PAPA FRANCISCO
ÁNGELUS
Plaza de San Pedro
Domingo, 21 de octubre de 2018
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La página del Evangelio de hoy (cf. Marcos 10, 35-45) describe a Jesús, que una vez más y con gran paciencia, intenta corregir a sus discípulos convirtiéndolos de la mentalidad del mundo a la de Dios. Le brindan la ocasión los hermanos Santiago y Juan, dos de los primeros que Jesús encontró y llamó a seguirlo. Ya han recorrido un largo camino con Él y pertenecen al grupo de los doce Apóstoles. Por eso, mientras se dirigen a Jerusalén, donde los discípulos esperan con ansia que Jesús, con ocasión de la fiesta de Pascua, instaure finalmente el Reino de Dios, los dos hermanos se arman de valor, se acercan y dirigen al maestro su petición: «Concédenos que nos sentemos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda» (v. 37). Jesús sabe que Santiago y Juan están animados por un gran entusiasmo por Él y por la causa del Reino, pero sabe también que sus expectativas y su celo están contaminados por el espíritu del mundo. Por eso responde: «No sabéis lo que pedís» (v. 38). Y mientras ellos hablaban de «tronos de gloria» en los que sentarse junto a Cristo Rey, Él habla de un «cáliz» para beber, de un «bautismo» a recibir, es decir de su pasión y muerte.
Santiago y Juan, siempre mirando al privilegio esperado, dicen deprisa: ¡sí «podemos»! Pero tampoco aquí se dan cuenta de lo que verdaderamente dicen. Jesús preanuncia que su cáliz lo beberán y su bautismo lo recibirán, es decir, ellos también, como los demás apóstoles, participarán en su cruz, cuando llegue el momento. Sin embargo —concluye Jesús— «sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para quienes está preparado» (v. 40). Como diciendo: ahora seguidme y aprended el camino del amor «con pérdida», y el Padre celestial se hará cargo del premio. El camino del amor es siempre «con pérdida», porque amar significa dejar a parte el egoísmo, la autorreferencialidad, para servir a los demás. Jesús se da cuenta de que los otros diez Apóstoles se enfadan con Santiago y Juan, demostrando así que tienen la misma mentalidad mundana. Y esto le ofrece la inspiración para una lección que se aplica a los cristianos de todos los tiempos, también para nosotros. Dice: «Sabéis que los que son tenidos como jefes de las naciones las dominan como señores absolutos y los grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre vosotros; sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor» (v. 42-44). Es la regla del cristiano. El mensaje del Maestro es claro: mientras los grandes de la Tierra construyen «tronos» para el poder propio, Dios elige un trono incómodo, la cruz, desde donde reinar dando la vida: «Tampoco el Hijo del Hombre —dice Jesús— ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (v. 45).
El camino del servicio es el antídoto más eficaz contra la enfermedad de la búsqueda de los primeros puestos; es la medicina para los arribistas, esta búsqueda de los primeros puestos, que infecta muchos contextos humanos y no perdona tampoco a los cristianos, al pueblo de Dios, ni tampoco a la jerarquía eclesiástica. Por lo tanto, como discípulos de Cristo, acojamos este Evangelio como un llamado a la conversión, a dar testimonio con valentía y generosidad de una Iglesia que se inclina a los pies de los últimos, para servirles con amor y sencillez. Que la Virgen María, que se adhirió plenamente y humildemente a la voluntad de Dios, nos ayude a seguir a Jesús con alegría en el camino del servicio, el camino maestro que lleva al Cielo.
Después del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas:
Ayer, en Málaga (España) fue proclamado beato el sacerdote jesuita Tiburzio Arnáiz Muñoz, fundador de las Misioneras de las Doctrinas rurales. Demos gracias al Señor por el testimonio de este esmerado ministro de la reconciliación e incansable anunciador del Evangelio, sobre todo entre los humildes y los olvidados. Que su ejemplo nos empuje a ser operadores de misericordia y misioneros valientes en todos los ambientes; que su intercesión sustente nuestro camino. Demos todos un aplauso para el beato Tiburzio.
Hoy celebramos la Jornada misionera mundial, bajo el lema «Junto a los jóvenes, llevemos el Evangelio a todos». Junto a los jóvenes: ¡este es el camino! Y es una realidad que, gracias a Dios, estamos experimentando en estos días en el sínodo dedicado a ellos. Escuchándolos e involucrándolos descubrimos tantos testimonios de jóvenes que han encontrado en Jesús el sentido y la alegría de la vida. Y a menudo lo han encontrado gracias a otros jóvenes, ya partícipes de esta compañía suya de hermanos y hermanas que es la Iglesia. Recemos para que a las nuevas generaciones no les falte el anuncio de la fe y la llamada a colaborar en la misión de la Iglesia. Yo pienso en tantos cristianos, hombres y mujeres, laicos, consagrados, sacerdotes, obispos, que han entregado su vida y la donan todavía lejanos de la patria, anunciando el Evangelio. A ellos va nuestro amor, nuestra gratitud y nuestra oración. Recemos por ellos un Avemaría. [Reza la oración].
Y ahora os saludo a todos vosotros, peregrinos de Italia y de varios países. En particular, a los de la diócesis de Płock y de la escuela «San Juan Pablo II» de Kartuzy, en Polonia; a los de Braço do Norte (Brasil), Santa Fe (Nuevo México) y del Liceo «Saint Chaumond» de Poitiers (Francia). Y a un grupo de jóvenes de Buenos Aires y Córdoba, Argentina. Saludo a la Orden Trinitaria Secular Italiana y a los muchachos del «Pueblo de los sencillos» de San Cataldo, en Sicilia. Y también a los chicos de la confirmación de Galzignano, que veo allí. Un pensamiento especial dirijo al grupo de Caritas Internationalis, liderado por el Presidente Cardenal Luis Antonio Tagle, con algunos Obispos y personas de varios países del mundo. Habéis hecho un breve peregrinaje a Roma para expresar el deseo de caminar juntos, aprendiendo así a conocerse mejor. Animo esta iniciativa de «compartir el camino», que se promueve en tantas ciudades y que puede transformar nuestra relación con los migrantes. ¡Muchas gracias a Cáritas!
Y deseo a todos un buen domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Buen almuerzo y hasta pronto.
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