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PALABRAS DEL PAPA BENEDICTO XVI
AL FINAL DEL CONCIERTO OFRECIDO CON OCASIÓN
DE SU 80° CUMPLEAÑOS


Lunes 16 de abril de 2007

 

Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amables señoras y señores,
queridos amigos: 

Al final de este estupendo concierto que nos ha ofrecido la orquesta sinfónica de la Radiotelevisión de Stuttgart, elevando nuestro espíritu, deseo saludaros en primer lugar a todos vosotros con viva cordialidad.

Agradezco al ministro Willi Stächele y al director de la Südwestrundfunk, profesor Peter Voss, las amables palabras que me han dirigido al inicio.

He recibido con alegría vuestro don musical, este maravilloso regalo de cumpleaños de la región sur-occidental de Alemania, sobre todo teniendo en cuenta que el land de Baden-Würtenberg está vinculado a una etapa importante de mi vida y de mi formación. El ministro ya ha recordado mis raíces. De hecho, pienso de buen grado en el período de mi vida en Tubinga, en el intercambio intelectual y científico realizado en esa importante universidad, y en los numerosos y valiosos encuentros humanos que tuvieron lugar allí y que me han guiado en los años y decenios siguientes. Y han proseguido.

Ahora quisiera sobre todo dar las gracias a los artistas de esta velada, a los miembros de la orquesta sinfónica de la Radiotelevisión de Stuttgart, que con su arte nos han ofrecido a todos una auténtica experiencia de fuerza inspiradora de gran música. Expreso mi agradecimiento al director Gustavo Dudamel, a la solista Hilary Hahn, y a todos vosotros, señoras y señores. Dado que el lenguaje de la música es universal, vemos personas de orígenes culturales y religiosos completamente diversos, que se dejan llevar y guiar por ella, y que se hacen sus intérpretes.

Esta universalidad de la música se acentúa de modo especial hoy gracias a los medios de comunicación electrónicos y digitales. ¡Cuántas personas, en los países más diversos, tienen la posibilidad de participar, desde su casa, en esta ejecución musical o también de revivirla después!

Estoy convencido de que la música —y aquí pienso de modo especial en el gran Mozart y, esta tarde, naturalmente en la maravillosa música de Gabrieli y en el majestuoso "Mundo nuevo" de Dvorák— es realmente el lenguaje universal de la belleza, capaz de unir entre sí a los hombres de buena voluntad en toda la tierra y de hacer que eleven su mirada hacia las alturas y se abran al Bien y a la Belleza absolutos, que tienen su manantial último en Dios mismo.

Al echar una mirada hacia mi vida pasada, doy gracias a Dios porque puso a mi lado la música casi como una compañera de viaje, que siempre me ha dado consuelo y alegría. También doy las gracias a las personas que, desde los primeros años de mi infancia, me acercaron a esta fuente de inspiración y de serenidad.

Doy las gracias a los que unen música y oración en la alabanza armoniosa de Dios y de sus obras:  nos ayudan a glorificar al Creador y Redentor del mundo, que es obra maravillosa de sus manos. Y expreso el deseo de que la grandeza y la belleza de la música os den también a vosotros, queridos amigos, nueva y continua inspiración para construir un mundo de amor, de solidaridad y de paz.

Por esto invoco sobre los que nos hallamos reunidos aquí esta tarde en el Vaticano, y sobre todos los que están en conexión con nosotros mediante la radio y la televisión, la protección constante de Dios, del Dios de amor que desea encender continuamente en nuestro corazón la llama del bien y alimentarla con su gracia. Él, el Señor y dador de la vida nueva y definitiva, cuya victoria celebramos con alegría en este tiempo pascual, os bendiga a todos.

Os agradezco una vez más vuestra presencia y las felicitaciones. ¡Feliz tiempo pascual a todos! Gracias.



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