ENCUENTRO CON LOS JÓVENES EN LA PLAZA YENNE
DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
Domingo 7 de septiembre de 2008
Queridos jóvenes:
Antes de dirigirme a vosotros, queridos jóvenes de Cágliari y Cerdeña, tengo el deber y el placer de dirigir un saludo particular al presidente de la región sarda, Renato Soru, así como a todas las autoridades regionales, que con su generosa contribución y apoyo han permitido el éxito de mi visita pastoral. Gracias, señor presidente. Los jóvenes aquí presentes, que son el futuro de esta tierra que usted administra con competencia, recordarán este día.
Y ahora me dirijo a vosotros, queridos jóvenes. Es una gran alegría para mí encontrarme con vosotros al final de esta breve pero intensa estancia en vuestra hermosa isla. Os saludo a todos con afecto y os agradezco esta cariñosa acogida. En particular, doy las gracias a los que, en vuestro nombre, me han expresado los fervientes sentimientos que os animan. Sé que algunos de vosotros participaron en la Jornada mundial de la juventud en Sydney, y estoy seguro de que han sacado provecho de una experiencia eclesial tan extraordinaria.
Como he podido comprobar yo mismo, las Jornadas mundiales de la juventud constituyen ocasiones pastorales singulares que permiten a los jóvenes de todo el mundo conocerse mejor, compartir la fe y el amor a Cristo y a su Iglesia, y confirmar el compromiso común de trabajar para construir un futuro de justicia y de paz. Hoy celebramos una jornada de la juventud no mundial, sino sarda. Y experimentamos lo hermoso que es estar juntos.
Por tanto, verdaderamente os saludo con afecto, queridos muchachos y muchachas: vosotros constituís el futuro lleno de esperanza de esta región, a pesar de las dificultades que conocemos todos. Conozco vuestro entusiasmo, los deseos que albergáis y el empeño que ponéis en realizarlos. Y no ignoro las dificultades y los problemas que encontráis. Por ejemplo, pienso —y hemos oído hablar de ello— en la plaga del desempleo y de la precariedad del trabajo, que ponen en peligro vuestros proyectos; pienso en la emigración, en el éxodo de las fuerzas más lozanas y emprendedoras, con el consiguiente desarraigo del ambiente, que a veces implica daños psicológicos y morales, antes que sociales.
Y ¿qué decir del hecho de que en la actual sociedad consumista el lucro y el éxito se han convertido en los nuevos ídolos ante los cuales muchos se postran? La consecuencia es que se tiende a dar valor sólo a quien —como se suele decir— "ha hecho fortuna" y es "famoso", y no a quien cada día debe luchar fatigosamente por salir adelante. La posesión de los bienes materiales y el aplauso de la gente han sustituido el trabajo sobre uno mismo que sirve para templar el espíritu y formar una personalidad auténtica. Se corre el riesgo de ser superficial, de recorrer atajos peligrosos en busca del éxito, entregando así la vida a experiencias que suscitan satisfacciones inmediatas, pero que en sí mismas son precarias y falaces. Aumenta la tendencia al individualismo y, cuando la persona se concentra sólo en sí misma, se vuelve inevitablemente frágil; falta la paciencia de la escucha, fase indispensable para comprender al otro y trabajar juntos.
El 20 de octubre de 1985, el querido Papa Juan Pablo II, al encontrarse aquí en Cágliari con los jóvenes provenientes de toda Cerdeña, propuso tres valores importantes para construir una sociedad fraterna y solidaria. Son indicaciones muy actuales también hoy y quiero retomarlas de buen grado destacando en primer lugar el valor de la familia, que hay que conservar —dijo el Papa— como "herencia antigua y sagrada". Todos vosotros experimentáis la importancia de la familia, en cuanto hijos y hermanos; pero la capacidad de formar una nueva no se puede dar por descontada. Es necesario prepararse para ello. En el pasado, la sociedad tradicional ayudaba más a formar y conservar una familia. Hoy ya no es así, o lo es en teoría, pero en la realidad predomina una mentalidad diversa. Se admiten otras formas de convivencia; a veces se usa el término "familia" para uniones que, en realidad, no son familia. Sobre todo en nuestro contexto se ha reducido mucho la capacidad de los esposos de defender la unidad del núcleo familiar incluso a costa de grandes sacrificios.
Queridos jóvenes, recuperad el valor de la familia; amadla, no sólo por tradición, sino por una elección madura y consciente: amad a vuestra familia de origen y preparaos para amar también la que, con la ayuda de Dios, vosotros mismos formaréis. Digo "preparaos", porque el amor verdadero no se improvisa. El amor no sólo consta de sentimiento, sino también de responsabilidad, de constancia y de sentido del deber. Todo esto se aprende con el ejercicio prolongado de las virtudes cristianas de la confianza, la pureza, el abandono en la Providencia y la oración.
En este compromiso de crecimiento hacia un amor maduro os sostendrá siempre la comunidad cristiana, porque en ella la familia tiene su dignidad más alta. El concilio Vaticano II la llama "pequeña Iglesia", porque el matrimonio es un sacramento, es decir, un signo santo y eficaz del amor que Dios nos da en Cristo a través de la Iglesia.
Íntimamente unido a este primer valor, del que he hablado, está el otro valor que deseo subrayar: la seria formación intelectual y moral, indispensable para proyectar y construir vuestro fututo y el de la sociedad. El que en esto os hace "descuentos" no quiere vuestro bien. En efecto, ¿cómo se podría proyectar seriamente el futuro, si se descuida el deseo natural de saber y confrontaros que hay en vosotros? La crisis de una sociedad comienza cuando ya no sabe transmitir a las nuevas generaciones su patrimonio cultural y sus valores fundamentales.
No me refiero sólo y simplemente al sistema escolar. La cuestión es más amplia. Como sabemos, existe una emergencia educativa y, para afrontarla, hacen falta padres y formadores capaces de compartir todo lo bueno y verdadero que han experimentado y profundizado personalmente. Hacen falta jóvenes interiormente abiertos, deseosos de aprender y de llevar todo a las exigencias y evidencias originarias del corazón. Sed de verdad libres, o sea, apasionados por la verdad. El Señor Jesús dijo: "La verdad os hará libres" (Jn 8, 32).
En cambio, el nihilismo moderno predica lo opuesto, es decir, que la libertad os hace verdaderos. Más aún, hay quien sostiene que no existe ninguna verdad, abriendo así el camino al vaciamiento de los conceptos de bien y de mal, haciéndolos incluso intercambiables. Me han dicho que en la cultura sarda existe este proverbio: "Mejor que falte el pan y no la justicia". En efecto, un hombre puede soportar y superar el hambre, pero no puede vivir donde se proscriben la justicia y la verdad. El pan material no basta, no es suficiente para vivir humanamente de modo pleno; hace falta otro alimento del que es preciso tener siempre hambre, del que es necesario alimentarse para el propio crecimiento personal y para el de la familia y la sociedad.
Este alimento —es el tercer gran valor— es una fe sincera y profunda, que se convierta en sustancia de vuestra vida. Cuando se pierde el sentido de la presencia y de la realidad de Dios, todo se "achata" y se reduce a una sola dimensión. Todo queda "aplastado" en el plano material. Cuando cada cosa se considera solamente por su utilidad, ya no se capta la esencia de lo que nos rodea y, sobre todo, de las personas con quienes nos encontramos. Si se pierde el misterio de Dios, desaparece también el misterio de todo lo que existe: las cosas y las personas me interesan en la medida en que satisfacen mis necesidades, no por sí mismas. Todo esto constituye un hecho cultural, que se respira desde el nacimiento y produce efectos interiores permanentes. En este sentido, la fe, antes de ser una creencia religiosa, es un modo de ver la realidad, un modo de pensar, una sensibilidad interior que enriquece al ser humano como tal.
Pues bien, queridos amigos, Cristo es también en esto el Maestro, porque compartió en todo nuestra humanidad y es contemporáneo del hombre de todas las épocas. Esta realidad típicamente cristiana es una gracia estupenda. Estando con Jesús, frecuentándolo como un amigo en el Evangelio y en los sacramentos, podéis aprender, de modo nuevo, lo que la sociedad a menudo ya no es capaz de daros, es decir, el sentido religioso. Y precisamente porque es algo nuevo, descubrirlo es maravilloso.
Queridos jóvenes, como el joven Agustín con todos sus problemas en su camino difícil, cada uno de vosotros siente la llamada simbólica de toda criatura hacia lo alto; toda criatura hermosa remite a la belleza del Creador, que está como concentrada en el rostro de Jesucristo. Cuando la experimenta, el alma exclama: "Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva; tarde te amé" (Confesiones X, 27, 38). Ojalá que cada uno de vosotros redescubra a Dios como sentido y fundamento de toda criatura, luz de verdad, llama de caridad, vínculo de unidad, como canta el himno del Agorá de los jóvenes italianos.
Sed dóciles a la fuerza del Espíritu. Fue él, el Espíritu Santo, el Protagonista de la Jornada mundial de la juventud en Sydney; él os convertirá en testigos de Cristo. No con palabras, sino con hechos, con un nuevo estilo de vida. Ya no tendréis miedo de perder vuestra libertad, porque la viviréis en plenitud entregándola por amor. Ya no estaréis apegados a los bienes materiales, porque sentiréis dentro de vosotros la alegría de compartirlos. Ya no estaréis tristes con la tristeza del mundo, sino que sentiréis dolor por el mal y alegría por el bien, especialmente por la misericordia y el perdón. Y si es así, si descubrís realmente a Dios en el rostro de Cristo, ya no pensaréis en la Iglesia como una institución externa a vosotros, sino como vuestra familia espiritual, como la vivimos ahora, en este momento. Esta es la fe que os han transmitido vuestros padres. Esta es la fe que estáis llamados a vivir hoy, en tiempos muy diversos.
Familia, formación y fe. Queridos jóvenes de Cágliari y de toda Cerdeña, como el Papa Juan Pablo II, también yo os dejo estas tres consignas, tres valores que debéis hacer vuestros con la luz y la fuerza del Espíritu de Cristo. Nuestra Señora de Bonaria, patrona principal y dulce Reina de los sardos, os guíe, os proteja y os acompañe siempre. Con afecto os bendigo, asegurándoos un recuerdo diario en mi oración.
Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana