MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
CON OCASIÓN DE LA XIII SESIÓN PÚBLICA
DE LAS ACADEMIAS PONTIFICIAS
Al venerado hermano
Monseñor Gianfranco Ravasi
Presidente del Consejo pontificio
para la cultura
Me complace enviarle a usted y al Consejo de coordinación de las Academias pontificias mi cordial saludo con ocasión de la sesión pública anual, cita tradicional para dar relieve a las actividades promovidas con empeño y generosa dedicación por cada una de las Academias, y momento de encuentro y de comunión entre diversas Instituciones animadas por un objetivo común: servir a la persona humana, para que resalten su esplendor y sus responsabilidades, su armonía y su misión. Extiendo mi saludo a los señores cardenales, a los obispos, a los sacerdotes, a los señores embajadores y a los representantes de cada Academia pontificia reunidos para este acto solemne y familiar.
Para esta decimotercera sesión pública de las Academias pontificias, la insigne Academia pontificia de Bellas Artes y Letras de los Virtuosos en el Panteón, que este año organiza el acontecimiento, ha elegido como tema: "Universalidad de la belleza: estética y ética en confrontación". Se trata de un tema muy significativo para profundizar la relación, o mejor, el diálogo entre estética y ética, entre belleza y actuar humano, diálogo tan necesario como quizás olvidado o eludido.
No sólo el actual debate cultural y artístico, sino también la realidad cotidiana nos vuelven a proponer la necesidad y la urgencia de un renovado diálogo entre estética y ética, entre belleza, verdad y bondad. Efectivamente, en diversos niveles emerge dramáticamente la separación, e incluso la contraposición, entre las dos dimensiones: la de la búsqueda de la belleza, aunque comprendida reductivamente como forma exterior, como apariencia que se ha de perseguir a toda costa, y la de la verdad y la bondad de las acciones que se llevan a cabo para realizar un fin.
De hecho, una búsqueda de la belleza que fuese extraña o separada de la búsqueda humana de la verdad y de la bondad se transformaría, como por desgracia sucede, en mero estetismo, y, sobre todo para los más jóvenes, en un itinerario que desemboca en lo efímero, en la apariencia banal y superficial, o incluso en una fuga hacia paraísos artificiales, que enmascaran y esconden el vacío y la inconsistencia interior. Ciertamente, esta búsqueda aparente y superficial no tendría una inspiración universal, sino que inevitablemente resultaría del todo subjetiva, si no incluso individualista, para terminar quizás incluso en la incomunicabilidad.
Muchas veces he puesto de relieve la necesidad y el compromiso de un ensanchamiento de los horizontes de la razón, y, desde esta perspectiva, es necesario volver a comprender también la íntima conexión que une la búsqueda de la belleza con la búsqueda de la verdad y de la bondad. Una razón que quisiera despojarse de la belleza resultaría disminuida, como también una belleza privada de razón se reduciría a una máscara vacía e ilusoria.
En el encuentro con el clero de la diócesis de Bressanone, el pasado 6 de agosto, dialogando precisamente sobre la relación entre belleza y razón, hice notar que debemos aspirar a una razón de mayor amplitud, en la que el corazón y la razón se encuentren, en la que la belleza y la verdad se toquen. Aunque este compromiso corresponde a todos, vale aún más para el creyente, para el discípulo de Cristo, llamado por el Señor a "dar razón" a todos de la belleza y de la verdad de su propia fe. Nos lo recuerda el Evangelio de san Mateo, en el que leemos la exhortación dirigida por Jesús a sus discípulos: "Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (Mt 5, 16). Conviene notar que en el texto griego se habla de kalà erga, de obras bellas y buenas al mismo tiempo, porque la belleza de las obras manifiesta y expresa, en una síntesis excelente, la bondad y la verdad profundas del gesto, como también la coherencia y la santidad de quien lo realiza. La belleza de las obras, de la que habla el Evangelio, nos remite a otra belleza, verdad y bondad, que sólo en Dios tienen su perfección y su fuente última.
Así pues, nuestro testimonio debe alimentarse de esta belleza, nuestro anuncio del Evangelio debe percibirse en su belleza y novedad; y por ello es necesario saber comunicar con el lenguaje de las imágenes y de los símbolos. Nuestra misión diaria debe convertirse en transparencia elocuente de la belleza del amor de Dios para que llegue de modo eficaz a nuestros contemporáneos, a menudo distraídos y absorbidos por un clima cultural no siempre propenso a acoger una belleza en plena armonía con la verdad y la bondad, pero deseosos y nostálgicos de una belleza auténtica, no superficial y efímera.
Esto se ha puesto de manifiesto también durante el reciente Sínodo de los obispos, convocado para reflexionar sobre el tema: "La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia". Diversas intervenciones pusieron de relieve el valor perenne de un "testimonio de la belleza" para anunciar el Evangelio, subrayando la importancia de saber leer y escrutar la belleza de las obras de arte, inspiradas por la fe y promovidas por los creyentes, para descubrir en ellas un itinerario singular que acerca a Dios y a su Palabra.
En el Mensaje conclusivo, dirigido por los Padres sinodales a todos los creyentes, se reafirma la bondad y la eficacia de la via pulchritudinis, uno de los posibles itinerarios, quizá el más atractivo y fascinante, para comprender y alcanzar a Dios. En el mismo documento se recuerda la Carta a los artistas de mi venerado predecesor el siervo de Dios Juan Pablo II, que invitaba a reflexionar sobre el íntimo y fecundo diálogo entre la Sagrada Escritura y las diversas formas artísticas, del que han brotado innumerables obras maestras.
En esta ocasión os sugiero que volváis a tomar esta Carta, a los diez años de su publicación, para hacerla objeto de una renovada reflexión sobre el arte, sobre la creatividad de los artistas, así como sobre el fecundo y a la vez problemático diálogo entre los artistas y la fe cristiana, vivida en la comunidad de los creyentes. Me dirijo particularmente a vosotros, queridos académicos y artistas, porque vuestra tarea, vuestra misión consiste precisamente en suscitar la admiración y el deseo de lo bello, formar la sensibilidad de las personas y alimentar la pasión por todo aquello que es expresión auténtica del genio humano y reflejo de la Belleza divina.
Queridos hermanos y hermanas, el premio de las Academias pontificias, instituido por mi venerado predecesor el Papa Juan Pablo ii, tiene una finalidad peculiar: suscitar nuevos talentos en los diversos campos del saber y animar la tarea de jóvenes estudiosos, artistas e instituciones que dedican su actividad a la promoción del humanismo cristiano. Así pues, acogiendo la propuesta formulada por el Consejo de coordinación de las Academias pontificias, en esta solemne sesión pública me alegra en verdad que se asigne el premio de las Academias pontificias al doctor Daniele Piccini, que se ha distinguido tanto por su compromiso en el estudio crítico de la poesía y de la literatura —particularmente en la italiana de los orígenes y del Renacimiento— como por su militancia activa en el campo poético, expresada en algunas antologías significativas.
También me complace que, como signo de aprecio y aliento, se entregue una medalla del pontificado al doctor Giulio Catelli, joven pintor, por su investigación artística, apreciada ya por la crítica de arte; así como a la fundación Stauròs italiana, Onlus, por la realización del Museo de arte sacro contemporáneo y por la organización de la Bienal de arte sacro, cita ya tradicional para los artistas comprometidos en el sector del arte sacro.
Por último manifiesto a todos los académicos, y especialmente a los miembros de la insigne Academia pontificia de Bellas Artes y Letras de los Virtuosos en el Panteón, mi vivo aprecio por la actividad realizada, y expreso el deseo de un compromiso apasionado y creativo, sobre todo en el campo artístico, para promover en las culturas contemporáneas un nuevo humanismo cristiano, que recorra con claridad y decisión el camino de la belleza auténtica. Con estos sentimientos, os encomiendo a cada uno de vosotros, así como vuestra valiosa obra de estudio e investigación creativa, a la protección materna de la Virgen María, a la que con toda la Iglesia invocamos como Tota pulchra, la Toda hermosa, y de corazón le imparto a usted, señor presidente, y a todos los presentes una especial bendición apostólica.
Vaticano, 24 de noviembre de 2008
BENEDICTUS PP. XVI
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