino también para la construcción de una sociedad pacífica y concorde. 44. En la escuela, ordinariamente, hay muchachos y muchachas, mujeres y varones con cometidos docentes o administrativos. La consideración de la dimensión uni-dual de la persona humana conlleva la exigencia de educar en el mutuo reconocimiento, en el respeto y valoración de las diversidades. La experiencia de la reciprocidad hombre/mujer puede resultar paradigmática en la gestión positiva de las otras diversidades, incluso de las étnicas y religiosas. En efecto, desarrolla y alimenta actitudes positivas, como la consciencia de que toda persona puede dar y recibir, la disponibilidad para la acogida del otro, la capacidad de diálogo sereno y la oportunidad de purificar y clarificar las propias vivencias mientras se intenta comunicarlas y confrontarlas con el otro. 45. En la relación de reciprocidad, la interacción puede ser asimétrica desde el punto de vista de los roles, como lo es necesariamente en la relación educativa, pero no desde el punto de vista de la dignidad y la originalidad de cada persona humana. El aprendizaje queda facilitado cuando la interacción educativa, sin forzamientos indebidos respecto a los roles, se pone en un nivel que reconoce plenamente la igualdad de la dignidad de toda persona humana. De esta forma se está en grado de formar personalidades capaces de una propia visión de la vida y de dar razón de sus opciones. La implicación de las familias y del cuerpo docente crea un clima de confianza y respeto que favorece el despliegue de la capacidad de diálogo y convivencia pacífica en la búsqueda de cuanto promueve el bien común. 46. Las personas consagradas, en razón de la experiencia de vida comunitaria de que son portadoras, se encuentran en las condiciones más favorables para colaborar en conseguir que el proyecto educativo de la institución escolar promueva la creación de una verdadera comunidad. En especial, proponen un modelo de convivencia alternativo al de una sociedad masificada o individualista. Concretamente las personas consagradas se comprometen, junto con los colegas laicos, a que la escuela se estructure como lugar de encuentro, de escucha, de comunicación, donde los alumnos y alumnas perciban los valores de forma vital. Con circunspección ayudan a orientar las opciones pedagógicas, de tal modo que se favorezca la superación del protagonismo individualista, la solidaridad frente a la competición, la ayuda al débil frente a la marginación, la participación responsable frente al desinterés. 47. La familia es la primera responsable de la educación de los hijos. Las personas consagradas valoran la presencia de los padres en la comunidad educativa y se comprometen a entablar con ellos una verdadera relación de reciprocidad. Los organismos de participación, los encuentros personales y otras iniciativas persiguen como fin hacer cada vez más activa la inserción de los padres en la vida de la institución y sensibilizarlos en la tarea educativa. Reconocer este cometido es más necesario hoy que en el pasado, vistas las muchas dificultades que vive la familia. Cuando el plan original de Dios para la familia se oscurece en las conciencias, la sociedad recibe un daño incalculable y resulta dañado el derecho de los hijos a vivir en un contexto de amor plenamente humano. Al contrario, cuando la familia refleja el proyecto de Dios, se transforma en laboratorio en que se perciben el amor y la auténtica solidaridad[xxxiv]. Las personas consagradas anuncian esta verdad, que no atañe sólo a los creyentes, sino que es patrimonio de la humanidad, inscrita en el corazón del hombre. La posibilidad de contacto con las familias de los niños y jóvenes alumnos es ocasión propicia para profundizar con ellos temáticas significativas relativas a la vida, al amor humano y a la naturaleza de la familia y para dar razón de la visión propuesta, en parangón con otras visiones dominantes a menudo. 48. Los consagrados y consagradas, testimoniando a Cristo y viviendo la vida de comunión que los caracteriza, ofrecen al conjunto de la comunidad educativa el signo profético de la fraternidad. La vida comunitaria, cuando está entretejida de relaciones profundas, “es un acto profético, en una sociedad en la que se esconde, a veces sin darse cuenta, un profundo anhelo de fraternidad sin fronteras”[xxxv]. Esta convicción se patentiza en el compromiso de dar calidad a la vida de la comunidad como lugar de crecimiento de las personas y de mutua ayuda en la búsqueda y cumplimiento de la misión común. En esta línea es importante que el signo de la fraternidad se pueda percibir con transparencia en cada momento de la vida de la comunidad escolar. 49. La comunidad educativa realiza sus finalidades en sinergia con otras instituciones educativas presentes en la zona. La coordinación de la escuela con otras instancias educativas y en la red más amplia de la comunicación estimula el proceso de crecimiento personal, profesional y social de los alumnos, ofreciendo una pluralidad de propuestas en forma integrada. Sobre todo, constituye una ayuda importantísima para huir de diversos condicionamientos, en especial de los medios de comunicación, ayudando a los jóvenes a pasar a ser, de simples y pasivos consumidores, interlocutores críticos, capaces de influir positivamente en la opinión pública y en la calidad misma de la información. 50. La vida de la comunidad educativa, cuando está comprometida en la búsqueda seria de la verdad mediante el aporte de las diversas disciplinas, está urgida continuamente a madurar en la reflexión, a ir más allá de las adquisiciones logradas y plantear interrogantes a nivel existencial. Las personas consagradas, con su presencia, ofrecen en este contexto la aportación específica de su identidad y vocación. Los jóvenes, aunque no siempre conscientemente, desean encontrar en ellas el testimonio de una vida vivida como respuesta a una llamada, como itinerario hacia Dios, como búsqueda de los signos mediante los cuales Dios se hace presente. Esperan ver personas que invitan a hacerse preguntas comprometedoras, a descubrir el significado más profundo de la existencia humana y de la historia. Orientar hacia la búsqueda de sentido 51. El encuentro con Dios es siempre un acontecimiento personal, una respuesta al don de la fe que, por su propia naturaleza, es un acto libre de la persona. La escuela, incluida la católica, no pide la adhesión a la fe; pero puede prepararla. Mediante el proyecto educativo es posible crear las condiciones para que la persona desarrolle la aptitud de la búsqueda y se la oriente a descubrir el misterio del propio ser y de la realidad que la rodea, hasta llegar al umbral de la fe. Luego, a cuantos deciden traspasarlo, se les ofrece los medios necesarios para seguir profundizando la experiencia de la fe mediante la oración, los sacramentos, el encuentro con Cristo en la Palabra, en la Eucaristía, en los acontecimientos, en las personas[xxxvi]. 52. Una dimensión esencial del itinerario de búsqueda es la educación en la libertad, propia de toda escuela fiel a su cometido. La educación en la libertad es acción de humanización, pues tiende al desarrollo pleno de la personalidad. En efecto, la educación misma hay que verla como adquisición, crecimiento y posesión de libertad. Se trata de educar a cada alumno en librarse de los condicionamientos que le impiden vivir en plenitud como persona, en formarse una personalidad fuerte y responsable, capaz de opciones libres y coherentes[xxxvii]. Educar personas verdaderamente libres es ya orientarlas a la fe. La búsqueda de sentido propicia el desarrollo de la dimensión religiosa de la persona como terreno donde puede madurar la opción cristiana y desarrollarse el don de la fe. En la escuela se constata cada vez con más frecuencia, especialmente en las sociedades occidentales, que la dimensión religiosa de la persona se ha convertido en un eslabón perdido, no sólo en la carrera educativa propiamente escolar, sino también en el camino formativo más amplio iniciado en la familia. No obstante, sin él, el recorrido educativo en su globalidad acaba resintiéndose pesadamente, dificultando toda búsqueda acerca de Dios. Lo inmediato, lo superficial, lo accesorio, las soluciones prefabricadas, la desviación hacia lo mágico y los sucedáneos del misterio tienden, así, a acaparar el interés de los jóvenes y no dejan espacio a la apertura a lo transcendente. Hoy se advierte, incluso por parte de docentes que se declaran no creyentes, la urgencia de recuperar la dimensión religiosa de la educación, necesaria para formar personalidades capaces de administrar los poderosos condicionamientos presentes en la sociedad y de orientar éticamente las nuevas conquistas de la ciencia y la técnica. 53. Las personas consagradas, al vivir los consejos evangélicos, constituyen una invitación eficaz a preguntarse acerca de Dios y del misterio de la vida. Una pregunta de esa índole, que requiere un estilo de educación capaz de suscitar las cuestiones fundamentales sobre el origen y el sentido de la vida, pasa por la búsqueda de los porqués más que de los cómos. Para esta finalidad, es necesario verificar el modo de proponer los contenidos de las diversas disciplinas, de suerte que los alumnos puedan desarrollar esas cuestiones y buscar adecuadas respuestas. Además, a los muchachos y jóvenes hay que instarles a huir de lo obvio y lo banal, sobre todo en el ámbito de las opciones de vida, de la familia, del amor humano. Este estilo se traduce en una metodología de estudio y búsqueda que habitúa a la reflexión y al discernimiento. Se concreta en una estrategia que cultiva en la persona, desde los primeros años, la interioridad como lugar donde ponerse a la escucha de la voz de Dios, cultivar el sentido de lo sagrado, decidir la adhesión a los valores, madurar el reconocimiento de las propias limitaciones y del pecado, experimentar que crece la responsabilidad hacia todo ser humano. 54. En este contexto cobra un papel específico la enseñanza de la religión. Las personas consagradas, conjuntamente con los demás educadores, pero con mayor responsabilidad, a menudo están llamadas a asegurar itinerarios de educación religiosa diferenciados según las diversas realidades escolares: en algunas escuelas la mayoría de las alumnas y alumnos son cristianos, en otras predominan pertenencias religiosas diversas, u opciones agnósticas y ateas. Es cometido suyo poner en evidencia el valor de la enseñanza de la religión integrada en el horario de la institución y en el programa cultural. La enseñanza religiosa, aun reconociendo que en la escuela católica toma una función distinta de la que tiene en otras escuelas, conserva la finalidad de abrir a la comprensión de la experiencia histórica del cristianismo, de orientar al conocimiento de Jesucristo y a la profundización de su Evangelio. En ese sentido, se califica como propuesta cultural que puede ser ofrecida a todos, además de las opciones personales de fe. En muchos contextos, el cristianismo constituye ya el horizonte espiritual de la cultura de pertenencia. Además, en la escuela católica, la enseñanza de la religión tiene el cometido de ayudar a los alumnos a madurar una postura personal en materia religiosa, coherente y respetuosa con las posiciones de los demás, contribuyendo de esa forma a su crecimiento y a una más acabada comprensión de la realidad. Es importante que toda la comunidad educativa, especialmente en las escuelas católicas, reconozca el valor y el papel de la enseñanza de la religión y contribuya a su valoración por parte de los alumnos. El enseñante de religión, utilizando los lenguajes aptos para mediar el mensaje religioso, está llamado a estimular en los alumnos la profundización de las grandes cuestiones sobre el sentido de la vida, el significado de la realidad y el compromiso responsable para transformarla a la luz de los valores evangélicos, estimulando una confrontación constructiva entre los contenidos y valores de la religión católica y la cultura contemporánea. Además, la comunidad de la escuela católica ofrece, junto con la enseñanza de la religión, otras oportunidades, otros momentos y caminos para educar en la síntesis entre fe y cultura, fe y vida[xxxviii]. 55. Las personas consagradas, conjuntamente con los demás educadores cristianos, saben descubrir y valorar la dimensión vocacional intrínseca al proceso educativo. En efecto, la vida es un don que se realiza en la respuesta libre a una llamada particular que hay que descubrir en las circunstancias concretas de cada día. El interés por la dimensión vocacional lleva a la persona a interpretar su propia experiencia a la luz del proyecto de Dios. La ausencia o la débil atención a la dimensión vocacional, además de sustraer a los jóvenes y las jóvenes la ayuda a que tendrían derecho en el importante discernimiento de las opciones fundamentales de su propia vida, empobrece a la sociedad y a la Iglesia, ambas necesitadas de la presencia de personas capaces de dedicarse establemente al servicio de Dios, de los hermanos y del bien común. 56. El fomento de una nueva cultura vocacional es un componente fundamental de la nueva evangelización. Mediante ella es menester conseguir “encontrar valor y gusto por las grandes cuestiones, las que atañen al propio futuro”[xxxix]. Son preguntas que hay que despertar incluso a través de recorridos educativos personalizados con los que llevar progresivamente al descubrimiento de la existencia como don de Dios y como tarea. Esos recorridos pueden configurar un verdadero itinerario de maduración vocacional, que conduzca al descubrimiento de una vocación específica. Las personas consagradas están llamadas especialmente a promover en la escuela la cultura de la vocación. Son un signo, para todo el pueblo cristiano, no sólo de una determinada vocación, sino también del dinamismo vocacional como forma de vida, representando elocuentemente la decisión de quien quiere vivir atento a la llamada de Dios. 57. En la situación actual, la misión educativa en la escuela se comparte cada vez más con los laicos. “Si, a veces también en el pasado reciente, la colaboración venía en términos de suplencia por la carencia de personas consagradas necesarias para el desarrollo de las actividades, ahora nace por la exigencia de compartir las responsabilidades no sólo en la gestión de las obras del Instituto, sino sobre todo en la aspiración de vivir aspectos y momentos específicos de la espiritualidad y de la misión del Instituto”[xl]. Así pues, las personas consagradas tienen el cometido de transmitir el carisma educativo que las anima y potenciar la formación de las personas que se sienten llamadas a la misma misión. Para cumplir con esta responsabilidad deberán estar atentas a no comprometerse exclusivamente en tareas académico-administrativas y no dejarse atrapar por el activismo. Al contrario, es necesario que privilegien la atención a las riquezas de su carisma y se comprometan en desarrollarlas como respuesta a las nuevas situaciones socioculturales. 58. En la comunidad educativa las personas consagradas pueden facilitar la maduración de una mentalidad inspirada en los valores evangélicos según el estilo típico de su carisma. Eso es ya un servicio educativo en clave vocacional. En efecto, los jóvenes y las jóvenes, y con frecuencia también los otros miembros de la comunidad educativa, con mayor o menor consciencia esperan encontrar en las personas consagradas interlocutores privilegiados en la búsqueda de Dios. Para este tipo de servicio, el más específico de la identidad de los consagrados, no hay límites de edad que justifiquen el considerarse jubilados. Incluso cuando deben retirarse de la actividad profesional, siempre pueden permanecer a disposición de jóvenes y adultos, como especialistas de vida según el Espíritu, educadores y educadoras en el ámbito de la fe. La presencia de consagrados y consagradas en la escuela es, pues, propuesta de espiritualidad evangélica, punto de referencia para los componentes de la comunidad educativa en el camino de fe y maduración cristiana. 59. La calidad de los docentes es fundamental en la creación de un ambiente educativo propositivo y fecundo. Por eso las instituciones de vida consagrada y las comunidades religiosas, especialmente cuando regentan escuelas católicas, proponen itinerarios de formación para enseñantes, en los que conviene evidenciar la dimensión vocacional de la profesión docente para hacer tomar conciencia de ser partícipes de la misión de educar y santificar propia de la Iglesia[xli]. Las personas consagradas pueden abrir, a quienes lo desean, las riquezas de la espiritualidad que las caracteriza y del carisma del Instituto, alentando a vivirlas en el ministerio educativo según la identidad laical y en formas idóneas y accesibles a los jóvenes.
60. La dimensión comunitaria de la escuela es inseparable de la atención prioritaria a la persona, centro del proyecto educativo escolar. “La cultura debe ser a medida de la persona humana, superando la tentación de un saber doblegado al pragmatismo o disperso en los infinitos arroyuelos de la erudición, y por lo tanto incapaz de dar sentido a la vida. [...] El saber iluminado por la fe, lejos de desertar de los ámbitos de las vivencias cotidianas, los habita con toda la fuerza de la esperanza y la profecía. El humanismo que auguramos propugna una visión de la sociedad centrada en la persona humana y sus derechos inalienables, en los valores de la justicia y la paz, en una correcta relación entre individuos, sociedad y Estado, en la lógica de la solidaridad y la subsidiariedad. Es un humanismo capaz de infundir un alma al propio progreso económico, para que esté encaminado a la promoción de todo hombre y de todo el hombre”[xlii]. 61. Las personas consagradas están atentas a salvaguardar en el proyecto educativo la prioridad de la persona, colaborando en cualificar en ese sentido las opciones concretas relativas al enfoque general de la escuela y de su propuesta formativa. Hay que considerar a cada alumno en su individualidad teniendo en cuenta el ambiente familiar, la historia personal, las cualidades y los intereses. En un clima de mutua confianza, los consagrados y las consagradas descubren y cultivan los talentos de cada persona, ayudan a los jóvenes a hacerse responsables de su propia formación y a colaborar en la de sus compañeros. Esta tarea exige una entrega total y la gratuidad de quien vive el servicio educativo como una misión. La entrega y la gratuidad contribuyen a cualificar el ambiente educativo escolar como ambiente vital donde el crecimiento intelectual se armoniza con el crecimiento espiritual, religioso, afectivo y social. 62. Las personas consagradas, con la sensibilidad propia de su formación, ofrecen un acompañamiento personalizado mediante la escucha atenta y el diálogo. En efecto, están convencidas de que “la educación es cosa de corazón”[xliii] y de que, en consecuencia, sólo mediante la relación personal se puede poner en marcha un auténtico proceso formativo. 63. Todo ser humano se siente oprimido interiormente por las tendencias al mal, incluso cuando hace ostentación de una libertad sin límites. Los consagrados y las consagradas se afanan por despertar en los jóvenes el deseo de una liberación interior, condición para emprender el itinerario cristiano orientado a la vida nueva de las bienaventuranzas evangélicas. La óptica evangélica permitirá a los jóvenes y las jóvenes situarse de forma crítica frente al consumismo, al hedonismo, infiltrados, como la cizaña en el trigo, en la cultura y el modo de vivir de vastas áreas de la humanidad. Las personas consagradas, conscientes plenamente de que todos los valores humanos encuentran su completa realización y su unidad en Cristo, representarán de forma explícita el cuidado maternal de la Iglesia por el crecimiento integral de los jóvenes de nuestro tiempo, comunicando la convicción de que no puede haber auténtica liberación si no hay conversión del corazón[xliv]. Dignidad de la mujer y su vocación 64. La sensibilidad de las personas consagradas, atenta a la exigencia de desarrollar la dimensión uni-dual de la persona humana por obediencia al plan original de Dios (cf. Gn 2,18), puede contribuir a integrar en el proyecto educativo las diferencias con la finalidad de valorizarlas, superando homologaciones y estereotipos. La historia es testigo del compromiso de los consagrados y consagradas en favor de la mujer. También hoy las personas consagradas sienten como un deber la valoración de la mujer en el iter educativo. En varias partes del mundo la escuela católica y numerosas Familias religiosas trabajan para que se les garantice a las mujeres el acceso a la educación sin ninguna discriminación y se las ponga en condiciones de aportar su contribución específica al bien de toda la comunidad. A nadie se le escapa la aportación de las mujeres en favor de la vida y de la humanización de la cultura[xlv], su disponibilidad para cuidarse de las personas y reconstruir el tejido social disgregado y lacerado a menudo por tensiones y odios. Muchas iniciativas de solidaridad, incluso entre pueblos en guerra, nacen de aquel genio femenino que en toda circunstancia fomenta la sensibilidad por lo que es humano[xlvi]. En este contexto, las mujeres consagradas están llamadas de forma especialísima a ser, por su entrega vivida en plenitud y gozo, un signo de la ternura de Dios con el género humano[xlvii]. Por tanto, la presencia y la valoración de la mujer es esencial para elaborar una cultura que ponga realmente en el centro a las personas, la búsqueda de un arreglo pacífico de los conflictos, la unidad en la diversidad, la subsidiariedad y la solidaridad. 65. En la compleja sociedad de hoy día, la escuela está llamada a proveer a las jóvenes generaciones de los elementos necesarios para desarrollar una visión intercultural. Las personas consagradas comprometidas con la educación, al pertenecer con frecuencia a Institutos extendidos por varias partes del mundo, son expresión de «comunidades multiculturales e internacionales llamadas a ‘dar testimonio del sentido de la comunión entre los pueblos, las razas, las culturas’[...] en donde se experimentan conocimiento mutuo, respeto, estima, enriquecimiento»[xlviii]. Por esto son fácilmente proclives a considerar la diferencia cultural como riqueza y a proponer caminos transitables de encuentro y diálogo. Esa actitud es una preciosa aportación para una verdadera educación intercultural, que se hace cada vez más urgente debido al relevante fenómeno de las migraciones. El itinerario que hay que recorrer en la comunidad educativa impone pasar de la tolerancia de la realidad multicultural a su acogida y a la búsqueda de confrontación para la mutua comprensión hasta el diálogo intercultural, que lleve a reconocer los valores y los límites de cada cultura. 66. En la visión cristiana, la educación intercultural se funda esencialmente en el modelo relacional que abre a la reciprocidad. Análogamente a cuanto sucede para las personas, también las culturas se desarrollan mediante los dinamismos típicos del diálogo y la comunión. “El diálogo entre las culturas surge como una exigencia intrínseca de la naturaleza misma del hombre y de la cultura. Como expresiones históricas diversas y geniales de la unidad originaria de la familia humana, las culturas encuentran en el diálogo la salvaguardia de su carácter peculiar y de la recíproca comprensión y comunión. El concepto de comunión, que en la revelación cristiana tiene su origen y modelo sublime en Dios uno y trino , no supone un anularse en la uniformidad o una forzada homologación o asimilación; es más bien expresión de la convergencia de una multiforme variedad, y por ello se convierte en signo de riqueza y promesa de desarrollo”[xlix]. 67. La perspectiva intercultural comporta un verdadero cambio de paradigma a nivel pedagógico. Se pasa de la integración a la búsqueda de la acogida de las diferencias. Se trata de un modelo no sencillo ni de fácil ejecución. En el pasado, la diversidad entre las culturas fue a menudo fuente de incomprensiones y conflictos; también hoy, en diversas partes del mundo, se observa el prepotente afirmarse de algunas culturas sobre otras. No menos peligrosa es la tendencia a la homologación de las culturas con modelos del mundo occidental inspirados en formas de radical individualismo y en una concepción prácticamente atea de la vida. 68. La escuela debe preguntarse por las orientaciones éticas fundamentales que caracterizan la experiencia cultural de una determinada comunidad. “Las culturas, igual que el hombre que es su autor, están marcadas por el misterio de iniquidad que actúa en la historia humana y tienen también necesidad de purificación y salvación. La autenticidad de cada cultura humana, el valor del ethos que lleva consigo, o sea, la solidez de su orientación moral, se pueden medir de alguna manera por su razón de ser en favor del hombre y en la promoción de su dignidad a cualquier nivel y en cualquier contexto”[l]. En el discurso a los miembros de la 50ª Asamblea General de la ONU el Papa subrayaba la fundamental comunión entre los pueblos, poniendo de relieve que las diversas culturas no son, en realidad, más que modos diferentes de afrontar la cuestión del significado de la existencia personal. Toda cultura, en efecto, es un esfuerzo de reflexión sobre el misterio del mundo y del hombre, una forma de expresar la dimensión transcendente de la vida humana. En esta luz, la diferencia, en vez de ser una amenaza, puede convertirse, mediante un diálogo respetuoso, en origen de una profunda comprensión del misterio de la existencia humana[li]. Coparticipación solidaria con los pobres 69. La presencia de las personas consagradas en la comunidad educativa concurre a afinar la sensibilidad de todos por las pobrezas que afligen, también hoy, a los jóvenes, las familias y pueblos enteros. Esta sensibilidad puede llegar a ser origen de profundos cambios en sentido evangélico, induciendo a transformar las lógicas de excelencia y superioridad en las del servicio, de la preocupación por los demás, y formando un corazón abierto a la solidaridad. La opción preferencial por los pobres lleva a evitar todo tipo de exclusión. En el ámbito escolar, a veces está presente una planificación del proyecto educativo en función de grupos sociales más o menos acomodados, mientras que la atención a los más necesitados se encuentra claramente en segundo plano. En muchos casos las circunstancias sociales, económicas o políticas no dejan una alternativa mejor. Pero esto no debe impedir el tener claro el criterio evangélico e intentar aplicarlo a nivel personal y comunitario y en las propias instituciones escolares. Proyectar partiendo desde los últimos 70. Cuando la opción preferencial por los más pobres está en el centro del proyecto educativo, los mejores recursos y las personas más preparadas son puestos ante todo al servicio de los últimos, sin excluir por ello a cuantos tienen menores dificultades y carencias. Éste es el sentido de la inclusión evangélica, tan lejana de la lógica del mundo. En efecto, la Iglesia quiere ofrecer su servicio educativo "ante todo, en atender a las necesidades de los pobres en bienes temporales, de los que se ven privados del auxilio y del afecto de la familia o no participan del don de la fe”[lii]. Situaciones injustas dificultan en algunas ocasiones plasmar esta opción. Pero a veces son las instituciones educativas católicas las que se han alejado de esa opción preferencial, que caracterizó los inicios de la mayoría de los institutos de vida consagrada dedicados a la enseñanza. Por tanto, esta opción que cualifica a la vida consagrada hay que cultivarla desde la formación inicial, para que no llegue a ser tenida como reservada únicamente a los más generosos y audaces. 71. Siguiendo las huellas del Buen Pastor, las personas consagradas se comprometen a individuar entre los alumnos las diversas situaciones de pobreza que obstaculizan la maduración integral de la persona y la marginan de la vida social investigando sus causas. Entre éstas ocupa un lugar indiscutible la miseria, que, a menudo, conlleva la falta de familia y de salud, la inadaptación social, la pérdida de la dignidad humana, la imposibilidad de acceder a la cultura y, en consecuencia, una profunda pobreza espiritual. Hacerse voz de los pobres del mundo es un reto aceptado por la Iglesia, del que han de hacerse cargo todos los cristianos[liii]. Las personas consagradas, por razón de sus opciones y del compromiso profesado públicamente de un estilo de vida personal y comunitario pobre, son mayormente sensibles al deber de promover la justicia y la solidaridad en el ambiente en que actúan. 72. El acceso, sobre todo de los más pobres, a la educación es un compromiso que han contraído en diversos niveles las instituciones educativas católicas[liv]. Lo cual exige enfocar la obra educativa en función de los últimos, independientemente de la clase social de los alumnos presentes en la institución escolar. Esto implica, entre otras cosas, proponer los contenidos de la doctrina social de la Iglesia a través de los proyectos educativos y requiere comprobar el perfil que la escuela prevé para sus alumnos. Si una escuela escucha a las personas más pobres y se organiza en función de las mismas, sabrá interpretar las disciplinas para el servicio de la vida y valerse de sus contenidos para el crecimiento global de las personas. 73. La escucha de los pobres les descubre a las personas consagradas dónde comprometerse también en el ámbito de la educación no formal y cómo llevar a los más desaventajados a acceder a la instrucción. El conocimientos de países donde la escuela está reservada a unos pocos o encuentra graves dificultades en el ejercicio de su cometido podría suscitar en las comunidades educativas de los países más desarrollados iniciativas de solidaridad; entre ellas, hermanamientos entre clases o instituciones escolares. Las ventajas formativas serían grandes para todos, especialmente para los alumnos de los países más desarrollados, que aprenderían concretamente lo que es esencial en la vida y se sentirían ayudados a no seguir las modas culturales inducidas por el consumismo. 74. La defensa de los derechos de los niños constituye otro desafío de especial importancia. La explotación de los niños, en formas diversas, a menudo aberrantes, está entre los aspectos más inquietantes de nuestro tiempo. Para las personas consagradas comprometidas en la misión educativa resulta una tarea ineludible dedicarse a la tutela y promoción de los derechos de los niños. Las aportaciones concretas que puedan dar como individuos y como institución educativa serán, probablemente, insuficientes en comparación con las necesidades; pero no inútiles, en cuanto que están destinadas a concienciar de las raíces origen de los abusos. De buena gana las personas consagradas aúnan sus esfuerzos con los de otras organizaciones civiles y eclesiales y de las personas de buena voluntad, para reforzar el respeto de los derechos humanos y favorecer el bien de todos, partiendo de los más débiles e indefensos. 75. La opción preferencial por los pobres requiere vivir en actitud personal y comunitaria de disponibilidad para dar la vida allí donde sea necesario. Por lo tanto, podría exigir el dejar obras, quizá prestigiosas, pero que ya no logran realizar programas formativos adecuados y, en consecuencia, no dejan entrever las características de la vida consagrada. En efecto, “podríamos tener escuelas irreprochables en el aspecto didáctico, pero que son defectuosas en su testimonio y en la exposición clara de los auténticos valores”[lv]. Las personas consagradas están llamadas, pues, a comprobar si en la actividad educativa persiguen principalmente el prestigio académico más que la maduración humana y cristiana de los jóvenes; si favorecen la competición en vez de la solidaridad; si están comprometidas en educar, conjuntamente con los otros miembros de la comunidad escolar, personas libres, responsables y justas según la justicia evangélica. 76. Precisamente gracias a su consagración religiosa, las personas consagradas son, por excelencia, libres de dejarlo todo para ir a anunciar el evangelio hasta los confines de la tierra[lvi]. Para ellas, también en el campo educativo, sigue siendo una prioridad el anuncio “ad gentes” de la Buena Noticia. Por lo tanto, son conscientes del papel fundamental de la escuela católica en los países de misión. En efecto, en muchos casos la escuela es la única posibilidad de presencia de la Iglesia; en otros, constituye un lugar privilegiado de acción evangelizadora y humanizadora, corresponsable del desarrollo humano y cultural de los pueblos más pobres. A este respecto es importante considerar la necesidad de la participación del carisma educativo entre las Familias religiosas de los territorios de antigua evangelización y entre las nacidas en los territorios de misión, en el que se inspiran. En efecto, “los antiguos Institutos, muchos de los cuales han pasado en el transcurso de los siglos por el crisol de pruebas durísimas que han afrontado con fortaleza, pueden enriquecerse entablando un diálogo e intercambiando sus dones con las fundaciones que ven la luz en este tiempo nuestro”[lvii]. Ese compartir se traduce asimismo en el campo de la formación de las personas consagradas, en el apoyo a las nuevas Familias religiosas y en la colaboración entre los diversos Institutos. 77. El camino de la paz pasa por la justicia. “Éste es el único camino para asegurarle a nuestro mundo un porvenir pacífico, destruyendo de raíz las causas de conflictos y guerras: la paz es fruto de la justicia [...]. Una justicia que no se contente con dar a cada uno lo suyo, sino que tienda a crear entre los ciudadanos condiciones de igualdad de oportunidades y, por consiguiente, a favorecer a quienes por condición social, por cultura, por salud peligran con quedarse atrás o con estar siempre en los últimos puestos en la sociedad, sin posibilidad de personal redención"[lviii]. Educar para la paz partiendo del corazón 78. La consciencia de que la educación es la vía maestra para la paz es un dato compartido por la comunidad internacional. Signo elocuente de ello son los diversos proyectos lanzados por las Organizaciones internacionales para sensibilizar la opinión pública y los gobiernos[lix]. Las personas consagradas, testigos de Cristo príncipe de la paz, captan la urgencia de poner la educación para la paz entre los objetivos primarios de su propia acción formativa ofreciendo su contribución específica para alimentar en el corazón de los alumnos y alumnas la voluntad de hacerse constructores de paz. En efecto, las guerras nacen en el corazón de los hombres, y en el corazón de los hombres es donde hay que construir las defensas de la paz. Valorando el proceso educativo, las personas consagradas se comprometen a suscitar en el ánimo de los hombres del tercer milenio actitudes de paz, que “no es simplemente ausencia de conflictos, sino un proceso positivo, dinámico, participativo que favorece el diálogo y la solución de los conflictos en espíritu de mutua comprensión y cooperación”[lx]. En este empeño las personas consagradas colaboran con todo hombre y mujer de buena voluntad compartiendo con ellos la tarea y la urgencia de buscar siempre nuevas vías idóneas para una eficaz educación, que “a todos los niveles es el medio principal para edificar una cultura de paz”[lxi]. 79. Una educación eficaz para la paz compromete a elaborar programas y estrategias en diversos niveles. Entre otras cosas, se trata de: proponer a los alumnos una educación en los valores y actitudes idóneos para resolver pacíficamente las disputas en el respeto de la dignidad humana; organizar actividades, incluso extracurriculares (como el deporte, el teatro), que propicien la asimilación de los valores de la lealtad y el respeto de las reglas; asegurar la paridad de acceso a la educación para las mujeres; alentar, cuando sea necesario, la revisión de los programas de enseñanza, incluidos los libros de texto[lxii]. Además, la educación está llamada a transmitir a los alumnos la consciencia de sus propias raíces culturales y el respeto por las otras culturas. Cuando esto se remata con sólidos puntos de referencia éticos, la educación lleva a una toma de conciencia de los límites implícitos en la propia cultura y en la ajena; pero evidencia simultáneamente una herencia de valores común a todo el género humano. De ese modo “la educación tiene una función particular en la construcción de un mundo más solidario y pacífico. La educación puede contribuir a la consolidación del humanismo integral, abierto a la dimensión ética y religiosa, que atribuye la debida importancia al conocimiento y a la estima de las culturas y de los valores espirituales de las diversas civilizaciones”[lxiii]. 80. Al comienzo del tercer milenio, como consecuencia de los efectos negativos de una salvaje globalización económica y cultural, cobra una importancia creciente la participación responsable en la vida de la comunidad a nivel local, nacional y mundial. Esa participación presupone la toma de conciencia de las causas de los fenómenos que amenazan la convivencia de los pueblos y la vida humana misma. Como toda toma de conciencia, también ésta encuentra en la educación, y en especial en la escuela, el terreno privilegiado para desarrollarse. Por eso se plantea una nueva y comprometedora tarea: educar en una ciudadanía activa y responsable. En esta línea son iluminadoras las palabras del Papa: “La promoción del derecho a la paz asegura en cierto modo el respeto de todos los otros derechos, porque favorece la construcción de una sociedad en cuyo seno las relaciones de fuerza se sustituyen por relaciones de colaboración con vistas al bien común”[lxiv]. A este respecto, las personas consagradas pueden ofrecer el signo de una fraternidad responsable, viviendo en comunidades donde “cada uno se siente corresponsable de la fidelidad del otro; todos contribuyen a crear un clima sereno de comunicación de vida, de comprensión y de ayuda mutua ...”[lxv].
81. De las reflexiones propuestas se desprende con evidencia que la presencia de las personas consagradas en el mundo de la educación aparece como opción profética[lxvi]. El Sínodo sobre la vida consagrada exhorta a asumir con renovada entrega la misión educativa en las escuelas de todo orden y grado, en las universidades e instituciones superiores[lxvii]. La invitación a proseguir en el camino emprendido por cuantos han ofrecido una contribución significativa a la misión educativa de la Iglesia, se sitúa en la línea de la fidelidad al carisma originario: “Por su especial consagración, por la peculiar experiencia de los dones del Espíritu, por la escucha asidua de la Palabra y el ejercicio del discernimiento, por el rico patrimonio de tradiciones educativas acumuladas a través del tiempo [...], por el profundo conocimiento de la verdad espiritual (cf. Ef 1,17), las personas consagradas están en condiciones de llevar a cabo una acción educativa particularmente eficaz, contribuyendo específicamente a las iniciativas de los demás educadores y educadoras”[lxviii] 82. En el horizonte de la comunión eclesial crece en cada persona consagrada la consciencia de la gran riqueza cultural y pedagógica que brota de la coparticipación de la común misión educativa, incluso en la especificidad de los diversos ministerios y carismas. Se trata de redescubrir y renovar la conciencia de la propia identidad, reencontrando los núcleos inspiradores de una calificada profesionalidad educativa que hay que redescubrir como un modo de ser que configura una auténtica vocación. La raíz de esta renovada conciencia es Cristo. Desde él tienen que recomenzar decididamente las personas consagradas que trabajan en la escuela, para reencontrar la fuente motivadora de su misión. Recomenzar desde Cristo quiere decir contemplar su rostro, detenerse largo rato con él en la oración para, a continuación, poder mostrarlo a los demás. Es todo lo que la Iglesia está llamada a realizar al comienzo del nuevo milenio, consciente de que sólo la fe puede traspasar el misterio de ese rostro[lxix]. Recomenzar desde Cristo es, pues, también para los consagrados y consagradas, recomenzar desde la fe alimentada por los sacramentos y sostenida por la esperanza que no defrauda: “Yo estoy con vosotros cada día” (Mt 28,20). Alentadas por esta esperanza las personas consagradas están llamadas a relanzar la pasión educativa viviéndola en la comunidad escolar como testimonio de encuentro entre diversas vocaciones y entre generaciones. La tarea de enseñar a vivir, descubriendo el sentido más profundo de la vida y de la transcendencia, a interactuar con los demás en reciprocidad, a amar la creación, a pensar de forma libre y crítica, a realizarse en el trabajo, a proyectar el futuro, en una palabra, a ser, pide a las personas consagradas un renovado amor por el compromiso educativo y cultural en la escuela. 83. Los consagrados y consagradas, dejándose transformar por el Espíritu y viviendo en estado de formación permanente, se hacen capaces de ampliar sus horizontes y captar las dimensiones profundas de los acontecimientos[lxx]. La formación permanente se convierte también en la clave para comprender de nuevo la misión educativa en la escuela y desempeñarla de forma adherente a la realidad, tan mutable y a la vez necesitada de intervención competente, tempestiva y profética. La profundización cultural que las personas consagradas están llamadas a cultivar para cualificar la profesionalidad en las disciplinas de su competencia, o en el servicio administrativo o directivo, es un deber de justicia, al que no es posible sustraerse. La participación en la vida de la Iglesia universal y particular compromete a manifestar los lazos de comunión y valorar las orientaciones del Magisterio, sobre todo en lo referente a temas como la vida, la familia, el tema femenino, la justicia social, la paz, el ecumenismo, el diálogo interreligioso. En el clima de pluralismo actual, el Magisterio de la Iglesia es voz que interpreta autorizadamente los fenómenos a la luz del Evangelio. 84. La Congregación para la Educación Católica desea concluir estas reflexiones con un sentido agradecimiento a todas las personas consagradas que trabajan en el campo de la educación escolar. Consciente de la complejidad y a menudo de las dificultades de su cometido, pone de relieve el valor del noble servicio educativo orientado a dar razones de vida y esperanza a las nuevas generaciones, mediante un saber y una cultura elaborados críticamente, sobre el fundamento de una concepción de la persona y la vida inspirada en los valores evangélicos. Toda escuela y todo espacio de educación no formal pueden llegar a ser un nudo de una red más grande que, desde la más pequeña aldehuela hasta la más compleja metrópoli, envuelve el mundo en esperanza. En efecto, en la educación reside la promesa de un futuro más humano y de una sociedad más solidaria. Ninguna dificultad debería alejar a los consagrados y consagradas de la escuela y de la educación en general, cuando la convicción de ser llamados a llevar la Buena Noticia del Reino de Dios a los pobres y pequeños es profunda y vital. Las dificultades y la desorientación actuales, junto con las nuevas perspectivas que se abren en el alba del tercer milenio, son una fuerte llamada a gastar la propia vida educando a las nuevas generaciones en hacerse portadoras de una cultura de comunión que alcance a todo pueblo y toda persona. La motivación primera y, al mismo tiempo, la meta a que tiende el compromiso de toda persona consagrada es encender y alimentar la antorcha de la fe en las jóvenes generaciones, los “vigías del amanecer (cf. Is 21,11-12) en estos albores del nuevo milenio”[lxxi]. El Santo Padre, en el desarrollo de la Audiencia concedida al suscrito Prefecto, ha aprobado el presente documento y ha autorizado su publicación. Roma, 28 de octubre de 2002, XXXVII aniversario de la promulgación de la declaración Gravissimum educationis del Concilio Ecuménico Vaticano II.
Zenon Card. GROCHOLEWSKI
+ Giuseppe PITTAU, S.I.
NOTAS [i] Cf. JUAN PABLO II, Exhort. ap. Vita Consecrata, 25 de marzo de 1996, nn. 72-73, AAS 88 (1996), pp. 447-449. [ii] Cf. JUAN PABLO II, Carta enc. Redemptoris missio, 7 de diciembre de 1990, n. 38, AAS 83 (1991), p. 286. [iii] JUAN PABLO II, Exhort. ap. Vita Consecrata, n. 73, AAS 88 (1996), p. 448. [iv] Cf. SAGRADA CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, La escuela católica, 19 de marzo de 1977; cf. CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, La escuela católica en los umbrales del tercer milenio, 28 de diciembre de 1997. [v] Cf. SAGRADA CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, El laico católico testigo de la fe en la escuela, 15 de octubre de 1982. [vi] Cf. PONTIFICIO CONSEJO DE LA CULTURA, Para una pastoral de la cultura, 23 de mayo de 1999. [vii] JUAN PABLO II, Carta fundacional del Pontificio Consejo de la Cultura, 20 de mayo de 1982, AAS 74 (1982), p. 685. [viii] Cf. JUAN PABLO II, Exhort. ap. Vita Consecrata, n. 96, AAS 88 (1996), p. 471. [ix] CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, Carta circular a los Reverendísimos Superiores Generales, a las Reverendísimas Superioras Generales, y a los Presidentes de las Sociedades de Vida Apostólica con responsabilidad de escuelas católicas, 15 de octubre de 1996, en Enchiridion Vaticanum, vol. 15, p.837. [x] JUAN PABLO II, Exhort. ap. Vita Consecrata, n. 1, AAS 88 (1996), p. 377. [xi] Ibid., n. 65, p. 441. [xii] Ibid., n. 18, p. 391. [xiii] Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, nn. 43-44. [xiv] JUAN PABLO II, Exhort. ap. Vita Consecrata, n. 87, AAS 88 (1996), p. 463. [xv] Cf. JUAN PABLO II, Carta ap. Novo millennio ineunte, 6 de enero de 2001, n. 30, AAS 93 (2001), p.287. [xvi] Ibid., n. 43, p.296. [xvii] JUAN PABLO II, Exhort. ap. Vita Consecrata, n. 96, AAS 88 (1996), p. 472. [xviii] SAGRADA CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, El laico católico testigo de la fe en la escuela, n. 43. [xix] JUAN PABLO II, Exhort. ap. Vita Consecrata, n. 22, AAS 88 (1996), p. 396. [xx] Cf.Ibid., n. 105, p. 481. [xxi] CONGREGACIÓN PARA LOS INSTITUTOS DE VIDA CONSAGRADA Y LAS SOCIEDADES DE VIDA APOSTÓLICA, Caminar desde Cristo, 19 de mayo de 2002, n. 39. [xxii] Ibid., n. 39. [xxiii] CONC. ECUM. VAT. II, Decl. sobre la educación cristiana Gravissimum educationis, Introd. [xxiv] Cf. CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, La escuela católica en los umbrales del tercer milenio, n. 11. [xxv] Cf. PONTIFICIO CONSEJO PARA LAS COMUNICACIONES SOCIALES, Ética en Internet, 22 de febrero de 2002, n. 15. [xxvi] Cf. PONTIFICIO CONSEJO PARA LAS COMUNICACIONES SOCIALES, La Iglesia e Internet, 22 de febrero de 2002, n. 7. [xxvii] Cf. UNESCO, CONFÉRENCE GÉNÉRALE, Résolution adoptée sur le rapport de la Commission V. Séance plénière, 12 de noviembre de 1997. [xxviii] Cf. PABLO VI, Carta enc. Populorum progressio, 26 de marzo de 1967, n. 42, AAS 59 (1967), p. 278. [xxix] CONC. ECUM. VAT. II, Const. past. sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo Gaudium et spes, n. 22. [xxx] Cf. JUAN PABLO II, Carta enc. Redemptoris missio, n. 8, AAS 83 (1991), p. 256. [xxxi] CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, La escuela católica en los umbrales del tercer milenio, n. 14. [xxxii] Cf. JUAN PABLO II, Discurso con ocasión de la sesión plenaria de la Pontificia Academia de las Ciencias, 13 de noviembre de 2000, AAS 93 (2001), pp. 202-206. [xxxiii] CONGREGACIÓN PARA LOS INSTITUTOS DE VIDA CONSAGRADA Y LAS SOCIEDADES DE VIDA APOSTÓLICA, Caminar desde Cristo, n. 30. [xxxiv] Cf. JUAN PABLO II, Homilía con ocasión del Jubileo de las familias, Roma, 15 de octubre de 2000, nn. 4-5, AAS 93 (2001), p. 90. [xxxv] JUAN PABLO II, Exhort. ap. Vita Consecrata, n. 85, AAS 88 (1996), p. 462. [xxxvi] Cf. CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, Dimensión religiosa de la educación en la escuela católica, 7 de abril de 1988, nn. 98-112. [xxxvii] Cf. SAGRADA CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, La escuela católica, n. 31. [xxxviii] Cf.Ibid., nn. 37-48. [xxxix] Cf. PONTIFICIA OBRA PARA LAS VOCACIONES ECLESIÁSTICAS, Nuevas vocaciones para una nueva Europa. Documento final del Congreso sobre las Vocaciones al Sacerdocio y a la Vida Consagrada en Europa, Roma, 5-10 de mayo de 1997, n. 13 b. [xl] CONGREGACIÓN PARA LOS INSTITUTOS DE VIDA CONSAGRADA Y LAS SOCIEDADES DE VIDA APOSTÓLICA, Caminar desde Cristo, n. 31. [xli] Cf.SAGRADA CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, El laico católico testigo de la fe en la escuela, n. 24. [xlii] JUAN PABLO II, Discurso a los docentes universitarios, Roma, 9 de septiembre de 2000, nn. 3, 6, AAS 92 (2000), 863-865. [xliii] SAN JUAN BOSCO, Circolare del 24 gennaio 1883, en CERIA E. (dirigido por), Epistolario di S. Giovanni Bosco, SEI, Turín 1959, Vol. IV, p. 209. [xliv] Cf. PABLO VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi, 8 de diciembre de 1975, n. 36, AAS 68 (1976), p. 29. [xlv] Cf. JUAN PABLO II, Exhort. ap. Christifideles laici, 30 de diciembre de 1988, n. 51, AAS 81 (1989), pp. 492-496. [xlvi] Cf. JUAN PABLO II, Carta ap. Mulieris dignitatem, 15 de agosto de 1988, n. 30, AAS 80 (1988), pp. 1724-1727. [xlvii] Cf. JUAN PABLO II, Exhort. ap. Vita Consecrata, n. 57, AAS 88 (1996), p. 429. [xlviii] CONGREGACIÓN PARA LOS INSTITUTOS DE VIDA CONSAGRADA Y LAS SOCIEDADES DE VIDA APOSTÓLICA, Caminar desde Cristo, n. 29. [xlix] JUAN PABLO II, Diálogo entre las culturas para una civilización del amor y la paz, Mensaje para la Jornada mundial de la paz, 1 de enero de 2001, n. 10, AAS 93 (2001), p. 239. [l] Ibid., n. 8, p. 238. [li] Cf. JUAN PABLO II, Insegnamenti,XVIII/2, 1995, pp. 730-744. [lii] CONC. ECUM. VAT. II, Decl. sobre la educación cristiana Gravissimum educationis, n. 9. [liii] Cf. JUAN PABLO II, Carta ap. Tertio millennio adveniente, 10 de noviembre 1994, n. 51, AAS 87 (1995), p. 36. [liv] Cf. por ejemplo OFFICE INTERNATIONAL POUR L’ENSEIGNEMENT CATHOLIQUE (OIEC), Déclaration de la XIVème Assemblée Générale, Roma, 5 de marzo de 1994. [lv] CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, Dimensión religiosa de la educación en la escuela católica, n. 19. [lvi] Cf. PABLO VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi, n. 69, AAS 68 (1976), p. 58. [lvii] JUAN PABLO II, Exhort. ap. Vita Consecrata, n. 62, AAS 88 (1996), 437. [lviii] JUAN PABLO II, Discurso a los gobernantes y parlamentarios, Roma, 4 de noviembre de 2000, n. 2, AAS 93 (2001), p. 167. [lix] Por ejemplo, las Naciones Unidas han promovido la Década internacional de la cultura de paz y no violencia, (2000-2010). [lx] NACIONES UNIDAS, Résolution 53/243: Déclaration et Programme d’action sur une culture de la paix, 6 de octubre de 1999. [lxi] Ibid., A, art. 1; art. 4. [lxii] Cf.Ibid., B, art. 9. [lxiii] JUAN PABLO II, Diálogo entre las culturas para una civilización del amor y la paz, Mensaje para Jornada mundial de la paz, 1 de enero de 2001, n. 20, AAS 93 (2001), p. 245. [lxiv] JUAN PABLO II, En el respeto de los derechos humanos el secreto de la paz verdadera, Mensaje para la Jornada mundial de la paz, 1 de enero de 1999, n. 11, AAS 91 (1999), p. 385. [lxv] CONGREGACIÓN PARA LOS INSTITUTOS DE VIDA CONSAGRADA Y LAS SOCIEDADES DE VIDA APOSTÓLICA, La vida fraterna en comunidad, 2 de febrero de 1994, n. 57, en Enchiridion Vaticanum vol. XIV, p. 265. [lxvi] Cf. CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, La escuela católica en los umbrales del tercer milenio, n. 21. [lxvii] Cf. JUAN PABLO II, Exhort. ap. Vita Consecrata, n. 97, AAS 88 (1996), p. 473. [lxviii] Ibid., n. 96, p. 472. [lxix] Cf. JUAN PABLO II, Carta ap. Novo millennio ineunte, n. 19, AAS 93 (2001), 278-279. [lxx] Cf. JUAN PABLO II, Exhort. ap. Vita Consecrata, n. 98, AAS 88 (1996), p. 474. [lxxi] JUAN PABLO II, Carta ap. Novo millennio ineunte, n. 9, AAS 93 (2001), 272.
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