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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL SEGUNDO GRUPO DE OBISPOS DE MÉXICO
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"


Jueves 15 de septiembre de 2005

 

Queridos hermanos en el Episcopado:

Me llena de gran gozo recibiros con ocasión de la visita ad Limina, con la cual manifestáis vuestra comunión y amor al Sucesor de Pedro. Agradezco a Monseñor Alberto Suárez Inda, Arzobispo de Morelia, su cordial saludo en nombre vuestro, Pastores de las circunscripciones eclesiásticas de Monterrey, Morelia y San Luis Potosí.

México tiene ante sí el reto de transformar sus estructuras sociales para que sean más acordes con la dignidad de la persona y sus derechos fundamentales. A esta tarea están llamados a colaborar los católicos, que constituyen aún la mayor parte de su población, descubriendo su compromiso de fe y el sentido unitario de su presencia en el mundo. Pues, de lo contrario, “la separación entre la fe que profesan y la vida cotidiana de muchos debe ser considerada como uno de los errores más graves de nuestro tiempo” (Gaudium et spes, 43).

Sigue siendo motivo de gran preocupación que en algunos ambientes, por el afán de poder, se hayan deteriorado las sanas formas de convivencia y la gestión de la cosa pública, y se hayan incrementado además los fenómenos de la corrupción, impunidad, infiltración del narcotráfico y del crimen organizado. Todo esto lleva a diversas formas de violencia, indiferencia y desprecio del valor inviolable de la vida. A este respecto, en la Exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in America se denuncian claramente los “pecados sociales” de nuestra época, los cuales ponen de manifiesto “una profunda crisis debido a la pérdida del sentido de Dios y a la ausencia de los principios morales que deben regir la vida de todo hombre. Sin una referencia moral se cae en un afán ilimitado de riqueza y de poder, que ofusca toda visión evangélica de la realidad social” (n. 56).

También en México se vive frecuentemente en una situación de pobreza. En muchos fieles se constata, sin embargo, una fe en Dios, un sentido religioso acompañado de expresiones ricas en humanidad, hospitalidad, hermandad y solidaridad. Estos valores se ponen en peligro con la migración al extranjero, donde muchos trabajan en condiciones precarias, en un estado de indefensión y afrontando con dificultad un contexto cultural distinto a su idiosincrasia social y religiosa. Donde los emigrantes encuentran buena acogida en una comunidad eclesial, que los acompaña en su inserción en la nueva realidad, este fenómeno es en cierto modo positivo e incluso favorece la evangelización de otras culturas.

Profundizando en el tema de la migración, la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para América ha ayudado a descubrir que, por encima de los factores económicos y sociales, existe una apreciable unidad que viene de una fe común, que favorece la comunión fraterna y solidaria. Esto es fruto de las diversas formas de presencia y de encuentro con Jesucristo vivo, que se han dado y se dan en la historia de América. La movilidad humana, pues, es una prioridad pastoral en las relaciones de cooperación con las Iglesias de Norteamérica.

Muchos bautizados, influenciados por innumerables propuestas de pensamiento y de costumbres, son indiferentes a los valores del Evangelio e incluso se ven inducidos a comportamientos contrarios a la visión cristiana de la vida, lo que dificulta la pertenencia a una comunidad eclesial. Aun confesándose católicos, viven de hecho alejados de la fe, abandonando las prácticas religiosas y perdiendo progresivamente la propia identidad de creyentes, con consecuencias morales y espirituales de diversa índole. Este desafío pastoral os ha movido, queridos Hermanos, a buscar soluciones no sólo para señalar los errores que contienen tales propuestas y defender los contenidos de la fe, sino sobre todo, para proponer la riqueza trascendental del cristianismo como acontecimiento que da un verdadero sentido a la vida y una capacidad de diálogo, escucha y colaboración con todos.

Todo esto, unido a la actividad de las sectas y de los nuevos grupos religiosos en América, lejos de dejaros indiferentes, ha de estimular a vuestras Iglesias particulares a ofrecer a los fieles una atención religiosa más personalizada, consolidando las estructuras de comunión y proponiendo una religiosidad popular purificada, a fin de hacer más viva la fe de todos los católicos (cf. ib., 73).

Es una tarea apremiante que se forme de manera responsable la fe de los católicos, para ayudarlos a vivir con alegría y osadía en medio del mundo. “La perspectiva en que debe situarse el camino pastoral es el de la santidad” (Novo millennio ineunte, 30). Éste es un quehacer prioritario de la evangelización permanente de los bautizados. Por ello, la catequesis, junto con la enseñanza de la religión y de la moral, ha de fundamentar cada vez mejor la experiencia y el conocimiento de Jesucristo a través del testimonio vivo de quienes lo han encontrado, con el fin de suscitar el anhelo de seguirlo y servirlo con todo el corazón y toda el alma. “Sin embargo, es importante que lo que nos propongamos, con la ayuda de Dios, esté fundado en la contemplación y en la oración. El nuestro es un tiempo de continuo movimiento, que a menudo desemboca en el activismo, con el riesgo fácil del ‘hacer por hacer’” (ib., 15).

Todo ello implica, en la práctica pastoral, la necesidad de revisar nuestras mentalidades, actitudes y conductas, y ampliar nuestros horizontes, comprometiéndonos a compartir y trabajar con entusiasmo para responder a los grandes interrogantes del hombre de hoy. Como Iglesia misionera, todos estamos llamados a comprender los desafíos que la cultura postmoderna plantea a la nueva evangelización del Continente. El diálogo de la Iglesia con la cultura de nuestro tiempo es vital para la Iglesia misma y para el mundo.

Antes de terminar, pido al Señor que este encuentro consolide vuestra unidad como Pastores de la Iglesia en México. Al mismo tiempo, os ruego que transmitáis mi afectuoso saludo a los sacerdotes, comunidades religiosas, agentes de pastoral y a todos los fieles diocesanos, animándolos a dar siempre auténtico testimonio de vida cristiana en la sociedad actual. A Nuestra Señora y Madre de Guadalupe encomiendo vuestra labor pastoral, a la vez que os imparto complacido mi Bendición Apostólica.

 



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