CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS COMENTARIO AL DECRETO IN MISSA IN CENA DOMINI OS HE DADO EJEMPLO Con el decreto In Missa in cena Domini, la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, por disposición del Papa, ha retocado la rúbrica del Missale Romanum respecto al lavatorio de los pies (p. 300 n.11), ligada, de modo diverso y desde hace siglos al Jueves Santo y que, desde la reforma litúrgica de la Semana Santa de 1955, puede realizarse también en la Misa vespertina que inaugura el Triduo Pascual. A la luz del evangelio de Juan, el rito adquiere tradicionalmente un doble valor: imitativo del que Jesús hizo en el Cenáculo lavando los pies a los apóstoles y expresivo del don de sí mismo, significado por este gesto de siervo. No sorprende que fuera llamado Mandatum, por el íncipit de la primera antífona que lo acompañaba: «Mandatum novum do vobis, ut diligatis invicem, sicut dilexi vos, dicit Dominus» (Jn 13,14). En efecto, el mandamiento del amor fraterno compromete a todos los discípulos de Jesús, sin distinción o excepción alguna. Un antiguo ordo del s. VII decía ya: «Pontifex suis cubicularibus pedes lavat et unusquisque clericorum in domo sua». Aplicado de modo diverso en las diferentes diócesis y abadías, aparece también en el Pontifical Romano del s. XII después de las Vísperas del Jueves santo, y en las costumbres de la Curia Romana del s. XIII («facit mandatum duodecim subdiáconos»). El Mandatum se describe así en el Missale Romanum de san Pío V (1570): «Post denudationem altarium, hora competenti, facto signo cum tabula, conveniunt clerici ad faciendum mandatum. Maior abluit pedes minoribus: tergit et osculatur». Se desarrolla mientras se canta las antífonas, la última de las cuales es Ubi caritas, se concluye con el Pater noster y con una oración que vincula el mandamiento del servicio con la purificación de los pecados: «Adesto, Domine, quaesumus, officio servitutis nostrae: et quia tu discipulis tuis pedes lavare dignatus es, ne despicias opera manuum tuarum, quae nobis retinenda mandasti: ut sicut hic nobis, et a nobis exteriora abluuntur inquinamenta; sic a te ómnium nostrum interiora laventur peccata. Quod ipse praestare digneris, qui vivis et regnas, Deus, per omnia saecula saeculorum». La acción es reservada al clero («conveniunt clerici»), a la luz del evangelio escuchado en la Misa matutina; al faltar la indicación de los «doce» podría hacer pensar que lo importante no es solo hacer mímesis de lo que hizo Jesús en el Cenáculo, sino poner en práctica el valor ejemplar, siempre actual para sus discípulos. La descripción «De Mandato seu lotione pedum» en el Caeremoniale Episcoporum de 1600 es más detallada. Se menciona la práctica (después de las Vísperas o en la comida, en la iglesia o en la sala capitular o en un lugar idóneo) del Obispo de lavar, secar y besar los pies a «trece» pobres, después de haberlos vestido y dado de comer, añadiendo al final una limosna, o también a trece canónigos, según las costumbres locales y el deseo del Obispo, que puede preferir los pobres incluso donde es costumbre que sean los canónigos: «videtur enim eo pacto maiorem humilitatem, et charitatem prae se ferre, quam lavare pedes Canonicis». Así pues, reservada al clero, sin excluir los usos locales que contemplan pobres o niños (por ejemplo, el Missale Parisiense), el lavatorio de los pies es un gesto significativo, pero no para la totalidad del pueblo de Dios. El Caeremoniale Episcoporum lo prescribía expresamente para las catedrales y las colegiatas. Con la reforma de Pío XII, que ha devuelto la Missa in cena Domini a la tarde, el lavatorio de los pies, por motivos pastorales, puede realizarse en la misma Misa, después de la homilía, para «duodecim viros selectos», dispuestos «in medio presbyterii vel in ipsa aula ecclesiae», a los que el celebrante lava y seca los pies (no se menciona el beso). Se ha superado ya el sentido demasiado clerical y reservado, se desarrolla en asamblea pública y las indicaciones de «doce hombres» manifiesta explícitamente que se trata de un signo imitativo, casi una sagrada representación, que ayuda a comprender lo que Jesús ha realizado el primer Jueves santo. El Missale Romanum de 1970 retomó el rito recién reformado, simplificando algunos elementos: se omite el número «doce», se dice que se realice «in loco apto», omite una antífona y se aligeran otras, se vincula el Ubi caritas a la procesión de los dones, se excluye la parte conclusiva (Pater noster, versículos y oraciones), herencia de un acto privado, fuera de la Misa. Sin embargo, permanecía reservado solo a «viri» por el valor mimético. El cambio actual prevé que sean designadas personas elegidas entre todos los miembros del pueblo de Dios. El valor se relaciona ahora no tanto con la imitación exterior de lo que Jesús ha hecho, sino con el significado de lo que ha realizado, que tiene una relevancia universal, es decir, darse «hasta el extremo» para la salvación del género humano, su caridad que abraza a todos y hermana a todos practicando su ejemplo. El exemplum que nos ha dado para que también nosotros hagamos como él (cf. Jn 13,14-15), quiere hacer comprender, más allá de lavar físicamente los pies a otro, todo lo que expresa este gesto como servicio de amor tangible por el prójimo. Todas las antífonas propuestas en el Missale durante el lavatorio de los pies recuerdan e ilustran este significado del gesto, tanto para quien lo hace como para quien lo recibe, para quien lo sigue con la mirada y lo interioriza mediante el canto. El lavatorio de los pies no es obligatorio en la Missa in cena Domini. Son los pastores quienes tienen que valorar la conveniencia, según las circunstancias y razones pastorales, de modo que no se convierta en algo automático o artificial, privado de significado y reducido a un elemento escénico. Tampoco debe convertirse en algo tan importante que atraiga toda la atención de la Misa en la cena del Señor, celebrada en el «día santo en que nuestro Señor Jesucristo fue entregado por nosotros» (Communicantes propio del Canon Romano); en las indicaciones para la homilía, se recuerda la peculiaridad de esta Misa, conmemorativa de la institución de la Eucaristía, del orden sacerdotal y del mandamiento nuevo del amor fraterno, suprema ley para todos y hacia todos en la Iglesia. Compete a los pastores elegir un pequeño grupo de personas representativas de todo el pueblo de Dios –laicos, ministros ordenados, casados, célibes, religiosos, sanos y enfermos, niños, jóvenes y ancianos– y no solo de una categoría o condición. Compete a quien ha sido elegido ofrecer su disponibilidad con sencillez. Compete a quien debe cuidar de la celebraciones litúrgicas preparar y disponer cada cosa para ayudar a todos y a cada uno a participar fructuosamente de este momento: la anámnesis del mandamiento nuevo escuchado en el evangelio es la vida de todo discípulo del Señor. +Arthur Roche Arzobispo Secretario de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos |