VISITA A LA CATEDRAL DE COLONIA
SALUDO DEL SANTO PADRE
Jueves 18 de agosto de 2005
Queridos hermanos y hermanas:
Es para mí una gran alegría estar esta tarde con vosotros, en esta ciudad de Colonia a la que me unen tantos recuerdos hermosos. En Bonn viví los primeros años de mi carrera académica, años inolvidables, de mi despertar, de mi juventud, de esperanzas antes del Concilio, años en los que vine a menudo a Colonia y aprendí a amar a esta Roma del norte. Aquí se respira la gran historia, y la corriente del río invita a abrirse al mundo. Es un lugar de encuentro, de cultura. Siempre he amado el espíritu, el humorismo, la alegría y la inteligencia de sus habitantes. Además, debo decir, he amado la catolicidad que los habitantes de Colonia llevan en la sangre, pues aquí hay cristianos casi desde hace dos mil años y así la catolicidad ha penetrado en el carácter de sus habitantes, en el sentido de una religiosidad gozosa. Por eso hoy nos alegramos. Colonia puede dar a los jóvenes algo de esta gozosa catolicidad, que es antigua y a la vez joven.
Para mí fue muy hermoso que el arzobispo de entonces, cardenal Frings, me concediera toda su confianza, entablando conmigo una relación de amistad auténticamente paterna. Luego, aunque era yo joven e inexperto, me hizo el gran don de llamarme como teólogo suyo y de llevarme a Roma, para que pudiera, de este modo, participar activamente a su lado en el concilio Vaticano II y vivir de cerca ese acontecimiento extraordinario, un gran acontecimiento histórico, al que contribuí un poco.
También conocí al cardenal Höffner, entonces arzobispo de Munich, con quien también me unió una profunda y viva amistad.
Gracias a Dios, esta red de amistades no se ha roto. También el cardenal Meisner es amigo mío desde hace mucho tiempo, de modo que, comenzando con el cardenal Frings, y continuando con Höffner y Meisner, en Colonia siempre me he sentido en casa.
Ahora quiero expresar mi más profundo agradecimiento a muchas otras personas. En primer lugar, demos gracias a Dios, que nos da este hermoso cielo azul y bendice notablemente estos días.
Demos gracias a la Madre de Dios, que ha tomado en su mano la dirección de la Jornada mundial de la juventud.
Manifiesto mi gratitud al cardenal Meisner y a todos sus colaboradores; al cardenal Lehmann, presidente de la Conferencia episcopal alemana, y a todos los obispos de las diócesis de Alemania, en particular al comité organizador de la Jornada, así como a las diócesis y a las comunidades locales que han acogido a los jóvenes en estos últimos días. Puedo imaginar lo que todo esto significa, la energía empleada y los sacrificios que ha costado, y espero que redunden en el éxito espiritual de esta Jornada mundial de la juventud. Finalmente, he de manifestar mi profunda gratitud a las autoridades civiles y militares, a los responsables municipales y regionales, a los cuerpos de policía y a los agentes de seguridad de Alemania y del Land Renania del norte-Westfalia. En la persona del alcalde de esta ciudad doy las gracias a toda la población de Colonia por la comprensión demostrada ante la "invasión" de tantos jóvenes procedentes de todas las partes del mundo.
La ciudad de Colonia no sería lo que es sin los Reyes Magos, que tanto han influido en su historia, su cultura y su fe. En cierto sentido, la Iglesia celebra aquí todo el año la fiesta de la Epifanía. Por eso, antes de saludaros a vosotros, queridos habitantes de Colonia, he querido recogerme unos instantes en oración ante el relicario de los tres Reyes Magos, dando gracias a Dios por su testimonio de fe, de esperanza y de amor.
Como sabéis, en 1164, las reliquias de estos Sabios de Oriente saliendo de Milán y, escoltadas por el arzobispo de Colonia Reinald von Dassel, atravesaron los Alpes hasta llegar a Colonia, donde fueron acogidas con grandes manifestaciones de júbilo. En su peregrinación por Europa, esas reliquias han dejado huellas evidentes, que aún hoy permanecen en los nombres de lugares y en la devoción popular. Los habitantes de Colonia fabricaron para las reliquias de los Reyes Magos el relicario más precioso de todo el mundo cristiano y, como si no bastara, levantaron sobre él un relicario mayor todavía: la catedral de Colonia. Junto con Jerusalén la "ciudad santa", con Roma la "ciudad eterna", con Santiago de Compostela en España, gracias a los Magos, Colonia se ha ido convirtiendo a lo largo de los siglos en uno de los lugares de peregrinación más importantes del occidente cristiano.
No voy a seguir ensalzando a la ciudad de Colonia, aunque sería posible y significativo hacerlo: llevaría mucho tiempo, porque de Colonia se podrían decir muchísimas cosas grandes y hermosas. Sin embargo, quisiera recordar que aquí veneramos a santa Úrsula y a sus compañeras; que en el año 745 el Santo Padre nombró arzobispo de Colonia a san Bonifacio; que aquí actuó san Alberto Magno, uno de los mayores eruditos de la Edad Media, y que sus restos se veneran en la iglesia de San Andrés; que aquí estudió y enseñó santo Tomás de Aquino, el mayor teólogo de Occidente; que en el siglo XIX Adolfo Kolping fundó numerosas obras sociales; que Edith Stein, judía convertida, vivió aquí en el Carmelo de Colonia, antes de huir al Carmelo de Echt, en Holanda, y de ser deportada a Auschwitz, donde murió mártir.
Con estas figuras, y todas las demás, conocidas o desconocidas, Colonia posee un gran patrimonio de santos. Ahora quisiera decir, al menos, que, por lo que sé, aquí en Colonia, uno de los tres Magos fue identificado como un rey negro de África, de forma que un representante del continente africano fue considerado uno de los primeros testigos de Jesucristo. Además, quisiera añadir que aquí en Colonia han surgido grandes iniciativas ejemplares, cuya acción se ha extendido por todo el mundo, como "Misereor", "Adveniat" y "Renovabis".
Ahora estáis aquí vosotros, jóvenes del mundo entero, representantes de aquellos pueblos lejanos que reconocieron a Cristo a través de los Magos y que fueron reunidos en el nuevo pueblo de Dios, la Iglesia, que acoge a hombres y mujeres de todas las culturas. Hoy os corresponde a vosotros la tarea de vivir la dimensión universal de la Iglesia. Dejaos inflamar por el fuego del Espíritu, para que se realice entre nosotros un nuevo Pentecostés, que renueve a la Iglesia. Que por vuestra mediación, vuestros coetáneos de todas las partes de la tierra lleguen a reconocer en Cristo la verdadera respuesta a sus esperanzas y se abran a acoger al Verbo de Dios encarnado, que murió y resucitó, para que Dios esté en medio de nosotros y nos dé la verdad, el amor y la alegría que todos anhelamos. Dios bendiga estas jornadas.
Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana