The Holy See
back up
Search
riga

  DISCURSO DEL DECANO
DEL CUERPO DIPLOMÁTICO ANTE LA SANTA SEDE,
SR.
LUIS AMADO BLANCO, EMBAJADOR DE CUBA*

Sábado 11 de enero de 1969

 

Santidad:

He aquí un nuevo año, un nuevo capitulo para la Historia del Hombre, una interrogación para todas las gentes de la tierra. Un año más y un año menos de vida en la cuenta particular de cada ser humano, asomado a la futura seguridad de la propia, muerte. Y he aquí también, y por ventura, una ocasión más, para que el Cuerpo Diplomático reunido alrededor de la Silla de Pedro presente gozosamente a Vuestra Santidad el cálido homenaje de su ferviente adhesión por la extraordinaria labor desarrollada en este año que acaba de desaparecer en el engranaje misterioso del tiempo.

En realidad formamos algo así como una familia atraída por la afabilidad y sabiduría del Padre, y es por lo tanto natural que nos reunamos en esta época navideña bajo el signo esplendoroso de la esperanza, al término de estos dulces evocadores días navideños en los que los mejores ímpetus del hombre salen de nosotros en busca de nuestros hermanos.

Está ahí, muy cerca, pero a pesar de eso debemos apuntar muy emotiva y fervorosamente, que este año de 1968 pasado, igual que este de 1969 que comienza, se nos hicieron presentes en nuestras conciencias bajo el signo de la Paz, gracias a la Gran Jornada establecida por Vuestra Santidad en busca de un hermoso camino para la Historia. Europa, América, Oceanía, Asia y África se sintieron ya por dos veces conmovidas por el caluroso llamamiento que remueve los más nobles resortes de las gentes. Y no sólo por el pánico de un desafío atómico posible, sino por esas contiendas que se suelen llamar locales y que ensangrientan la carne y la conciencia de los hombres de buena voluntad. Aún tenemos guerra en el Vietnam, pero las partes que juegan un papel principal se han sentado por fortuna a la mesa de la conversación y de los tratados honorables. Sus nobilísimas intervenciones, Santo Padre, no han podido ser olvidadas. En el transcurso de los años se han repetido una y otra vez en las circunstancias más cruciales y conflictivas. Y cuando se llegue al venturoso fin, y se haga el balance de las aportaciones redentoras, de los máximos desvelos prodigados, nadie podrá olvidar el incalculable aporte de Vuestra Santidad para el feliz arribo de esta conquista, liberadora de innumerables pesadillas.

En fin, la actividad desplegada por Vuestra Santidad durante el año 1968 ha sido tan amplia, tan excepcional, tan preocupada de tantos problemas y cada uno de ellos, que resulta imposible resumirlos en estas palabras que deben ser forzosamente breves. Por primera vez en la Historia, un Pontífice pasa el mar tenebroso de Cristóbal Colón para posarse en Tierra Latino-Americana. Sus palabras de aliento para los pobres de este mundo que tanto amó Jesús, han de dar su fruto. La dramaticidad sus admoniciones y advertencias el mundo las tiene vivas en sus mentes: «Nos seguiremos defendiendo vuestra causa. Podemos afirmar y confirmar los principios de los cuales dependen las soluciones prácticas. Continuaremos proclamando vuestra dignidad humana y cristiana. Vuestra existencia tiene un valor de primera importancia. Vuestra persona es sagrada. Vuestra pertenencia a la familia humana debe ser reconocida, sin discriminación, en un plano de hermandad».

Nosotros guardamos también en nuestros corazones las elevadas, justas y admonitorias palabras de Vuestra Santidad, tan límpidamente expresadas en aquella su inolvidable Encíclica «Populorum Progressio», y sabemos muy bien, Santo Padre, que todos sus diarios discursos, que todos sus augustos desvelos, que todos sus viajes y presencias en este Continente, en Asia, en Medio Oriente, en las Naciones Unidas, en Sud-América – que el Cuerpo Diplomático aquí presente ha seguido con una curiosa mezcla de ansiedad y de júbilo – no son otra cosa que tiempos distintos de una misma, larga, espinosa, difícil batalla que Vuestra Santidad emprende con singular valor y muy particular audacia en contra del egoísmo del hombre y el egoísmo de las naciones. «Amaos los unos a los otros como yo os he amado», dijo Jesús, resumiendo su doctrina de amor y de concordia. «Paz, dignidad y justicia», proclama Vuestra Santidad, expresando el mismo, exacto concepto. Porque ¿cómo puede ser posible la Paz sin el previo, sincero amor entre los hombres?

Pero la labor de Vuestra Santidad en favor de la Paz no es la única que ocupa su diligente atención. Debe afrontar también y principalmente los innumerables problemas del gobierno de la Iglesia y nosotros estamos muy conscientes de la singular dificultad que encierra semejante tarea en el mundo de nuestros días.

Ciertamente, seguro de interpretar los sentimientos de todos mis Colegas, yo ruego a Vuestra Santidad se sirva aceptar nuestra presencia colectiva hoy aquí en torno a la Silla de Pedro, como una humilde pero vigorosa asistencia espiritual a los esfuerzos sin descanso de Vuestra Santidad, por una vida mejor y más digna que alcance a la humanidad entera.


*L' Osservatore Romano. El Observador Romano. Edición semanal en lengua castellana. Buenos Aires, n°3 p.3, 4.

 

top