PALABRAS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
DURANTE SU VISITA A LA CASA "DON DE MARÍA"
Viernes 4 de enero de 2008
Queridos amigos:
He venido a visitaros al inicio del nuevo año mientras seguimos respirando el clima familiar de la Navidad, y aprovecho inmediatamente la ocasión para expresar a todos mi más ferviente y cordial felicitación. Con afecto os saludo a vosotros, aquí presentes, así como a los que, gracias a la conexión televisiva, nos siguen y están unidos a nosotros desde los demás lugares de esta casa, llamada "Don de María".
Durante muchos años, cuando era prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe, pasaba varias horas de la jornada al lado de vuestra benemérita institución, que mi venerado predecesor el siervo de Dios Juan Pablo II promovió y encomendó a la beata Teresa de Calcuta. Así pude apreciar el generoso servicio de caridad evangélica que las Misioneras de la Caridad realizan desde hace casi veinte años con la ayuda y la colaboración de numerosas personas de buena voluntad.
Hoy me encuentro entre vosotros para renovar mi gratitud a las religiosas, a los voluntarios y a los diversos colaboradores. Y he venido sobre todo para manifestaros mi cercanía espiritual a vosotros, queridos amigos, que en esta casa encontráis afectuosa acogida, escucha, comprensión, y una ayuda diaria material y espiritual. He venido para deciros que el Papa os ama y está cerca de vosotros.
Expreso mi agradecimiento a la superiora de las Misioneras de la Caridad, que concluye su servicio y se ha hecho intérprete de vuestros sentimientos comunes, dirigiéndome en nombre de todos cordiales palabras de bienvenida. Saludo a la nueva superiora, que asume la responsabilidad de la casa con el estilo de dócil disponibilidad típico de las hijas espirituales de la madre Teresa de Calcuta.
Cuando se abrió esta casa, la beata madre Teresa quiso llamarla "Don de María", deseando que aquí se experimente siempre el amor de la santísima Virgen. En efecto, para cualquier persona que venga a llamar a la puerta es un don de María el sentirse acogido por los brazos amorosos de las Hermanas y de los voluntarios.
También es un don de María la presencia de quienes se dedican a escuchar a las personas que atraviesan dificultades y les sirven con la misma actitud que impulsó a la Madre del Señor a acudir prontamente a ayudar a santa Isabel. Ojalá que este estilo de amor evangélico marque y distinga siempre vuestra vocación para que, además de la ayuda material, comuniquéis a todas las personas con quienes os encontráis diariamente el mismo amor a Cristo y la luminosa "sonrisa de Dios" que animaron la existencia de la madre Teresa.
La madre Teresa solía decir: es Navidad cada vez que permitimos a Jesús amar a los demás a través de nosotros. La Navidad es misterio de amor, el misterio del Amor. El tiempo navideño, al volver a presentar a nuestra contemplación el nacimiento de Jesús en Belén, nos muestra la infinita bondad de Dios que, haciéndose Niño, quiso salir al encuentro de la pobreza y la soledad de los hombres; aceptó habitar entre nosotros, compartiendo nuestras dificultades diarias; no dudó en llevar juntamente con nosotros el peso de la existencia, con sus fatigas y sus preocupaciones. Nació por nosotros, para permanecer con nosotros y ofrecer a quienes le abren la puerta de su corazón el don de su alegría, de su paz, de su amor. Al nacer en una cueva, porque no había sitio para él en otros lugares, Jesús experimentó las incomodidades que muchos de vosotros sufrís.
La Navidad nos ayuda a comprender que Dios no nos abandona nunca y que siempre sale a nuestro encuentro, nos protege y se preocupa por cada uno de nosotros, pues todas las personas, sobre todo las más pequeñas e indefensas, son preciosas a sus ojos de Padre rico en ternura y misericordia. Por nosotros y por nuestra salvación envió al mundo a su Hijo, que en el misterio de la Navidad contemplamos como Emmanuel, Dios con nosotros.
Con estos sentimientos, renuevo a todos mi más cordial felicitación por el año nuevo recién iniciado, asegurándoos mi recuerdo diario en la oración. Y, a la vez que invoco la maternal protección de María, Madre de Cristo y nuestra, imparto a todos con afecto mi bendición.
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