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MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
PARA LA JORNADA MUNDIAL DEL EMIGRANTE Y EL REFUGIADO
(13 de enero de 2008)

Los jóvenes migrantes

 

Queridos hermanos y hermanas:

El tema de la Jornada Mundial del Emigrante y el Refugiado invita este año a reflexionar en particular sobre los jóvenes migrantes. En efecto, las crónicas diarias hablan con frecuencia de ellos. El amplio proceso de globalización del mundo lleva consigo una necesidad de movilidad que impulsa también a muchos jóvenes a emigrar y a vivir lejos de sus familias y de sus propios países. Como consecuencia de esto, la juventud dotada de los mejores recursos intelectuales abandona a menudo los países de origen, mientras en los países que reciben a los migrantes rigen normas que dificultan su efectiva integración. De hecho, el fenómeno de la emigración va aumentando siempre más y abarca un gran número de personas de todas las condiciones sociales. Por consiguiente, con razón, las instituciones públicas, las organizaciones humanitarias y también la Iglesia católica dedican muchos de sus recursos para atender a estas personas en dificultad.

Los jóvenes migrantes son particularmente sensibles a la problemática constituida por la denominada “dificultad de la doble pertenencia”: por un lado, sienten vivamente la necesidad de no perder la cultura de origen, mientras, por el otro, surge en ellos el comprensible deseo de insertarse orgánicamente en la sociedad que los acoge, sin que esto, no obstante, implique una completa asimilación y la consiguiente pérdida de las tradiciones ancestrales. Entre esa juventud están las jóvenes, más fácilmente víctimas de la explotación, de chantajes morales e incluso de toda clase de abusos. ¿Qué decir de los adolescentes, de los menores no acompañados, que constituyen una categoría en peligro entre los que solicitan asilo? Estos chicos y chicas terminan con frecuencia en la calle, abandonados a sí mismos y víctimas de explotadores sin escrúpulos que, más de una vez, los transforman en objeto de violencia física, moral y sexual.

Si observamos más de cerca el sector de los migrantes forzosos, de los refugiados, de los prófugos y de las víctimas del tráfico de seres humanos, encontramos, desafortunadamente, muchos niños y adolescentes. A este respecto, es imposible callar ante las imágenes desgarradoras de los grandes campos de prófugos y de refugiados, presentes en distintas partes del mundo. ¿Cómo no pensar que esos pequeños seres han llegado al mundo con las mismas, legítimas esperanzas de felicidad que los otros? Y, al mismo tiempo, ¿cómo no recordar que la infancia y la adolescencia son fases de fundamental importancia para el desarrollo del hombre y de la mujer, y requieren estabilidad, serenidad y seguridad? Estos niños y adolescentes han tenido como única experiencia de vida los “campos” de permanencia obligatoria, donde se hallan segregados, lejos de los centros habitados y sin la posibilidad de ir normalmente a la escuela. ¿Cómo pueden mirar con confianza hacia su propio futuro? Es cierto que se está haciendo mucho por ellos, pero es verdad también que es necesario dedicarse aún más a ayudarles, mediante la creación de estructuras idóneas de acogida y de formación.

Desde esta perspectiva, precisamente, se plantea la siguiente pregunta: ¿cómo responder a las expectativas de los jóvenes migrantes? ¿Qué hacer para satisfacerlas? Desde luego, hay que contar, en primer lugar, con el apoyo de la familia y de la escuela. Pero, ¡cuán complejas son las situaciones, y numerosas las dificultades que encuentran estos jóvenes en sus contextos familiares y escolares! En las familias se han olvidado los papeles tradicionales que existían en los países de origen y se asiste con frecuencia a un choque entre los padres, que han permanecido anclados a la propia cultura, y los hijos, aculturados con gran rapidez en los nuevos contextos sociales. No hay que descuidar, sin embargo, el esfuerzo que los jóvenes deben realizar para insertarse en los itinerarios educativos vigentes en los países que los acogen. El mismo sistema escolar, por tanto, debería tener en cuenta su situación y prever, para los jóvenes inmigrados, caminos específicos formativos de integración, apropiados a sus necesidades. Será muy importante, también, tratar de crear en las aulas un clima de respeto recíproco y diálogo entre todos los alumnos, sobre la base de los principios y valores universales que son comunes a todas la culturas. El empeño de todos ─docentes, familias y estudiantes─ contribuirá, ciertamente, a ayudar a los jóvenes migrantes a afrontar del mejor modo posible el desafío de la integración y les dará la posibilidad de adquirir todo aquello que puede ser provechoso para su formación humana, cultural y profesional. Esto vale aún más para los jóvenes refugiados, para los que habrá que preparar programas adecuados, tanto en el ámbito escolar como en el del trabajo, con el objeto de garantizarles una preparación, proporcionándoles las bases necesarias para una correcta integración en el nuevo mundo social, cultural y profesional.

La Iglesia considera con especial atención el mundo de los migrantes y pide a los que han recibido en sus países de origen una formación cristiana que hagan fructificar ese patrimonio de fe y de valores evangélicos para que se pueda dar un testimonio coherente en los distintos contextos existenciales. Por esto, precisamente, invito a las comunidades eclesiales de llegada a que acojan cordialmente a los jóvenes y a los pequeños con sus padres, tratando de comprender sus vicisitudes y de favorecer su integración.

Existe, además, entre los migrantes, como ya lo escribí en el Mensaje del año pasado, una categoría que se ha de tener especialmente en cuenta, a saber, la de los estudiantes de otros países que, por motivos de estudio se encuentran lejos de casa. Su número aumenta continuamente; son jóvenes que necesitan una pastoral específica porque no sólo son estudiantes, como todos, sino también migrantes temporales. A menudo se sienten solos, bajo la presión del estudio, y a veces oprimidos por las dificultades económicas. La Iglesia, con materna solicitud, los mira con afecto y procura realizar intervenciones específicas, pastorales y sociales, que tengan en cuenta los grandes recursos de su juventud. Es preciso, igualmente, ayudarles a abrirse al dinamismo de la dimensión intercultural, enriqueciéndose al estar en contacto con otros estudiantes de culturas y religiones distintas. Para los jóvenes cristianos, esta experiencia de estudio y de formación puede ser un campo útil para madurar su fe, estimulada a abrirse a ese universalismo que es elemento constitutivo de la Iglesia católica.

Queridos jóvenes migrantes: preparaos a construir, con vuestros coetáneos, una sociedad más justa y fraterna, cumpliendo escrupulosamente y con seriedad vuestros deberes con vuestras familias y con el Estado. Respetad las leyes y no os dejéis llevar nunca por el odio y la violencia. Procurad, más bien, ser protagonistas, desde ahora, de un mundo donde reinen la comprensión y la solidaridad, la justicia y la paz. En particular a vosotros, jóvenes creyentes, os pido que aprovechéis el tiempo de vuestros estudios para crecer en el conocimiento y en el amor a Cristo. Jesús quiere que seáis verdaderos amigos suyos y por esto es necesario que cultivéis constantemente una íntima relación con Él en la oración y en la dócil escucha de su Palabra. Él quiere que seáis sus testigos y por eso es preciso que os comprometáis a vivir con valor el Evangelio, traduciéndolo en gestos concretos de amor a Dios y de servicio generoso a los hermanos. La Iglesia también os necesita y cuenta con vuestra aportación. Podéis desarrollar una función providencial en el actual contexto de la evangelización. Originarios de culturas distintas, pero unidos todos por la pertenencia a la única Iglesia de Cristo, podéis mostrar que el Evangelio está vivo y es apropiado para cada situación; es un mensaje antiguo y siempre nuevo; Palabra de esperanza y de salvación para los hombres de todas las razas y culturas, de todas las edades y de todas las épocas.

A María, Madre de toda la humanidad, y a José, su castísimo esposo, ambos prófugos con Jesús en Egipto, les encomiendo cada uno de vosotros, vuestras familias, los que trabajan, de distintos modos, en vuestro amplio mundo de jóvenes migrantes, los voluntarios y los agentes de pastoral que os acompañan con su disponibilidad y su apoyo de amigos.

Que el Señor esté siempre cerca de vosotros y de vuestras familias, para que, juntos, podáis superar los obstáculos y las dificultades materiales y espirituales que encontráis en vuestro camino. Acompaño estos votos con una especial Bendición Apostólica para cada uno de vosotros y para las personas que os rodean.

Vaticano, 18 de octubre, 2007

BENEDICTO PP. XVI



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