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DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI
A LOS MIEMBROS DE LA REUNIÓN DE LAS OBRAS
PARA LA AYUDA A LAS IGLESIAS ORIENTALES


Jueves 22 de junio de 2006

 

Beatitud;
venerados hermanos en el episcopado y en el presbiterado;
queridos miembros y amigos de la ROACO: 

Os acojo con alegría y os saludo con afecto. Doy gracias al cardenal Ignace Moussa Daoud, prefecto de la Congregación para las Iglesias orientales, que se ha hecho intérprete de los sentimientos comunes. Extiendo mi saludo al secretario, mons. Antonio Maria Vegliò, a los colaboradores del dicasterio, a los demás prelados provenientes de las amadas Iglesias de Tierra Santa y de otras regiones de Oriente Medio, así como a los responsables y a los amigos de cada una de las organizaciones aquí representadas.

Queridos amigos de la ROACO, os agradezco el servicio que prestáis desde el año 1968, dando voz a las Iglesias de las diversas tradiciones orientales y a las latinas de los territorios encomendados a la competencia de la Congregación para las Iglesias orientales, sosteniendo sus actividades pastorales, educativas y asistenciales, y saliendo al encuentro de sus urgentes necesidades.

Siempre os ha impulsado la inspiración evangélica y una notable sensibilidad eclesial, que brota del vínculo existente entre vosotros y el Sucesor de Pedro. Este encuentro me brinda una grata ocasión para dar gracias a Dios, Padre providente y misericordioso, por la acción apostólica llevada a cabo durante estos años por los discípulos de Cristo en Oriente Medio, que se esfuerzan por dar testimonio del Evangelio de la paz y del amor con solicitud fraterna, a pesar de las numerosas dificultades.

Asimismo, os agradezco los esfuerzos que realizáis constantemente por salvaguardar el carácter específico de la actividad caritativa eclesial. Seguid cultivando en los educadores y en los agentes de la caridad que reciben vuestro apoyo la "formación del corazón", para llegar, como recordé en la encíclica Deus caritas est, "al encuentro con Dios en Cristo que suscite en ellos el amor y abra su espíritu al otro, de modo que, para ellos, el amor al prójimo ya no sea un mandamiento por así decir impuesto desde fuera, sino una consecuencia que se desprende de su fe, la cual actúa por la caridad" (n. 31).

Saludo con afecto a las venerables comunidades católicas orientales y, en primer lugar, a las de Tierra Santa, por lasque tenéis una solicitud constante. Todos los cristianos desean hallar siempre en la tierra donde nació nuestro Redentor una comunidad cristiana viva. Las graves dificultades que está viviendo por el clima de fuerte inseguridad, por la falta de trabajo, por las innumerables restricciones con la creciente pobreza que de ellas derivan, constituyen para todos nosotros motivo de sufrimiento.

Se trata de una situación que hace un poco incierto el futuro educativo, profesional y familiar de las generaciones jóvenes, las cuales por desgracia sufren la fuerte tentación de abandonar para siempre su tierra natal tan amada. Esto sucede también en otras regiones de Oriente Medio, como Irak e Irán, que providencialmente se benefician de vuestra generosa ayuda.

¿Cómo afrontar esos problemas tan graves? Nuestro deber primero y fundamental sigue siendo perseverar en una oración confiada al Señor, que nunca abandona a sus hijos en la prueba.

Además, hace falta una activa solicitud fraterna, que permita hallar caminos siempre nuevos y a veces inesperados para salir al encuentro de las necesidades de esas poblaciones.

Invito a los pastores y a los fieles, así como a todos los que desempeñan cargos de responsabilidad en la comunidad civil, a que, favoreciendo el respeto mutuo entre culturas y religiones, se esfuercen por crear cuanto antes en toda la región de Oriente Medio las condiciones de una convivencia serena y pacífica.

Con ese fin aseguro un recuerdo diario ante el Señor e invoco la protección de María, Madre de Dios, sobre cada uno de vosotros, queridos amigos de la ROACO, sobre vuestros seres queridos, así como sobre las beneméritas instituciones que representáis. Que Dios haga fecunda vuestra actividad.

Acompaño estos sentimientos con una bendición apostólica especial, que de buen grado os imparto a vosotros y a vuestros seres queridos.



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