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VIAJE APOSTÓLICO
DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A CAMERÚN Y ANGOLA
(17-23 DE MARZO DE 2009)

ENCUENTRO CON LOS PERIODISTA DURANTE EL VUELO DE REGRESO

PALABRAS DEL SANTO PADRE

Lunes 23 de marzo de 2009

 

Queridos amigos, veo que estáis todavía trabajando. Mi trabajo casi ha terminado, en cambio vosotros comenzáis de nuevo. Gracias por este esfuerzo.

Se me han quedado grabadas en la memoria sobre todo dos impresiones: por un lado, esta cordialidad casi exuberante, esta alegría, de un África en fiesta, y me parece que en el Papa han visto, digamos, la personificación del hecho de que todos somos hijos y familia de Dios. Esta familia existe, y nosotros, con todas nuestras limitaciones, formamos parte de esta familia y Dios está con nosotros. De este modo, digámoslo así, la presencia del Papa ha ayudado a sentir esto y a llenarse de alegría.

Por otro lado, me ha impresionado mucho el espíritu de recogimiento en las celebraciones litúrgicas, el intenso sentido de lo sagrado: en la liturgia, los grupos no se presentan a sí mismos, no se animan a sí mismos, sino que reina la presencia del sacro, de Dios mismo; también los movimientos estaban llenos de respeto y reconocimiento de la presencia divina. Esto me ha impresionado mucho.

Debo decir también que me ha dolido profundamente la muerte de dos muchachas, el viernes por la tarde, en la aglomeración que se formó ante las puertas del Estadio. He rezado y rezo por ellas. Por desgracia, una de ellas aún no ha sido identificada. El cardenal Bertone y monseñor. Filoni han podido visitar a la mamá de la otra, una mujer viuda, valerosa, con cinco hijos. La mayor de ellos —la que ahora ha fallecido— era catequista. Todos nosotros rezamos y esperamos que, en el futuro, se puedan organizar las cosas de modo que esto no vuelva a suceder.

Hay otros dos recuerdos que han quedado en mi memoria: un recuerdo especial —habría tanto que decir— se refiere al Centro Cardenal Léger. Me ha llegado al corazón ver allí el mundo de tantos sufrimientos —todo el dolor, la tristeza, la pobreza de la existencia humana—, pero también comprobar cómo el Estado y la Iglesia colaboran para ayudar a los que sufren. Por una parte, el Estado administra de modo ejemplar este gran Centro. Por otra, movimientos eclesiales y entidades de la Iglesia colaboran para ayudar realmente a estas personas. Y se ve, me parece, cómo el ser humano, ayudando a quién sufre, se hace más humano, el mundo se hace más humano. Esto es lo que queda grabado en mi memoria.

No sólo hemos distribuido el Instrumentum laboris para el Sínodo, sino que también hemos trabajado para el Sínodo. El día de san José por la tarde me reuní con todos los miembros del Consejo para el Sínodo —doce obispos— y cada uno habló de la situación de su Iglesia local. Me han hablado de sus propuestas, de sus expectativas, y así ha surgido una idea muy rica de la realidad de la Iglesia en África: cómo se mueve, cómo sufre, qué hace, cuáles son las esperanzas y los problemas. Podría hablar mucho, por ejemplo, de la Iglesia en Sudáfrica, que ha tenido una experiencia de reconciliación difícil, pero sustancialmente lograda: ahora, ayuda con sus experiencias a la tentativa de reconciliación en Burundi y trata de hacer algo parecido, aunque con grandes dificultades, en Zimbabue.

Finalmente, quisiera expresar una vez más mi agradecimiento a todos los que han contribuido al buen éxito de este viaje: hemos visto cuántos preparativos lo han precedido y cómo todos han colaborado. Deseo dar las gracias a las autoridades estatales, civiles, a las de la Iglesia y a todas las personas que han colaborado. Me parece que la palabra que debe concluir realmente esta aventura es «gracias». Gracias una vez más también a vosotros, periodistas, por el trabajo que habéis hecho y que seguís haciendo. Buen viaje a todos. Gracias.



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