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VIAJE APOSTÓLICO A CROACIA
(4-5 DE JUNIO DE 2011)

RUEDA DE PRENSA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A BORDO DEL AVIÓN AL INICIO DEL VIAJE


Sábado 4 de junio de 2011

 

(El padre Federico Lombardi, director de la Oficina de información de la Santa Sede
le dirigió la primera pregunta en nombre de los presentes;
las otras dos las hizo un periodista croata.)

 

Santidad, usted ya ha estado en otras ocasiones en Croacia, y su predecesor hizo tres viajes a este país. ¿Se puede hablar de una relación particular entre la Santa Sede y Croacia? ¿Cuáles son los motivos y los aspectos más significativos de esta relación y de este viaje?

Personalmente he estado dos veces en Croacia. La primera, con ocasión del funeral del cardenal Šeper —mi predecesor en la Congregación para la doctrina de la fe—, que era un gran amigo mío, porque era también presidente de la Comisión teológica, de la que yo era miembro. Por eso conocí su bondad, su inteligencia, su discernimiento, su alegría. Y esto me dio también una idea de Croacia misma, porque era un gran croata y un gran europeo. Luego, en otra ocasión fui invitado por su secretario particular, Čapek —también él hombre de gran alegría y de gran bondad—, a un simposio y a una celebración en un santuario mariano. Aquí viví la piedad popular, que —debo decir— es muy semejante a la de mi tierra. Y me alegró mucho ver esta encarnación de la fe: una fe vivida con el corazón, donde lo sobrenatural resulta natural y lo natural se ve iluminado por lo sobrenatural. Así, vi y viví esta Croacia, con su milenaria historia católica, siempre muy cercana a la Santa Sede, y naturalmente con la precedente historia de la Iglesia antigua. Vi que hay una fraternidad muy profunda en la fe, en la voluntad de servir a Dios por el bien del hombre, en el humanismo cristiano. En este sentido —me parece— hay una conexión natural en esta verdadera catolicidad, que está abierta a todos y que transforma el mundo o quiere transformar el mundo según las ideas del Creador.

Santo Padre, dentro de poco tiempo Croacia debería sumarse a las 27 naciones que forman parte de la Unión Europea, pero en los últimos tiempos, en el pueblo croata ha aumentado cierto escepticismo con respecto a la Unión. En esta situación, ¿piensa dar un mensaje de aliento a los croatas, para que miren hacia Europa no sólo en una perspectiva económica, sino también cultural y con los valores cristianos?

Yo creo que la mayoría de los croatas piensa sustancialmente con gran alegría en este momento en que se une a la Unión Europea, porque es un pueblo profundamente europeo. Tanto el cardenal Šeper como los cardenales Kuharić y Bozanić siempre me han dicho: «Nosotros no somos Balcanes, somos Europa central». Por tanto, es un pueblo que está en el centro de Europa, de su historia y de su cultura. En este sentido, a mi parecer, es lógico, justo y necesario que entre. Creo también que el sentimiento predominante es la alegría por estar donde Croacia ha estado siempre histórica y culturalmente. Como es natural, se puede comprender también cierto escepticismo si un pueblo no muy grande en número entra en esta Europa ya hecha y construida. Se puede entender que tal vez haya miedo de un burocratismo centralista demasiado fuerte, de una cultura racionalista, que no tiene suficientemente en cuenta la historia y la riqueza de la historia y tampoco la riqueza de la diversidad histórica. Me parece que precisamente una misión de este pueblo, que entra ahora, puede ser asimismo renovar la diversidad en la unidad. La identidad europea es una identidad propia en la riqueza de las diversas culturas, que convergen en la fe cristiana, en los grandes valores cristianos. Para que esto sea visible y eficiente de nuevo, me parece que los croatas que entran ahora tienen precisamente la misión de reforzar, contra cierto racionalismo abstracto, la historicidad de nuestras culturas y la diversidad, que es nuestra riqueza. En este sentido, animo a los croatas: el proceso de entrar en Europa es un proceso recíproco de dar y recibir. También Croacia da con su historia, con su capacidad humana y económica, y naturalmente igualmente recibe, ensanchando así el horizonte y viviendo en este gran comercio, no sólo económico, sino sobre todo también cultural y espiritual.

Muchos croatas esperaban que con ocasión de su viaje pudiera realizarse la canonización del beato cardenal Stepinac. ¿Cuál es para usted la importancia de su figura hoy?

Este cardenal fue un gran pastor y un gran cristiano, y así también un hombre de un humanismo ejemplar. Yo diría que al cardenal Stepinac le tocó en suerte tener que vivir en dos dictaduras opuestas, pero ambas anti-humanistas: primero el régimen ustacha, que parecía realizar el sueño de la autonomía y de la independencia, pero en realidad se trataba de una autonomía que era una mentira, porque Hitler la utilizaba para sus fines. El cardenal Stepinac comprendió muy bien esto y defendió el humanismo verdadero contra este régimen, defendiendo a los serbios, a los judíos, a los gitanos. Podríamos decir que dio la fuerza de un verdadero humanismo, también sufriendo. Luego llegó la dictadura contraria, el comunismo, donde de nuevo luchó por la fe, por la presencia de Dios en el mundo, por el verdadero humanismo, que depende de la presencia de Dios: sólo el hombre es imagen de Dios y el humanismo florece. Ese fue —digamos— su destino: combatir en dos luchas diversas y opuestas; y, precisamente en esta decisión por la verdad contra el espíritu de los tiempos, este verdadero humanismo, que viene de la fe cristiana, es un gran ejemplo no sólo para los croatas, sino para todos nosotros.



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