DISCURSO DEL SANTO PADRE BENDICTO XVI
A LOS MIEMBROS DEL CONSEJO RELIGIOSO ISRAELÍ
Sala de los Papas
Jueves 10 de noviembre de 2011
Beatitud,
excelencias,
queridos amigos:
Es un gran placer para mí daros la bienvenida, miembros del Consejo religioso israelí, que representáis a las comunidades religiosas presentes en Tierra Santa, y os doy las gracias por las amables palabras que me han dirigido en nombre de todos los presentes.
En nuestros tiempos agitados, el diálogo entre las diferentes religiones se está convirtiendo en algo cada vez más importante para instaurar un clima de comprensión mutua y de respeto que puede llevar a la amistad y a una firme confianza recíproca. Esto es urgente para los líderes religiosos de Tierra Santa que, aun viviendo en un lugar lleno de recuerdos sagrados para nuestras tradiciones, sufren diariamente por las dificultades de vivir juntos en armonía.
Como puse de relieve en mi reciente encuentro con los líderes religiosos en Asís, hoy nos encontramos ante dos tipos de violencia: por una parte, el uso de la violencia en nombre de la religión y, por otra, la violencia que es consecuencia de la negación de Dios, que a menudo caracteriza la vida en la sociedad moderna. En esta situación, como líderes religiosos, estamos llamados a reafirmar que la relación del hombre con Dios, vivida correctamente, es una fuerza de paz. Esta es una verdad que debe llegar a ser cada vez más visible en el modo como vivimos con los demás en la cotidianidad. Por esta razón, deseo animaros a fomentar un clima de confianza y de diálogo entre los líderes y miembros de todas las tradiciones religiosas presentes en Tierra Santa.
Compartimos la grave responsabilidad de educar a los miembros de nuestras respectivas comunidades religiosas, con vistas a fomentar un entendimiento mutuo más profundo y desarrollar una apertura hacia la cooperación con personas de tradiciones religiosas distintas de la nuestra. Desgraciadamente, la realidad de nuestro mundo a menudo es fragmentaria y defectuosa, incluso en Tierra Santa. Todos nosotros estamos llamados a comprometernos de nuevo en la promoción de una mayor justicia y dignidad, para enriquecer nuestro mundo y darle una dimensión humana plena. La justicia, junto con la verdad, el amor y la libertad, es un requisito fundamental para una paz duradera y segura en el mundo. El movimiento hacia la reconciliación exige valentía y clarividencia, así como la confianza en que Dios mismo nos mostrará el camino. No podemos conseguir nuestros objetivos si Dios no nos da la fuerza para hacerlo.
Cuando visité Jerusalén, en mayo de 2009, me detuve ante el Muro Occidental y, en la oración escrita que coloqué entre las piedras del Muro, pedí a Dios por la paz en Tierra Santa. Escribí: «Dios de todos los tiempos, en mi visita a Jerusalén, la “ciudad de la paz”, casa espiritual para judíos, cristianos y musulmanes, te presento las alegrías, las esperanzas y las aspiraciones, las pruebas, losl sufrimientos y las penas de tu pueblo esparcido por el mundo. Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, escucha el grito de los afligidos, los atemorizados y los despojados; derrama tu paz sobre esta Tierra Santa, sobre Oriente Medio, sobre toda la familia humana; despierta el corazón de todos los que invocan tu nombre, para caminar humildemente por la senda de la justicia y la compasión. “Bueno es el Señor con el que en él espera, con el alma que lo busca” (Lam 3, 25)» (L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 22 de mayo de 2009, p. 11).
Que el Señor escuche hoy mi oración por Jerusalén y colme vuestro corazón de alegría durante vuestra visita a Roma. Que escuche la oración de todos los hombres y mujeres que le piden por la paz en Jerusalén. Ciertamente, no dejemos nunca de rezar por la paz en Tierra Santa, con confianza en Dios, que es nuestra paz y nuestro consuelo. Encomendándoos a vosotros y a los que representáis al cuidado misericordioso del Omnipotente, de buen grado invoco sobre todos vosotros bendiciones divinas de alegría y paz.
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