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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL FINAL DE LA PROYECCIÓN DE LA PELÍCULA "JUAN PABLO II"


Jueves 17 de noviembre de 2005

 

Señores cardenales;
queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
ilustres señores y señoras: 

Me alegra dirigir a todos mi afectuoso saludo, al final del estreno mundial de la película sobre el Papa Juan Pablo II, realizado por la "Lux Vide" y la RAI, con la colaboración de otras televisiones europeas y de la CBS de Estados Unidos. Agradezco al director de la RAI y al presidente de la "Lux Vide", así como a los responsables de las demás productoras, que nos hayan ofrecido la oportunidad de esta visión tan impresionante. Extiendo mi gratitud a los intérpretes y a cuantos han colaborado de diferentes modos en la realización de este largometraje, que honra la memoria de mi ilustre y amado predecesor. Dirijo un saludo cordial también a los que han querido participar en esta velada.

En el actual contexto mediático, la obra que hemos visto presta un servicio importante, conjugando las exigencias de divulgación con las de profundización. Efectivamente, a la vez que satisface una demanda generalizada en la opinión pública, ofrece una reconstrucción histórico-biográfica que, aun con los límites del canal de comunicación, contribuye a dar a las personas mayor conocimiento y certeza, estimulando además reflexiones y a veces interrogantes profundos. El guión de la película parte del atentado en la plaza de San Pedro y, después de una amplia retrospectiva sobre los años en Polonia, prosigue con el largo pontificado. Esto me ha hecho pensar en lo que Juan Pablo II escribió en su testamento a propósito del atentado del 13 de mayo de 1981:  "La divina Providencia me salvó milagrosamente de la muerte. Aquel que es el único Señor de la vida y de la muerte me prolongó esta vida; en cierto sentido, me la dio de nuevo. A partir de ese momento le pertenece aún más a él" (Testamento del Santo Padre Juan Pablo II, 17 de marzo de 2000, 2:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de abril de 2005, p. 6). La visión de esta película ha renovado en mí, y pienso en cuantos han tenido el don de conocerlo, el sentido de profunda gratitud a Dios por haber dado a la Iglesia y al mundo un Papa de tan elevada talla humana y espiritual.

Sin embargo, más allá de toda valoración particular, considero que esta película constituye un ulterior testimonio, el enésimo, del amor que la gente siente, que todos nosotros sentimos, por el Papa Wojtyla y de su gran deseo de recordarlo, de volver a verlo, de sentirlo cerca. Más allá de los aspectos más superficiales y emotivos de este fenómeno, hay ciertamente una íntima dimensión espiritual, que nosotros aquí, en el Vaticano, constatamos cada día, viendo la multitud de peregrinos que van a rezar, o bien sólo a rendir un rápido homenaje a su tumba en la cripta vaticana. Aquel vínculo afectivo y espiritual con Juan Pablo II, que se hizo estrechísimo en los días de su agonía y de su muerte, no se ha interrumpido. Ya no se ha roto, porque es un vínculo entre almas:  entre la gran alma del Papa y las almas de innumerables creyentes; entre su corazón de padre y los corazones de innumerables hombres y mujeres de buena voluntad, que en él han reconocido al amigo, al defensor del hombre, de la verdad, de la justicia, de la libertad y de la paz. En todas las partes del mundo, muchísimas personas han admirado en él sobre todo al testigo de Dios coherente y generoso.

Con estos sentimientos, expreso mis mejores  deseos para la difusión de la película, y de corazón os imparto a cada uno de vosotros aquí presentes y a vuestros seres queridos la bendición apostólica.

 



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