CARTA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
EN EL 150º ANIVERSARIO DE FUNDACIÓN
DE L'OSSERVATORE ROMANO
Al ilustrísimo señor
Profesor Giovanni Maria Vian
Director de «L’Osservatore Romano»
Para un periódico diario ciento cincuenta años de vida son un período realmente considerable, un largo y significativo camino lleno de alegrías, de dificultades, de compromiso, de satisfacciones y de gracia. Por tanto, este importante aniversario de «L’Osservatore Romano» —cuyo primer número salió con fecha de 1 de julio de 1861— es ante todo motivo de acción de gracias a Dios pro universis beneficiis suis; es decir, por todo lo que su Providencia ha dispuesto en este siglo y medio, durante el cual el mundo ha cambiado profundamente, y por lo que dispone hoy, cuando los cambios son continuos y cada vez más rápidos, sobre todo en el campo de la comunicación y de la información.
Al mismo tiempo, este feliz aniversario brinda también la ocasión para algunas reflexiones sobre la historia y el papel de ese periódico, llamado habitualmente «el diario del Papa». Así pues —como dijo Pío XI, de venerada memoria, en 1936, hace exactamente setenta y cinco años—, se nos invita a «analizar, por una parte, el camino recorrido y, por otra, el que queda por recorrer», subrayando sobre todo la singularidad y la responsabilidad de un diario que desde hace un siglo y medio da a conocer el Magisterio de los Papas y es uno de los instrumentos privilegiados al servicio de la Santa Sede y de la Iglesia.
«L’Osservatore Romano» surgió en un contexto difícil y decisivo para el Papado, con la conciencia y la voluntad de defender y sostener las razones de la Sede Apostólica, que parecía amenazada por fuerzas hostiles. Fundado por iniciativa privada con el apoyo del Gobierno pontificio, este folio vespertino se definió «político-religioso», proponiéndose como objetivo la defensa del principio de justicia, con la convicción, fundada en la palabra de Cristo, de que el mal no tendrá la última palabra. Ese objetivo y esa convicción se expresaron con los dos célebres lemas latinos —el primero, tomado del derecho romano; y el segundo, del texto evangélico— que, desde el primer número de 1862, se leen bajo su cabecera: Unicuique suum y, sobre todo, Non praevalebunt (Mt 16, 18).
En 1870 el fin del poder temporal —percibido luego como providencial a pesar de atropellos y actos injustos sufridos por el Papado— no arrastró consigo a «L’Osservatore Romano», ni hizo inútiles su presencia y su función. Más aún, quince años más tarde, la Santa Sede decidió adquirir su propiedad. El control directo del diario por parte de la autoridad pontificia aumentó con el tiempo su prestigio y autoridad, que crecieron ulteriormente a continuación, sobre todo por la línea de imparcialidad y valentía mantenida frente a las tragedias y los horrores que marcaron la primera mitad del siglo XX, eco «fiel de una institución internacional y supranacional», como escribió el cardenal Gasparri en 1922.
Se sucedieron entonces acontecimientos trágicos: la primera guerra mundial, que devastó Europa cambiando su rostro; la consolidación de los totalitarismos, con ideologías nefastas que negaban la verdad y oprimían al hombre; y, por último, los horrores del Holocausto y de la segunda guerra mundial. En esos años tremendos, y luego durante el período de la guerra fría y de la persecución anticristiana llevada a cabo por los regímenes comunistas en muchos países, a pesar de la escasez de medios y de fuerzas, el diario de la Santa Sede supo informar con honradez y libertad, sosteniendo la obra valiente de Benedicto XV, de Pío XI y de Pío XII en defensa de la verdad y de la justicia, único fundamento de la paz.
De la segunda guerra mundial «L’Osservatore Romano» pudo así salir con la cabeza alta, como enseguida reconocieron voces laicas autorizadas y como en 1961, con ocasión del centenario del diario, escribió el cardenal Montini, que dos años después llegaría a ser Papa con el nombre de Pablo VI: «Sucedió como cuando en una sala se apagan todas las luces, y sólo queda encendida una: todas las miradas se dirigen hacia la que quedó encendida; y por suerte esa era la luz vaticana, la luz serena y flameante, alimentada por la luz apostólica de Pedro. “L’Osservatore” se presentó entonces como lo que, en esencia, es siempre: un faro orientador».
En la segunda mitad del siglo XX el diario comenzó a circular en todo el mundo a través de una serie de ediciones periódicas en distintas lenguas, que ya no se imprimen sólo en el Vaticano: actualmente son ocho, entre las cuales, desde 2008, también la versión en malayalam publicada en la India, la primera enteramente en caracteres no latinos. A partir de ese mismo año, en una época difícil para los medios de comunicación tradicionales, la difusión está sostenida por la unión con otras cabeceras en España, en Italia y en Portugal, y ahora también por una presencia en internet cada vez más eficaz.
Diario «singularísimo» por sus características únicas, «L’Osservatore Romano», en este siglo y medio, ante todo ha dado cuenta del servicio prestado a la verdad y a la comunión católica por parte de la Sede del Sucesor de Pedro. Así, el periódico ha recogido puntualmente las intervenciones pontificias, ha seguido los dos Concilios celebrados en el Vaticano y las numerosas Asambleas sinodales, expresión de la vitalidad y de la riqueza de dones de la Iglesia, pero no se ha olvidado nunca de evidenciar también la presencia, la obra y la situación de las comunidades católicas en el mundo, que a veces viven en condiciones dramáticas.
En este tiempo —marcado a menudo por la falta de puntos de referencia y por la exclusión de Dios del horizonte de muchas sociedades, incluso de antigua tradición cristiana— el periódico de la Santa Sede se presenta como un «diario de ideas», como un órgano de formación y no sólo de información. Por eso debe saber mantener fielmente la tarea llevada a cabo en este siglo y medio, con atención también al Oriente cristiano, al irreversible compromiso ecuménico de las diversas Iglesias y comunidades eclesiales, a la búsqueda constante de amistad y colaboración con el judaísmo y con las demás religiones, al debate y a la confrontación cultural, a la voz de las mujeres y a los temas bioéticos que plantean cuestiones decisivas para todos. Continuando la apertura a nuevas firmas —entre ellas las de un número cada vez mayor de colaboradoras— y acentuando la dimensión y el alcance internacionales presentes desde los orígenes del periódico, después de ciento cincuenta años de una historia de la que puede sentirse orgulloso, «L’Osservatore Romano» sabe expresar así la cordial amistad de la Santa Sede hacia la humanidad de nuestro tiempo, en defensa de la persona humana creada a imagen y semejanza de Dios y redimida por Cristo.
Por todo esto, deseo expresar mi gratitud a todos los que, desde 1861 hasta hoy, han trabajado en el diario de la Santa Sede: a los directores, a los redactores y a todo el personal. A usted, señor director, y todos los que colaboran actualmente en este entusiasmante, comprometedor y benemérito servicio a la verdad y a la justicia, así como a los bienhechores y a los que lo sostienen, aseguro mi constante cercanía espiritual y les envío de corazón una especial bendición apostólica.
Vaticano, 24 de junio de 2011
BENEDICTUS PP. XVI
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