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MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A SU SANTIDAD BARTOLOMÉ I, PATRIARCA ECUMÉNICO,
PARA LA FIESTA DE SAN ANDRÉS

 

A Su Santidad Bartolomé I
Arzobispo de Constantinopla
Patriarca Ecuménico

«Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones» (Ef 3, 17)

Animado por sentimientos de profunda alegría y de cercanía fraterna, desearía hoy hacer mío este deseo, que san Pablo dirige a la comunidad cristiana de Éfeso, para formulárselo a usted, Santidad, a los miembros del Santo Sínodo, al clero y a todos los fieles reunidos en este día de fiesta para celebrar la gran solemnidad de san Andrés. Siguiendo el ejemplo del Apóstol, también yo, como vuestro hermano en la fe, «doblo mis rodillas ante el Padre» (Ef 3, 14), para pedir que os conceda «ser robustecidos por medio de su Espíritu» (Ef 3, 16) y «conocer el amor de Cristo, que trasciende todo conocimiento» (Ef 3, 19).

El intercambio de delegaciones entre la Iglesia de Roma y la Iglesia de Constantinopla, que se renueva cada año con ocasión de las respectivas fiestas patronales de san Andrés en El Fanar y de san Pedro y san Pablo en Roma, testimonia de modo concreto el vínculo de cercanía fraterna que nos une. Es una comunión profunda y real, aunque todavía imperfecta, que se funda no en razones humanas de cortesía y conveniencia, sino en la fe común en el Señor Jesucristo, cuyo Evangelio de salvación nos ha llegado gracias a la predicación y al testimonio de los apóstoles, coronado por la sangre del martirio. Pudiendo contar con este sólido fundamento, podemos proceder juntos con confianza por el camino que conduce al restablecimiento de la plena comunión. En este camino, también gracias al apoyo asiduo y activo de Vuestra Santidad, hemos realizado muchos progresos, por los cuales le estoy muy agradecido. Aunque el camino por recorrer pueda parecer todavía largo y difícil, nuestra intención de proseguir en esta dirección sigue inmutable, confortados por la oración que nuestro Señor Jesucristo dirigió al Padre: «Que sean uno, para que el mundo crea» (Jn 17, 21).

Santidad, en este momento deseo renovarle la expresión de mi profundo reconocimiento por las palabras pronunciadas al final de la celebración por el quincuagésimo aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II y por la apertura del Año de la fe, que se celebró en Roma en octubre, palabras mediante las cuales usted supo hacerse intérprete de los sentimientos de todos los presentes. Conservo vivos recuerdos de su visita a Roma en aquella circunstancia, durante la cual tuvimos la oportunidad de renovar los vínculos de nuestra sincera y auténtica amistad. Esta amistad sincera que ha nacido entre nosotros, con una gran visión común de las responsabilidades a las que estamos llamados como cristianos y como pastores del rebaño que Dios nos ha confiado, es motivo de gran esperanza para que se desarrolle una colaboración cada vez más intensa en la tarea urgente de dar, con renovado vigor, testimonio del mensaje evangélico al mundo contemporáneo. Le agradezco además de todo corazón a usted, Santidad, y al Santo Sínodo del Patriarcado Ecuménico, el haber querido enviar a un delegado fraterno para que participara en la Asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos sobre el tema: «La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana». El desafío más urgente, sobre el cual siempre hemos estado de total acuerdo con Vuestra Santidad, es hoy el de cómo hacer llegar el anuncio del amor misericordioso de Dios al hombre de nuestro tiempo, tan a menudo distraído, más o menos incapaz de una reflexión profunda sobre el sentido mismo de su existencia, absorto en proyectos y en utopías que sólo pueden desilusionarlo. La Iglesia no tiene otro mensaje que el «Evangelio de Dios» (Rm 1, 1) y no tiene otro método que el anuncio apostólico, sostenido y garantizado por el testimonio de santidad de vida de los pastores y del pueblo de Dios. El Señor Jesús nos dijo que «la mies es abundante» (Lc 10, 2), y no podemos aceptar que se pierda a causa de nuestras debilidades y divisiones.

Santidad, en la Divina liturgia de hoy que habéis celebrado en honor de san Andrés, patrono del Patriarcado Ecuménico, habéis orado «por la paz de todo el mundo, por la prosperidad de las santas Iglesias de Dios y por la unión de todos». Con todos los hermanos y las hermanas católicos, me uno a vuestra oración. La plena comunión a la que aspiramos es un don que viene de Dios. A Él, «que puede hacer mucho más sin comparación de lo que pedimos o concebimos, con ese poder que actúa en nosotros» (Ef 3, 20), dirigimos con confianza nuestra súplica, por intercesión de san Andrés y san Pedro, su hermano.

Con estos sentimientos de sincero afecto en Cristo Señor, renuevo mis mejores deseos e intercambio con usted, Santidad, un abrazo fraterno.

Vaticano, 23 de noviembre de 2012

 

BENEDICTUS PP XVI



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