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ENCUENTRO CON LOS MUCHACHOS
DE LA ACCIÓN CATÓLICA ITALIANA

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Plaza de San Pedro
Sábado 30 de octubre de 2010

 

Pregunta de un muchacho de la Acción católica:

Santidad, ¿qué significa hacerse mayores? ¿Qué debo hacer para crecer siguiendo a Jesús? ¿Quién me puede ayudar?

Queridos amigos de la Acción católica italiana:

Me siento realmente feliz de encontrarme en esta hermosa plaza con vosotros, tan numerosos, y os agradezco de corazón vuestro afecto. Os doy la bienvenida a todos. En particular, saludo al presidente, el profesor Franco Miano, y al consiliario general, monseñor Domenico Sigalini. Saludo al cardenal Angelo Bagnasco, presidente de la Conferencia episcopal italiana, a los demás obispos, los sacerdotes, los educadores y los padres que han querido acompañaros.

He escuchado la pregunta del muchacho de la Acción católica. La respuesta más hermosa sobre qué significa hacerse mayores la lleváis todos escrita en vuestras camisetas, en las gorras, en las pancartas: «Hay algo más». Este lema vuestro, que no conocía, me ha hecho reflexionar. ¿Qué hace un niño para ver si crece? Confronta su altura con la de sus compañeros; e imagina que llega a ser más alto, para sentirse más grande. Yo, cuando era muchacho, a vuestra edad, en mi clase era uno de los más pequeños, y tenía aún más el deseo de ser algún día muy grande; y no sólo grande de estatura, sino que quería hacer algo grande, algo más en mi vida, aunque no conocía esta frase «hay algo más». Crecer en estatura implica este «hay algo más». Os lo dice vuestro corazón, que desea tener muchos amigos, que está contento cuando se porta bien, cuando sabe dar alegría a papá y mamá, pero sobre todo cuando encuentra a un amigo insuperable, muy bueno y único, que es Jesús. Ya sabéis cuánto quería Jesús a los niños y los muchachos. Un día muchos niños como vosotros se acercaron a Jesús, porque se había entablado un buen entendimiento, y en su mirada percibían el reflejo del amor de Dios; pero había también adultos a quienes, en cambio, esos niños importunaban. A vosotros también os pasa que alguna vez, mientras jugáis y os divertís con los amigos, los mayores os dicen que no molestéis… Pues bien, Jesús regaña a esos adultos y les dice: Dejad aquí a todos estos muchachos, porque tienen en el corazón el secreto del reino de Dios. Así enseñó Jesús a los adultos que también vosotros sois «grandes» y que los adultos deben custodiar vuestra grandeza, que es la de tener un corazón que ama a Jesús. Queridos niños, queridos muchachos: ser «grandes» significa amar mucho a Jesús, escucharlo y hablar con él en la oración, encontrarlo en los sacramentos, en la santa misa, en la confesión; quiere decir conocerlo cada vez más y darlo a conocer a los demás, quiere decir estar con los amigos, también con los más pobres, los enfermos, para crecer juntos. Y la Acción católica forma parte de ese «más», porque no estáis solos en el amor a Jesús —sois muchos, lo vemos también esta mañana—, sino que os ayudáis unos a otros; porque no queréis dejar que ningún amigo esté solo, sino que queréis decir muy alto a todos que es hermoso tener a Jesús como amigo y es hermoso ser amigos de Jesús; y es hermoso serlo juntos, con la ayuda de vuestros padres, sacerdotes y animadores. Así llegaréis a ser grandes de verdad, no sólo porque sois más altos, sino porque vuestro corazón se abre a la alegría y al amor que Jesús os da. Y así se abre a la verdadera grandeza, estar en el gran amor de Dios, que también es siempre amor a los amigos. Esperamos y oramos para crecer en este sentido, para encontrar ese «algo más» y ser verdaderamente personas con un corazón grande, con un Amigo grande que nos da su grandeza también a nosotros. Gracias.

Pregunta de una muchacha:

Santidad, nuestros educadores de la Acción católica nos dicen que para ser grandes es necesario aprender a amar, pero a menudo nos perdemos y sufrimos en nuestras relaciones, en nuestras amistades, en nuestros primeros amores. ¿Qué significa amar a fondo? ¿Cómo aprender a amar de verdad?

Una gran pregunta. Es muy importante, yo diría fundamental, aprender a amar, a amar de verdad, aprender el arte del verdadero amor. En la adolescencia nos situamos ante un espejo y nos damos cuenta de que estamos cambiando. Pero mientras uno sigue mirándose a sí mismo, no crece nunca. Llegáis a ser grandes cuando el espejo ya no es la única verdad de vuestra persona, sino cuando dejáis que la digan vuestros amigos. Llegáis a ser grandes si sois capaces de hacer de vuestra vida un don para los demás, de no buscaros a vosotros mismos, sino de entregaros a los demás: esta es la escuela del amor. Pero este amor debe llevar dentro ese «algo más» que hoy gritáis a todos. «Hay algo más». Como os he dicho, también yo en mi juventud quería algo más de lo que me presentaba la sociedad y la mentalidad del tiempo. Quería respirar aire puro; sobre todo deseaba un mundo bello y bueno, como lo había querido para todos nuestro Dios, el Padre de Jesús. Y he entendido cada vez más que el mundo es hermoso y bueno si se conoce esta voluntad de Dios y si el mundo está en correspondencia con esta voluntad de Dios, que es la verdadera luz, la belleza, el amor que da sentido al mundo.

Realmente, es verdad: no podéis y no debéis adaptaros a un amor reducido a mercancía que se intercambia, que se consume sin respeto por uno mismo y por los demás, incapaz de castidad y de pureza. Esto no es libertad. Mucho del «amor» que proponen los medios de comunicación, o internet, no es amor, es egoísmo, cerrazón; os da la impresión ilusoria de un momento, pero no os hace felices, no os hace crecer, sino que os ata como una cadena que sofoca los pensamientos y los sentimientos más hermosos, los impulsos verdaderos del corazón, la fuerza indestructible que es el amor y que encuentra en Jesús su máxima expresión y en el Espíritu Santo la fuerza y el fuego que incendia vuestra vida, vuestros pensamientos y vuestros afectos. Ciertamente, también cuesta sacrificio vivir de modo verdadero el amor —sin renuncias no se llega a este camino—, pero estoy seguro de que vosotros no tenéis miedo del empeño de un amor comprometedor y auténtico. Es el único que, a fin de cuentas, da la verdadera felicidad. Hay una forma de comprobar si vuestro amor está creciendo bien: si no excluís de vuestra vida a los demás, sobre todo a vuestros amigos que sufren y están solos, a las personas con dificultades, y si abrís vuestro corazón al gran amigo que es Jesús. También la Acción católica os enseña los caminos para aprender el amor auténtico: la participación en la vida de la Iglesia, de vuestra comunidad cristiana, el querer a vuestros amigos del grupo de la Acción católica, la disponibilidad hacia los coetáneos con los que os encontráis en el colegio, en la parroquia o en otros ambientes, la compañía de la Madre de Jesús, María, que sabe custodiar vuestro corazón y guiaros por el camino del bien. Por lo demás, en la Acción católica tenéis numerosos ejemplos de amor genuino, hermoso, verdadero: el beato Pier Giorgio Frassati, el beato Alberto Marvelli; amor que llega incluso al sacrificio de la vida, como la beata Pierina Morosini y la beata Antonia Mesina.

Muchachos de la Acción católica, aspirad a grandes metas, porque Dios os da la fuerza para ello. El «algo más» es ser muchachos y jóvenes que deciden amar como Jesús, ser protagonistas de su propia vida, protagonistas en la Iglesia, testigos de la fe entre vuestros coetáneos. Ese «algo más» es la formación humana y cristiana que experimentáis en la Acción católica, que une la vida espiritual, la fraternidad, el testimonio público de la fe, la comunión eclesial, el amor a la Iglesia, la colaboración con los obispos y los sacerdotes, la amistad espiritual. «Llegar a ser grandes juntos» muestra la importancia de formar parte de un grupo y de una comunidad que os ayudan a crecer, a descubrir vuestra vocación y a aprender el verdadero amor. Gracias.

Pregunta de una educadora:

¿Qué significa ser educadores hoy? ¿Cómo afrontar las dificultades que encontramos en nuestro servicio? ¿Cómo hacer para que todos se comprometan por el presente y el futuro de las nuevas generaciones? Gracias.

Una gran pregunta. Lo vemos en esta situación del problema de la educación. Yo diría que ser educadores significa tener una alegría en el corazón y comunicarla a todos para hacer hermosa y buena la vida; significa ofrecer razones y metas para el camino de la vida, ofrecer la belleza de la persona de Jesús y hacer que quien nos escucha se enamore de él, de su estilo de vida, de su libertad, de su gran amor lleno de confianza en Dios Padre. Significa sobre todo mantener siempre alta la meta de cada existencia hacia ese «algo más» que nos viene de Dios. Esto exige un conocimiento personal de Jesús, un contacto íntimo, cotidiano, amoroso con él en la oración, en la meditación de la Palabra de Dios, en la fidelidad a los sacramentos, a la Eucaristía y a la confesión; exige comunicar la alegría de estar en la Iglesia, de tener amigos con los que compartir no sólo las dificultades, sino también la belleza y las sorpresas de la vida de fe.

Sabéis bien que no sois amos de los muchachos, sino servidores de su alegría en nombre de Jesús, personas que los guían hacia él. Habéis recibido un mandato de la Iglesia para esta tarea. Cuando os sumáis a la Acción católica os decís a vosotros mismos y decís a todos que amáis a la Iglesia, que estáis dispuestos a ser corresponsables, juntamente con los pastores, de su vida y de su misión, en una asociación que se dedica a promover el bien de las personas, sus caminos de santidad y los vuestros, la vida de las comunidades cristianas en la cotidianidad de su misión. Vosotros sois buenos educadores si lográis la participación de todos para el bien de los más jóvenes. No podéis ser autosuficientes, sino que debéis hacer sentir la urgencia de la educación de las generaciones jóvenes a todos los niveles. Sin la presencia de la familia, por ejemplo, corréis el riesgo de construir sobre la arena; sin una colaboración con la escuela no se forma una inteligencia profunda de la fe; sin una colaboración de los varios operadores del tiempo libre y de la comunicación vuestra obra paciente corre el riesgo de no ser eficaz, de no incidir en la vida diaria. Estoy seguro de que la Acción católica está muy arraigada en el territorio y tiene la valentía de ser sal y luz. Vuestra presencia aquí, esta mañana, muestra —no sólo a mí sino a todos— que es posible educar, que cuesta pero es hermoso infundir entusiasmo en los muchachos y los jóvenes. Tened la valentía, diría la audacia, de no dejar ningún ambiente privado de Jesús, de su ternura que hacéis experimentar a todos, incluidos los más necesitados y abandonados, con vuestra misión de educadores.

Queridos amigos, os agradezco que hayáis participado en este encuentro. Me gustaría estar más tiempo con vosotros, porque cuando estoy en medio de tanta alegría y entusiasmo, también yo me siento lleno de alegría, me siento rejuvenecido. Pero lamentablemente el tiempo pasa rápido, me esperan otras personas. Pero con el corazón estoy con vosotros y me quedo con vosotros. Y os invito, queridos amigos, a seguir vuestro camino, a ser fieles a la identidad y a la finalidad de la Acción católica. La fuerza del amor de Dios puede realizar grandes cosas en vosotros. Os aseguro que os recuerdo a todos en mi oración y os encomiendo a la intercesión maternal de la Virgen María, Madre de la Iglesia, para que como ella podáis testimoniar que «hay algo más», la alegría de la vida llena de la presencia del Señor. ¡Gracias a todos de corazón!



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