DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL EMBAJADOR DE MONGOLIA ANTE LA SANTA SEDE*
Jueves 20 de mayo de 2010
Excelencia:
Me alegra darle la bienvenida al Vaticano y aceptar las cartas que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de Mongolia ante la Santa Sede. Le estoy muy agradecido por los saludos que me ha transmitido de parte del presidente Tsakhia Elbegdorj, y le ruego que le comunique mis mejores deseos para él y para todos los ciudadanos de su país. Mientras su nación celebra el 20° aniversario del establecimiento de la democracia, le expreso mi confianza en que los grandes progresos alcanzados en estos años sigan dando fruto en la consolidación de un orden social que promueva el bien común de sus ciudadanos, favoreciendo sus legítimas aspiraciones para el futuro.
Señor embajador, también aprovecho esta ocasión para manifestarle mi solidaridad y mi preocupación por las numerosas personas y familias que, el año pasado, sufrieron a causa del duro invierno y de los efectos de las lluvias torrenciales y de las inundaciones. Como usted ha observado justamente, las cuestiones medioambientales, especialmente las relacionadas con el cambio climático, son globales y es necesario afrontarlas a escala mundial.
Como usted ha señalado, excelencia, el establecimiento de relaciones diplomáticas entre Mongolia y la Santa Sede, que tuvo lugar después de los grandes cambios sociales y políticos de hace dos décadas, es un signo del compromiso de su nación por un intercambio fecundo en el ámbito de la más amplia comunidad internacional. La religión y la cultura, en cuanto expresiones interrelacionadas de las más profundas aspiraciones espirituales de nuestra humanidad común, naturalmente sirven como incentivos al diálogo y a la cooperación entre los pueblos al servicio de la paz y de un desarrollo auténtico. En efecto, es preciso que el desarrollo humano auténtico tome en consideración todas las dimensiones de la persona y, por tanto, aspire a los bienes superiores, que respetan la naturaleza espiritual del hombre y su destino último (cf. Caritas in veritate, 11). Por esta razón, deseo expresar mi aprecio por el apoyo constante de su Gobierno a la hora de garantizar la libertad religiosa. La creación de una comisión encargada de la aplicación correcta de la ley y de proteger los derechos de conciencia y de libre ejercicio de la religión, es un reconocimiento de la importancia de los grupos religiosos en el tejido social y de su potencial para promover un futuro de armonía y prosperidad.
Señor embajador, aprovecho esta ocasión para asegurarle el deseo de los ciudadanos católicos de Mongolia de contribuir al bien común participando plenamente en la vida de la nación. La misión primordial de la Iglesia es predicar el Evangelio de Jesucristo. Fiel al mensaje liberador de la Buena Nueva, trata de contribuir al progreso de toda la comunidad. Esto inspira los esfuerzos de la comunidad católica por cooperar con el Gobierno y con las personas de buena voluntad en la tarea de superar todo tipo de problemas sociales. La Iglesia también está interesada en desempeñar su propio papel en la formación intelectual y humana, sobre todo en la educación de los jóvenes en los valores de respeto, solidaridad y solicitud por los más desfavorecidos. De este modo, se esfuerza por servir a su Señor mostrando solicitud caritativa por las personas necesitadas y por el bien de toda la familia humana.
Señor embajador, le expreso mis mejores deseos para su misión, y le aseguro la disponibilidad de los dicasterios de la Santa Sede para colaborar con usted en el cumplimiento de sus altas responsabilidades. Estoy seguro de que su representación ayudará a fortalecer las buenas relaciones existentes entre la Santa Sede y Mongolia. Sobre usted y sobre su familia, así como sobre todos los habitantes de su nación, invoco de corazón abundantes bendiciones divinas.
*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n°22, p.6.
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