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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS MIEMBROS DEL CAMINO NEOCATECUMENAL


Basílica de San Pedro
Sábado 10 de enero de 2009

 

Queridos hermanos y hermanas:

Con gran alegría os recibo hoy tan numerosos con motivo del cuadragésimo aniversario del inicio del Camino Neocatecumenal en Roma, que ya cuenta actualmente con quinientas comunidades. Os dirijo a todos mi cordial saludo. De manera particular, saludo al cardenal vicario, Agostino Vallini, así como al cardenal Stanislaw Rylko, presidente del Consejo pontificio para los laicos, que con dedicación os ha seguido en el camino de aprobación de vuestros Estatutos. Saludo a los responsables del Camino Neocatecumenal: al señor Kiko Argüello, a quien doy las gracias cordialmente por las palabras entusiastas y entusiasmantes con las que ha interpretado los sentimientos de todos vosotros. Saludo a la señora Carmen Hernández y al padre Mario Pezzi. Saludo a las comunidades que salen de misión hacia las periferias más necesitadas de Roma, a las que van de "missio ad gentes" en los cinco continentes, a las doscientas nuevas familias itinerantes, a los setecientos catequistas itinerantes responsables del Camino Neocatecumenal en las diferentes naciones. Gracias a todos vosotros. Que el Señor os acompañe.

Nuestro encuentro de hoy tiene lugar significativamente en la basílica vaticana, construida sobre el sepulcro del apóstol san Pedro. Fue precisamente él, el Príncipe de los Apóstoles, quien, respondiendo a la pregunta con la que Jesús interpelaba a los Doce sobre su identidad, confesó con decisión: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16, 16). Hoy os habéis reunido aquí para renovar esta misma profesión de fe. Vuestra presencia, tan numerosa y animada, testimonia los prodigios realizados por el Señor en los cuatro decenios pasados; indica también el compromiso con el que queréis continuar el camino iniciado, un camino de seguimiento fiel a Cristo y de testimonio valiente de su Evangelio, no sólo aquí en Roma, sino allí donde la Providencia os lleve; un camino de dócil adhesión a las directrices de los pastores y de comunión con todos los demás componentes del pueblo de Dios. Esto es lo que queréis hacer, conscientes de que ayudar a los hombres de nuestro tiempo a encontrar a Jesucristo, redentor del hombre, constituye la misión de la Iglesia y de todo bautizado. El Camino Neocatecumenal se integra en esta misión eclesial como una de las numerosas sendas suscitadas por el Espíritu Santo con el concilio Vaticano II para la nueva evangelización.

Todo comenzó aquí, en Roma, hace cuarenta años, cuando en la parroquia de los Santos Mártires Canadienses se constituyeron las primeras comunidades del Camino Neocatecumenal. ¿Cómo no bendecir al Señor por los frutos espirituales que, a través del método de evangelización que aplicáis, se han podido recoger en estos años? ¡Cuántas lozanas energías apostólicas se han suscitado tanto entre los sacerdotes como entre los laicos! ¡A cuántos hombres y mujeres, y a cuántas familias que se habían alejado de la comunidad eclesial o que habían abandonado la práctica de la vida cristiana, a través del anuncio del kerygma y del itinerario de redescubrimiento del Bautismo se les ha ayudado a volver a encontrar de nuevo la alegría de la fe y el entusiasmo del testimonio evangélico! La reciente aprobación de los Estatutos del Camino por parte del Consejo pontificio para los laicos ha sellado la estima y la benevolencia con que la Santa Sede sigue la obra que el Señor ha suscitado a través de vuestros iniciadores. El Papa, Obispo de Roma, os da las gracias por el servicio generoso que ofrecéis a la evangelización de esta ciudad y por la dedicación con que os prodigáis para llevar el anuncio cristiano a todos los ambientes. Gracias a todos vosotros.

Vuestra acción apostólica, que ya es benemérita, será aún más eficaz en la medida en que os esforcéis por cultivar constantemente ese anhelo por la unidad que Jesús comunicó a los Doce en la última Cena. Hemos escuchado el canto: antes de la Pasión, nuestro Redentor rezó intensamente para que sus discípulos fueran una sola cosa a fin de que el mundo fuera impulsado a creer en él (cf. Jn 17, 21), ya que esa unidad sólo puede venir de la fuerza de Dios. Esta unidad, don del Espíritu Santo y búsqueda incesante de los creyentes, hace de cada comunidad una articulación viva y bien integrada en el Cuerpo místico de Cristo. La unidad de los discípulos del Señor pertenece a la esencia de la Iglesia y es condición indispensable para que su acción evangelizadora resulte fecunda y creíble. Sé con cuánto celo están actuando las comunidades del Camino Neocatecumenal en ciento tres parroquias de Roma. Al mismo tiempo que os aliento a continuar en este compromiso, os exhorto a intensificar vuestra adhesión a todas las directrices del cardenal vicario, mi directo colaborador en el gobierno pastoral de la diócesis. Gracias por vuestro "sí", que sale obviamente del corazón. La integración orgánica del Camino en la pastoral diocesana y su unidad con las demás realidades eclesiales beneficiarán a todo el pueblo cristiano y harán más fecundo el esfuerzo de la diócesis a favor de un anuncio renovado del Evangelio en nuestra ciudad. De hecho, hoy hace falta una amplia acción misionera que involucre a las diferentes realidades eclesiales, las cuales, conservando cada una la originalidad del propio carisma, actúen concordemente, tratando de realizar esa "pastoral integrada" que ya ha permitido alcanzar resultados significativos. Y vosotros, poniéndoos al servicio del obispo con plena disponibilidad, como recuerdan vuestros Estatutos, podréis servir de ejemplo a muchas Iglesias locales, que miran justamente a la de Roma como al modelo al que hacer referencia.

Hay otro fruto espiritual madurado en estos cuarenta años por el que quisiera dar gracias con vosotros a la divina Providencia: es el gran número de sacerdotes y de personas consagradas que el Señor —Kiko nos ha hablado de ello— ha suscitado en vuestras comunidades. Muchos sacerdotes están comprometidos en las parroquias y en otros campos de apostolado diocesano, muchos son misioneros itinerantes en varias naciones: prestan un generoso servicio a la Iglesia de Roma, y la Iglesia de Roma ofrece un precioso servicio a la evangelización en el mundo. Es una verdadera "primavera de esperanza" para la comunidad diocesana de Roma y para la Iglesia universal. Doy las gracias al rector y a sus colaboradores del seminario Redemptoris Mater de Roma por la obra educativa que desempeñan. Sabemos que su tarea no es fácil, pero es muy importante para el futuro de la Iglesia. Los animo, por tanto, a proseguir en esta misión, adoptando las orientaciones formativas propuestas tanto por la Santa Sede como por la diócesis. El objetivo que deben buscar todos los formadores es el de preparar presbíteros plenamente integrados en el presbiterio diocesano y en la pastoral tanto parroquial como diocesana.

Queridos hermanos y hermanas, la página evangélica que ha sido proclamada nos ha recordado las exigencias y las condiciones de la misión apostólica. Las palabras de Jesús, que nos refiere el evangelista san Mateo, resuenan como una invitación a no desalentarnos ante las dificultades, a no buscar éxitos humanos, a no tener miedo de las incomprensiones e incluso de las persecuciones. Alientan más bien a poner la confianza únicamente en el poder de Cristo, a tomar la "propia cruz" y a seguir las huellas de nuestro Redentor que, en este tiempo de Navidad que ya termina, se nos ha aparecido en la humildad y en la pobreza de Belén. Que la Virgen santa, modelo de todo discípulo de Cristo y "casa de bendición", como habéis cantado, os ayude a realizar con alegría y fidelidad el mandato que la Iglesia os encomienda con confianza. Al mismo tiempo que os doy las gracias por el servicio que ofrecéis en la Iglesia de Roma, os aseguro mi oración y de corazón os bendigo a los que estáis aquí presentes y a todas las comunidades del Camino Neocatecumenal esparcidas por todo el mundo.



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