PAPA FRANCISCO
ÁNGELUS
Plaza de San Pedro
Domingo 4 de enero de 2015
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
¡Un hermoso domingo nos regala el nuevo año! ¡Hermoso día!
Dice san Juan en el Evangelio que leímos hoy: «En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió... El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre» (1, 4-5.9). Los hombres hablan mucho de la luz, pero a menudo prefieren la tranquilidad engañadora de la oscuridad. Nosotros hablamos mucho de la paz, pero con frecuencia recurrimos a la guerra o elegimos el silencio cómplice, o bien no hacemos nada en concreto para construir la paz. En efecto, dice san Juan que «vino a su casa, y los suyos no lo recibieron» (Jn 1, 11); porque «este es el juicio: que la luz —Jesús— vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras» (Jn 3, 19-20). Así dice san Juan en el Evangelio. El corazón del hombre puede rechazar la luz y preferir las tinieblas, porque la luz revela sus obras malvadas. Quien obra el mal, odia la luz. Quien obra el mal, odia la paz.
Hace unos días hemos iniciado el año nuevo en el nombre de la Madre de Dios, celebrando la Jornada mundial de la paz sobre el tema «No esclavos, sino hermanos». Mi deseo es que se supere la explotación del hombre por parte del hombre. Esta explotación es una plaga social que mortifica las relaciones interpersonales e impide una vida de comunión caracterizada por el respeto, la justicia y la caridad. Cada hombre y cada pueblo tienen hambre y sed de paz; por lo tanto, es necesario y urgente construir la paz.
La paz no es sólo ausencia de guerra, sino una condición general en la cual la persona humana está en armonía consigo misma, en armonía con la naturaleza y en armonía con los demás. Esto es la paz. Sin embargo, hacer callar las armas y apagar los focos de guerra sigue siendo la condición inevitable para dar comienzo a un camino que conduce a alcanzar la paz en sus diferentes aspectos. Pienso en los conflictos que aún ensangrientan demasiadas zonas del planeta, en las tensiones en las familias y en las comunidades —¡en cuántas familias, en cuántas comunidades, incluso parroquiales, existe la guerra!—, así como en los contrastes encendidos en nuestras ciudades y en nuestros países entre grupos de diversas extracciones culturales, étnicas y religiosas. Tenemos que convencernos, no obstante toda apariencia contraria, que la concordia es siempre posible, a todo nivel y en toda situación. No hay futuro sin propósitos y proyectos de paz. No hay futuro sin paz.
Dios, en el Antiguo Testamento, hizo una promesa. El profeta Isaías decía: «De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra» (Is 2, 4). ¡Es hermoso! La paz está anunciada, como don especial de Dios, en el nacimiento del Redentor: «En la tierra paz a los hombres de buena voluntad» (Lc 2, 14). Ese don requiere ser implorado incesantemente en la oración. Recordemos, aquí en la plaza, ese cartel: «En la base de la paz está la oración». Este don se debe implorar y se debe acoger cada día con empeño, en las situaciones en las que nos encontramos. En los albores de este nuevo año, estamos todos llamados a volver a encender en el corazón un impulso de esperanza, que debe traducirse en obras de paz concretas. «¿Tú no te llevas bien con esta persona? ¡Haz las paces!»; «¿En tu casa? ¡Haz las paces!»; «¿En tu comunidad? ¡Haz las paces!»; «¿En tu trabajo? ¡Haz las paces!». Obras de paz, de reconciliación y de fraternidad. Cada uno de nosotros debe realizar gestos de fraternidad hacia el prójimo, especialmente con quienes son probados por tensiones familiares o por altercados de diversos tipos. Estos pequeños gestos tienen mucho valor: pueden ser semillas que dan esperanza, pueden abrir caminos y perspectivas de paz.
Invoquemos ahora a María, Reina de la Paz. Ella, durante su vida terrena, conoció no pocas dificultades, relacionadas con la fatiga cotidiana de la existencia. Pero no perdió nunca la paz del corazón, fruto del abandono confiado a la misericordia de Dios. A María, nuestra Madre de ternura, le pedimos que indique al mundo entero la senda segura del amor y de la paz.
Después del Ángelus:
Queridos hermanos y hermanas:
Dirijo un cordial saludo a todos vosotros, queridos peregrinos venidos de Italia y de diversos países para participar en este encuentro de oración.
En particular, saludos a los fieles de Casirate d’Adda, Alfianello, Val Brembilla y Verona.
A cada uno expreso el deseo de vivir en la paz y en la serenidad este segundo domingo después de Navidad, en el cual se prolonga la alegría del nacimiento de Jesús.
Como ya se anunció, el próximo 14 de febrero tendré la alegría de celebrar un Consistorio, durante el cual nombraré 15 nuevos cardenales, que, provenientes de 13 naciones de todos los continentes, manifiestan el vínculo inseparable entre la Iglesia de Roma y las Iglesias particulares presentes en el mundo.
El domingo 15 de febrero presidiré una solemne concelebración con los nuevos cardenales, mientras que el 12 y 13 de febrero tendré un consistorio con todos los cardenales para reflexionar sobre las orientaciones y las propuestas para la reforma de la Curia romana.
Los nuevos cardenales son:
1. Monseñor Dominique Mamberti, arzobispo titular de Sagona, prefecto del Tribunal supremo de la Signatura apostólica.
2. Monseñor Manuel José Macário do Nascimento Clemente, patriarca de Lisboa (Portugal).
3. Monseñor Berhaneyesus Demerew Souraphiel, c.m., arzobispo de Addis Abeba (Etiopía).
4. Monseñor John Atcherley Dew, arzobispo de Wellington (Nueva Zelanda).
5. Monseñor Edoardo Menichelli, arzobispo de Ancona-Ósimo (Italia).
6. Monseñor Pierre Nguyên Văn Nhon, arzobispo de Hanoi (Vietnam).
7. Monseñor Alberto Suárez Inda, arzobispo de Morelia (México).
8. Monseñor Charles Maung Bo, s.d.b., arzobispo de Yangon (Myanmar).
9. Monseñor Francis Xavier Kriengsak Kovithavanij, arzobispo de Bangkok (Tailandia).
10. Monseñor Francesco Montenegro, arzobispo de Agrigento (Italia).
11. Monseñor Daniel Fernando Sturla Berhouet, s.d.b., arzobispo de Montevideo (Uruguay).
12. Monseñor Ricardo Blázquez Pérez, arzobispo de Valladolid (España).
13. Monseñor José Luis Lacunza Maestrojuán, o.a.r., obispo de David (Panamá).
14. Monseñor Arlindo Gomes Furtado, obispo de Santiago de Cabo Verde (Archipiélago de Cabo Verde).
15. Monseñor Soane Patita Paini Mafi, obispo de Tonga (Islas de Tonga).
Uniré, además, a los miembros del Colegio cardenalicio a 5 arzobispos y obispos eméritos que se han destacado por su caridad pastoral en el servicio a la Santa Sede y a la Iglesia. Ellos representan a muchos obispos que, con la misma solicitud de pastores, dieron testimonio de amor a Cristo y al pueblo de Dios tanto en las Iglesias particulares como en la Curia romana y en el servicio diplomático de la Santa Sede. Ellos son:
1. Monseñor José de Jesús Pimiento Rodríguez, arzobispo emérito de Manizales.
2. Monseñor Luigi De Magistris, arzobispo titular de Nova, pro-penitenciario mayor emérito.
3. Monseñor Karl-Joseph Rauber, arzobispo titular de Giubalziana, nuncio apostólico.
4. Monseñor Luis Héctor Villalba, arzobispo emérito de Tucumán.
5. Monseñor Júlio Duarte Langa, obispo emérito de Xai-Xai.
Recemos por los nuevos cardenales, a fin de que, renovando su amor a Cristo, sean testigos de su Evangelio en la Ciudad de Roma y en todo el mundo, y con su experiencia pastoral me sostengan más intensamente en mi servicio apostólico.
¡Feliz domingo a todos! Es un hermoso día para visitar los museos. Por favor no olvidéis rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta la vista!
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