DISCURSO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
A LA REUNIÓN DE LAS OBRAS PARA LA AYUDA
A LAS IGLESIAS ORIENTALES (ROACO)
Sala Clementina
Jueves 25 de junio de 2009
Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos miembros y amigos de la ROACO:
1. Para mí es una grata tradición acogeros al concluir la segunda sesión anual de la Reunión de las Obras para la ayuda a las Iglesias orientales. Agradezco al señor cardenal Leonardo Sandri, prefecto de la Congregación para las Iglesias orientales, las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos. Correspondo a ellas con un cordial saludo, que extiendo de buen grado al arzobispo secretario, monseñor Cyril Vasil', y al subsecretario, recientemente nombrados, a los demás colaboradores del dicasterio y al cardenal Foley. Saludo a los excelentísimos prelados y al custodio de Tierra Santa aquí reunidos con los representantes de las agencias católicas internacionales y de la Bethlehem University.
Queridos amigos, os agradezco de corazón lo que estáis haciendo en favor de las comunidades orientales y latinas presentes en los territorios confiados a esa Congregación y en las demás regiones del mundo, donde los hijos del Oriente católico, con sus pastores, se esfuerzan por construir una convivencia pacífica junto con los fieles de otras confesiones cristianas y de diversas religiones.
2. Con la fiesta de San Pedro y San Pablo, ya cercana, se concluye el Año dedicado al Apóstol de los gentiles por el bimilenario de su nacimiento. Conquistado por Cristo y arrebatado por el Espíritu Santo, fue testigo privilegiado del misterio del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús. Su palabra inspirada y su testimonio, confirmado por el don supremo del martirio, constituyen un elogio incomparable de la caridad cristiana y son de gran actualidad. Me refiero en particular al Himno a la caridad de la primera carta a los Corintios (cf. 1 Co 13). A través de Pablo de Tarso, la Palabra de Dios nos indica sin lugar a duda que la caridad "es lo más grande" para los discípulos de Cristo. Es la fuente fecunda de todo servicio eclesial, su medida, su método y su comprobación. Por vuestra adhesión a la ROACO, deseáis vivir esta caridad, ofreciendo en particular vuestra disponibilidad al Obispo de Roma a través de la Congregación para las Iglesias orientales. De esta forma "debe continuar, más aún, debe crecer el movimiento de caridad que, por mandato del Papa, lleva a cabo la Congregación para que, de modo ordenado y equitativo, Tierra Santa y las demás regiones orientales reciban la ayuda espiritual y material necesaria para hacer frente a la vida eclesial ordinaria y a necesidades particulares" (Discurso a la Congregación para las Iglesias orientales, 9 de junio de 2007: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 22 de junio de 2007, p. 6).
3. El encuentro de hoy me hace revivir la alegría de mi reciente peregrinación a Tierra Santa. Al respecto renuevo mi gratitud al patriarca de Jerusalén de los latinos, al representante pontificio para Israel y los Territorios Palestinos, al padre custodio y a todos los que han contribuido a hacer fructífera mi peregrinación. Efectivamente, hubo muchos momentos de gracia, en los que pude animar y confortar a las comunidades católicas de Tierra Santa, exhortando a sus miembros a perseverar en su testimonio, un testimonio lleno de fidelidad, celebración y a veces gran sufrimiento.
También recordé a los cristianos de la región su responsabilidad ecuménica e interreligiosa, en sintonía con el espíritu del concilio Vaticano II. Renuevo mi oración y mi llamamiento para que nunca más haya guerra, violencia e injusticia. Deseo aseguraros que la Iglesia universal está al lado de todos nuestros hermanos y hermanas que viven en Tierra Santa. Esta preocupación se refleja de forma especial en la colecta anual para Tierra Santa. Por eso, exhorto a vuestras agencias de la ROACO a continuar sus actividades caritativas con celo y con fidelidad al Sucesor de Pedro.
4. Queridos amigos de la ROACO, con especial reconocimiento por vuestro trabajo, me uno a todos ante esta difícil situación económica mundial, que pone en peligro el servicio caritativo eclesial en general, así como los proyectos de vuestras organizaciones benéficas ya puestos en marcha y los previstos para el futuro. Quiero aprovechar esta oportunidad para exhortaros a vosotros y a las Obras que representáis a un esfuerzo suplementario. Con espíritu de fe, así como con el análisis de los expertos y con el necesario realismo se pueden tomar las decisiones adecuadas y afrontar de modo eficaz la situación actual, por ejemplo, la situación de los refugiados y los emigrantes, que afecta de modo especial a las Iglesias orientales, y la reconstrucción de la Franja de Gaza, que sigue siendo abandonada a sí misma, teniendo en cuenta al mismo tiempo la legítima preocupación de Israel por su seguridad. Ante los desafíos sin precedentes, el servicio caritativo de la Iglesia puede proporcionar recursos eficaces y seguros de inversión para el presente y el futuro.
5. Queridos amigos, en diversas ocasiones he subrayado la importancia de la educación del pueblo de Dios; y ahora que acabamos de comenzar el Año sacerdotal, me urge más aún recomendaros que pongáis el máximo empeño en ayudar a los sacerdotes y apoyar a los seminarios. Cuando, el viernes pasado, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, inauguré este singular Año jubilar, encomendé al Corazón de Cristo y al de su Madre Inmaculada a todos los sacerdotes del mundo, y de modo especial a aquellos que tanto en Oriente como en Occidente están viviendo momentos de dificultad y de prueba. Aprovecho esta ocasión para invitaros también a vosotros a orar por los presbíteros. Os pido que sigáis apoyándome también a mí, Sucesor del apóstol san Pedro, para que pueda llevar plenamente a cabo mi misión al servicio de la Iglesia universal.
Gracias, una vez más, por el trabajo que estáis realizando. Que Dios os lo recompense abundantemente. Con estos sentimientos, os imparto a cada uno de vosotros, a vuestros seres queridos, a las comunidades y a las agencias que representáis, la confortadora bendición apostólica.
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