Pontifical Council for the Pastoral Care of Migrants and Itinerant People People on the MoveN° 110, August 2009
Mensaje del Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes a los Participantes en el II Congreso Ibero-Americano de Destinos Religiosos y el V Congreso Internacionalde Ciudades-Santuario*
Al celebrarse en la ciudad de Ourém (Portugal) el II Congreso Ibero-Americano de Destinos Religiosos y el V Congreso Internacional de Ciudades Santuario, del 4 al 6 de junio del presente, me es grato poder enviarles mis mejores votos por el éxito de este evento. El fenómeno de la peregrinación y del turismo religioso, que en el Santuario suele encontrar su meta, es una realidad compleja, rica y polivalente, que requiere en consecuencia la colaboración entre la Iglesia y los entes civiles, educativos, socio-económicos y profesionales implicados. Y en este contexto, los Congresos mencionados brindan una importante oportunidad para el diálogo, la cooperación o el intercambio de conocimientos y experiencias. El Santuario contiene elementos culturales y artísticos que manifiestan la idiosincrasia de la gente del lugar, asumen su cultura, reflejan su trayectoria histórica, y forman parte de su tradición e identidad, pudiendo ser considerados como un reflejo del alma de ese pueblo. Al mismo tiempo, debemos reconocer su impacto en el entramado urbanístico y paisajístico, en el ámbito económico y en el mundo laboral. Pero si bien todos estos rasgos son importantes, pienso que no podemos realizar una interpretación errónea, pretendiendo reducir la peregrinación o el Santuario a un simple hecho cultural, social, folklórico o económico. Si bien reconocemos que en ellos se encuentran presentes todos estos diversos componentes, no todos deben ser considerados en el mismo nivel. Debemos afirmar que la peregrinación y el Santuario son, ante todo y sobre todo para nosotros, una expresión religiosa, una manifestación de la fe. En ellos, el elemento religioso aparece como el originante, primordial e integrador, mientras que los demás deberán estar en función de éste. El Siervo de Dios Juan Pablo II advirtió de este peligro reductivo cuando afirmó que desligar la manifestación de religiosidad popular de las raíces evangélicas de la fe, reduciéndola a mera expresión folklórica o costumbrista sería traicionar su verdadera esencia[1]. Una de las características fundamentales de la fe cristiana, y que se subraya singularmente en la piedad popular, es el convencimiento de que el Dios Creador y Redentor sigue actuando en la historia[2], tanto en la del mundo como en la historia particular de cada ser humano y de cada sociedad. El Santuario, en cuanto lugar religioso, aparece en esta perspectiva como signo de la experiencia de la presencia activa y salvífica de Dios en la historia, como expresión de una fe situada en el espacio concreto, convirtiéndose por ello en lugar de memoria, presencia y evocación especial de las magnalia Dei. En él, como nueva Tienda del Encuentro[3], se establece una relación de presencia, transformándolo en espacio privilegiado para el encuentro con Dios, casa de oración, lugar de reunión litúrgica para la comunidad cristiana y ámbito de fortalecimiento de la fe. Así, el santuario es signo seguro de la presencia del Dios que actúa en medio de su pueblo, porque en él, a través de su Palabra y de sus Sacramentos, Él se comunica a nosotros[4]. Por todo ello, es necesario tutelar la identidad y particularidad del Santuario[5], reconociendo el motivo peculiar de piedad que atrae a los peregrinos, estableciendo los modos de favorecer esa devoción y, a través de ella, potenciar el culto y el crecimiento espiritual de los fieles[6]. Con palabras del documento El Santuario, memoria, presencia y profecía del Dios vivo, publicado por nuestro Dicasterio, podemos afirmar que el santuario no es sólo una obra humana, sino también un signo visible de la presencia del Dios invisible. Por esto, se exige una oportuna convergencia de esfuerzos y una adecuada conciencia de las funciones y de las responsabilidades de los protagonistas de la pastoral de los santuarios, precisamente para favorecer el pleno reconocimiento y la acogida fecunda del don que el Señor hace a su pueblo a través de cada santuario[7]. Que este deseo oriente tanto los trabajos de estas jornadas como vuestra dedicación cotidiana. Que con humildad y respeto, descalzándoos como Moisés ante la zarza ardiente[8], os adentréis en esta realidad sagrada donde se sigue produciendo el encuentro vivificador entre Dios y su pueblo, sin olvidar la realidad de hoy. Nuestro saludo a todos los presentes y nuestro sincero agradecimiento a las personas y entes que con su dedicación y entrega generosa han hecho posible la realización de estos Congresos. Que Santa María, la Virgen de Fátima, Señora más brillante que el sol, santuario vivo del Verbo de Dios, bajo cuya mirada se desarrollan los trabajos de estos días, bendiga vuestros esfuerzos y guíe nuestros pasos peregrinos hacia el encuentro con Cristo, el Santuario definitivo.
Ciudad del Vaticano, 31 de mayo de 2009 Solemnidad de Pentecostés
X Antonio Maria Vegliò Presidente
X Agostino Marchetto Arzobispo Secretario * Ourém, Portugal, 4-6 junio 2009.[1] Juan Pablo II, Discurso al final de la celebración mariana en el Santuario de Nuestra Señora del Rocio, Ayamonte (España), 14 junio 1993, n. 3: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, XVI/1 (1993), Libreria Editrice Vaticana, Città del Vaticano 1995, p. 1532. [2] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática Dei Verbum sobre la divina Revelación, n. 2. [3] Cfr. Ex 29, 42-46; Ex 33, 7-11. [4] Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes, El Santuario, memoria, presencia y profecía del Dios vivo, 8 mayo 1999, n. 11: LOsservatore Romano, n. 119 (42.156), 26 maggio 1999, Supplemento, p. IV. [5] Cfr. Código de Derecho Canónico, c. 1232, § 2. [6] Cfr. Ibidem, c. 1234. [7] Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes, El Santuario, memoria, presencia y profecía del Dios vivo, 8 mayo 1999, n. 17: LOsservatore Romano, n. 119 (42.156), 26 maggio 1999, Supplemento, p. VI. [8] Cfr. Ex 3, 5.
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