DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL INSTITUTO PONTIFICIO DE ARQUEOLOGÍA CRISTIANA
Sala Clementina
Sábado 20 de diciembre de 2008
Señor cardenal;
queridos hermanos y hermanas:
Con verdadero placer os doy la bienvenida y os saludo a cada uno de vosotros, que formáis parte del Instituto pontificio de arqueología cristiana. Saludo en primer lugar al gran canciller, cardenal Zenon Grocholewski, y le agradezco las palabras con las que se ha hecho amable intérprete de los sentimientos de todos. Saludo al rector, al cuerpo de profesores, a los colaboradores y a los estudiantes. Este grato encuentro me brinda la oportunidad de manifestar mi vivo aprecio por la valiosa y fecunda actividad cultural, literaria y académica que lleva a cabo vuestro instituto, al servicio de la Iglesia y, más en general, de la cultura.
En efecto, sé que, en los ámbitos tradicionales de la arqueología, son de notable relevancia científica los cursos ordinarios y de especialización mediante los cuales vuestro Instituto pontificio de arqueología cristiana se propone dar a conocer los monumentos paleocristianos sobre todo de Roma, con amplias referencias a las demás regiones del Orbis christianus antiquus. También la "Revista" y la actividad científica de profesores y ex alumnos, así como la promoción de congresos internacionales busca, según vuestras intenciones, salir al encuentro de las expectativas de cuantos se interesan por el conocimiento y estudio de las ricas memorias históricas de la comunidad cristiana. La finalidad principal de vuestro instituto es precisamente el estudio de los vestigios de la vida eclesial a través de los siglos. Ofrecéis la oportunidad, a quien elige esta disciplina, de internarse en una realidad compleja, la de la Iglesia de los primeros siglos, para "comprender" el pasado haciéndolo presente a los hombres de hoy. Para vosotros "comprender" es como identificarse con el pasado que emerge a través de los ámbitos típicos de la arqueología cristiana: la iconografía, la arquitectura, la epigrafía y la topografía. Cuando se trata de describir la historia de la Iglesia, que es "signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano" (Lumen gentium, 1), la investigación paciente del arqueólogo no puede prescindir de penetrar también en las realidades sobrenaturales, aunque sin renunciar al análisis riguroso de los restos arqueológicos.
En efecto, como bien sabéis, no es posible una visión completa de la realidad de una comunidad cristiana, antigua o reciente, si no se tiene en cuenta que la Iglesia está compuesta de un elemento humano y de un elemento divino. Cristo, su Señor, habita en ella y la ha querido como "comunidad de fe, de esperanza, de caridad, como organismo visible a través del cual difunde a todos la verdad y la gracia" (ib., 8). Desde esta perspectiva teológica, el criterio de fondo no puede menos de ser el de dejarse conquistar por la verdad investigada en sus fuentes auténticas, con la mente libre de pasiones y prejuicios, dado que la arqueología cristiana es una ciencia histórica y, por tanto, se basa en el estudio metódico de las fuentes.
La difusión de la cultura artística e histórica en todos los sectores de la sociedad proporciona a los hombres de nuestro tiempo los medios para volver a encontrar sus propias raíces y para tomar de ellas los elementos culturales y espirituales que les ayuden a edificar una sociedad de dimensión verdaderamente humana. Todo hombre, toda sociedad necesita una cultura abierta a la dimensión antropológica, moral y espiritual de la existencia. Por tanto, deseo fervientemente que, también gracias a la labor de vuestro benemérito instituto, prosiga e incluso se intensifique la búsqueda de las raíces cristianas de nuestra sociedad. La experiencia de vuestro instituto demuestra que el estudio de la arqueología, especialmente de los monumentos paleocristianos, permite profundizar en el conocimiento de la verdad evangélica que se nos ha transmitido, y ofrece la oportunidad de seguir a los maestros y testigos de la fe que nos han precedido.
Conocer la herencia de las generaciones cristianas pasadas permite a las sucesivas mantenerse fieles al depositum fidei de la primera comunidad cristiana y, siguiendo su mismo camino, continuar haciendo que en todo tiempo y lugar resuene el Evangelio inmutable de Cristo. Precisamente por eso, además de los importantes resultados obtenidos en el campo científico, vuestro instituto se preocupa con razón de dar una provechosa contribución al conocimiento y a la profundización de la fe cristiana. Acercarse a los "vestigios del pueblo de Dios" es una forma concreta de constatar que los contenidos de la fe idéntica e inmutable han sido acogidos y traducidos en vida cristiana, a lo largo de muchos siglos, según las cambiantes condiciones históricas, sociales y culturales.
Queridos hermanos y hermanas, continuad promoviendo la conservación y profundización de la vastísima herencia arqueológica de Roma y de las diversas regiones del mundo antiguo, conscientes de la misión propia de vuestro instituto, es decir: servir a la historia y al arte valorando los numerosos testimonios que la "ciudad eterna" posee de la civilización occidental, de la cultura y de la espiritualidad católica. Se trata de un patrimonio valioso que se ha formado en el decurso de estos dos milenios, un tesoro inestimable del que sois administradores y del que es necesario, como hace el escriba del Evangelio, sacar continuamente lo nuevo y lo viejo (cf. Mt 13, 52).
Con estos deseos, en la inminencia de la santa Navidad, os felicito cordialmente a vosotros y a vuestros seres queridos, mientras que os bendigo de corazón a todos.
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