DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LA COMUNIDAD DEL EMMANUEL
Sala del Consistorio
Jueves 3 de febrero de 2011
Queridos hermanos en el episcopado;
queridos amigos:
Me alegra acogeros ahora que la Comunidad del Emmanuel se prepara para celebrar el 20˚ aniversario de la muerte de su fundador, Pierre Goursat, cuya causa de beatificación se introdujo el año pasado. Que el ejemplo de su vida de fe y el de su compromiso misionero os estimulen y sean para vosotros una llamada constante a caminar hacia la santidad. En los próximos meses celebraréis también los 30 años del servicio de FIDESCO en favor de los países más pobres, así como los 40 años de la fundación de la Comunidad y los 20 años del reconocimiento de sus Estatutos de parte del Consejo pontificio para los laicos. Junto a vosotros doy gracias a Dios por esta obra. Dirijo mi más cordial saludo a cada uno y cada una de vosotros, sacerdotes y laicos. Saludo en particular al moderador de la Comunidad —a quien agradezco las amables palabras que me ha dirigido—, a los miembros del Consejo internacional, a los responsables de los grandes servicios, así como a los obispos que provienen de la Comunidad. Que vuestra peregrinación a Roma al principio de este año jubilar sea ocasión para renovar vuestro compromiso de seguir siendo discípulos ardientes de Cristo en la fidelidad a la Iglesia y a sus pastores.
Queridos amigos, la gracia profunda de vuestra Comunidad viene de la adoración eucarística. De esta adoración nace la compasión por todos los hombres y de esta compasión nace la sed de evangelizar (cf. Estatutos, Preámbulo I). En el espíritu de vuestro carisma, os aliento a profundizar vuestra vida espiritual reservando un lugar esencial al encuentro personal con Cristo, el Emmanuel, Dios-con-nosotros, a fin de dejaros transformar por él y de que madure en vosotros el deseo apasionado de la misión. En la Eucaristía encontráis la fuente de todos vuestros compromisos en el seguimiento de Cristo, y en su adoración purificáis vuestra mirada sobre la vida del mundo. «En efecto, no podemos guardar para nosotros el amor que celebramos en el Sacramento. Este amor exige por su naturaleza que sea comunicado a todos. Lo que el mundo necesita es el amor de Dios, encontrar a Cristo y creer en él» (Sacramentum caritatis, 84). Una vida auténticamente eucarística es una vida misionera. En un mundo a menudo desorientado y que busca nuevas razones para vivir, es preciso llevar la luz de Cristo a todos. Estad en medio de los hombres y las mujeres de hoy como ardientes misioneros del Evangelio, sostenidos por una vida radicalmente aferrada por Cristo. Tened sed de anunciar la Palabra de Dios.
Hoy, la urgencia de este anuncio es especialmente evidente en las familias, con tanta frecuencia rotas, en los jóvenes y en los ambientes intelectuales. Contribuid a renovar desde dentro el dinamismo apostólico de las parroquias, desarrollando sus orientaciones espirituales y misioneras. Asimismo, os aliento a estar atentos a las personas que vuelven a la Iglesia y que no han recibido una catequesis profunda. Ayudadles a arraigar su fe en una vida auténticamente teologal, sacramental y eclesial. El trabajo que realiza en particular FIDESCO testimonia también vuestro compromiso en favor de las poblaciones de los países más pobres. Que en todas partes vuestra caridad irradie el amor de Cristo y se convierta así en una fuerza para construir un mundo más justo y fraterno.
Invito especialmente a vuestra Comunidad a vivir una verdadera comunión entre sus miembros. Esta comunión, que no es simple solidaridad humana entre miembros de una misma familia espiritual, se basa en vuestra relación con Cristo y en un compromiso común de servirle. De este modo la vida comunitaria que deseáis llevar, en el respeto del estado de vida de cada persona, será para la sociedad un testimonio vivo del amor fraterno que debe ser el alma de todas las relaciones humanas. La comunión fraterna ya es un anuncio del mundo nuevo que Cristo vino a instaurar.
Que esta misma comunión, que no significa replegarse en sí mismos, sea también efectiva con las Iglesias locales. En efecto, cada carisma hace referencia al crecimiento de todo el Cuerpo de Cristo. La acción misionera, por tanto, debe adaptarse incesantemente a las realidades de la Iglesia local, con una preocupación permanente de consonancia y de colaboración con los pastores, bajo la autoridad del obispo. Por otra parte, el reconocimiento mutuo de la diversidad de vocaciones en la Iglesia y de su contribución indispensable a la evangelización es un signo elocuente de la unidad de los discípulos de Cristo y de la credibilidad de su testimonio.
La Virgen María, Madre del Emmanuel, ocupa un lugar importante en la espiritualidad de vuestra Comunidad. Acogedla «en vuestra casa», como hizo el discípulo amado, para que sea verdaderamente la madre que os guíe hacia su Hijo divino y os ayude a permanecer fieles a él. Encomendándoos a su intercesión maternal, de todo corazón os imparto a cada uno y a cada una de vosotros, así como a todos los miembros de la Comunidad del Emmanuel, la bendición apostólica.
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