SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS
XLVII JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ
PAPA FRANCISCO
ÁNGELUS
Plaza de San Pedro
Miércoles 1 de enero de 2014
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos día y feliz año!
Al inicio del nuevo año dirijo a todos vosotros los más cordiales deseos de paz y de todo bien. Mi deseo es el de la Iglesia, el deseo cristiano. No está relacionado con el sentido un poco mágico y un poco fatalista de un nuevo ciclo que inicia. Sabemos que la historia tiene un centro: Jesucristo, encarnado, muerto y resucitado, que vive entre nosotros; tiene un fin: el Reino de Dios, Reino de paz, de justicia, de libertad en el amor; y tiene una fuerza que la mueve hacia ese fin: la fuerza es el Espíritu Santo. Todos nosotros tenemos el Espíritu Santo que hemos recibido en el Bautismo, y Él nos impulsa a seguir adelante por el camino de la vida cristiana, por la senda de la historia, hacia el Reino de Dios.
Este Espíritu es la potencia de amor que fecundó el seno de la Virgen María; y es el mismo que anima los proyectos y las obras de todos los constructores de paz. Donde hay un hombre o una mujer constructor de paz, es precisamente el Espíritu Santo quien le ayuda, le impulsa a construir la paz. Dos caminos que se cruzan hoy: fiesta de María santísima Madre de Dios y Jornada mundial de la paz. Hace ocho días resonaba el anuncio angelical: «Gloria a Dios y paz a los hombres»; hoy lo acogemos nuevamente de la Madre de Jesús, que «conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» (Lc 2, 19), para hacer de ello nuestro compromiso a lo largo del año que comienza.
El tema de esta Jornada mundial de la paz es «La fraternidad, fundamento y camino para la paz». Fraternidad: siguiendo la estela de mis Predecesores, a partir de Pablo VI, he desarrollado el tema en un Mensaje, ya difundido y hoy idealmente entrego a todos. En la base está la convicción de que todos somos hijos del único Padre celestial, formamos parte de la misma familia humana y compartimos un destino común. De aquí se deriva para cada uno la responsabilidad de obrar a fin de que el mundo llegue a ser una comunidad de hermanos que se respetan, se aceptan en su diversidad y se cuidan unos a otros. Estamos llamados también a darnos cuenta de las violencias e injusticias presentes en tantas partes del mundo y que no pueden dejarnos indiferentes e inmóviles: se necesita del compromiso de todos para construir una sociedad verdaderamente más justa y solidaria. Ayer recibí una carta de un señor, tal vez uno de vosotros, quien informándome sobre una tragedia familiar, a continuación enumeraba muchas tragedias y guerras de hoy en el mundo, y me preguntaba: ¿qué sucede en el corazón del hombre, que le lleva a hacer todo esto? Y decía, al final: «Es hora de detenerse». También yo creo que nos hará bien detenernos en este camino de violencia, y buscar la paz. Hermanos y hermanas, hago mías las palabras de este hombre: ¿qué sucede en el corazón del hombre? ¿Qué sucede en el corazón de la humanidad? ¡Es hora de detenerse!
Desde todos los rincones de la tierra, los creyentes elevan hoy la oración para pedir al Señor el don de la paz y la capacidad de llevarla a cada ambiente. En este primer día del año, que el Señor nos ayude a encaminarnos todos con más firmeza por las sendas de la justicia y de la paz. Y comencemos en casa. Justicia y paz en casa, entre nosotros. Se comienza en casa y luego se sigue adelante, a toda la humanidad. Pero debemos comenzar en casa. Que el Espíritu Santo actúe en nuestro corazón, rompa las cerrazones y las durezas y nos conceda enternecernos ante la debilidad del Niño Jesús. La paz, en efecto, requiere la fuerza de la mansedumbre, la fuerza no violenta de la verdad y del amor.
En las manos de María, Madre del Redentor, ponemos con confianza filial nuestras esperanzas. A ella, que extiende su maternidad a todos los hombres, confiamos el grito de paz de las poblaciones oprimidas por la guerra y la violencia, para que la valentía del diálogo y de la reconciliación predomine sobre las tentaciones de venganza, de prepotencia y corrupción. A ella le pedimos que el Evangelio de la fraternidad, anunciado y testimoniado por la Iglesia, pueda hablar a cada conciencia y derribar los muros que impiden a los enemigos reconocerse hermanos.
Después del Ángelus
Hermanos y hermanas:
Deseo agradecer al presidente de la República Italiana las expresiones de felicitación que me dirigió ayer por la tarde, durante su Mensaje a la Nación. Correspondo de corazón, invocando la bendición del Señor sobre el pueblo italiano, a fin de que, con la aportación responsable y solidaria de todos, pueda mirar al futuro con confianza y esperanza.
Saludo con gratitud a las numerosas iniciativas de oración y compromiso por la paz que se desarrollan en todas las partes del mundo con ocasión de la Jornada mundial de la paz. Recuerdo, en especial, la Marcha nacional que tuvo lugar ayer por la tarde en Campobasso, organizada por la CEI, Caritas y Pax Christi. Saludo a los participantes en la manifestación «Paz en todas las tierras», promovida en Roma y en muchos otros países por la Comunidad de San Egidio. Así como a las familias del Movimiento del Amor Familiar, que han pasado la noche en la plaza de San Pedro. ¡Gracias! Gracias por esta oración.
Dirijo un saludo cordial a todos los peregrinos presentes, a las familias, a los grupos de jóvenes. Un pensamiento especial a los «Cantori della Stella» –Sternsinger–, es decir, a los niños y muchachos que en Alemania y en Austria llevan a las casas la bendición de Jesús y recogen donativos para los niños que no tienen lo necesario. ¡Gracias por vuestro compromiso! Y saludo también a los amigos y a los voluntarios de la Fraterna Domus.
A todos deseo un año de paz en la gracia del Señor y con la protección maternal de María, a quien hoy invocamos con el título de «Madre de Dios». ¿Qué os parece si todos juntos la saludamos, ahora, diciendo tres veces «Santa Madre de Dios»? Todos juntos: ¡Santa Madre de Dios! ¡Santa Madre de Dios! ¡Santa Madre de Dios! ¡Feliz inicio de año, buen almuerzo y hasta la vista!
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