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PAPA FRANCISCO

MISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS SANCTAE MARTHAE

El sueño y las desilusiones de Dios

Jueves 30 de marzo de 2017

 

Fuente: www.osservatoreromano.va

 

«El sueño y las desilusiones de Dios»: fue precisamente el Papa Francisco quien sugirió el título para la meditación propuesta en la misa celebrada el jueves por la mañana, 30 de marzo, en Santa Marta: «El pasaje del libro del Éxodo que hemos oído, que hemos escuchado —dijo al inicio de la homilía haciendo referencia a la primera lectura (32, 7-14)— podemos llamarlo, por darle un título: “el sueño y las desilusiones de Dios”». Porque, explicó, «Dios ha soñado y al final queda decepcionado».

«Dios —explicó el Pontífice— ha soñado un pueblo y lo ha soñado desde el principio, ha elegido un hombre, Abraham, lo hizo caminar durante años, y un día le hizo ver las estrellas: “Mira las estrellas del cielo, así será el pueblo, tu descendencia, mi pueblo”». Este es «el sueño de Dios: soñaba porque amaba». Y «el amor era tanto —es mucho también hoy— que no podía tenerlo para sí mismo, era para darlo».

«Con tanta bondad» Dios «prometió este pueblo a Abraham, ya anciano, casado con una mujer estéril: “Tú tendrás un hijo y este hijo será tu descendencia, numerosa como las estrellas”. Y así ha sucedido». Después, prosiguió Francisco, «con los años, con el tiempo, este pueblo se convirtió en esclavo en Egipto y el Señor va y libera a su pueblo». Y «lo libera y le hace atravesar el mar como si fuera tierra, porque amaba y tenía este deseo para este pueblo». En resumen, «un padre que amaba a sus hijos».

«Pero este pueblo era un pueblo difícil» afirmó el Papa. «En camino hacia la tierra definitiva que él quería darles, hizo subir al monte a Moisés para darle la Ley». Y «Dios empieza a sentir la decepción: “Baja, venga, baja —dice a Moisés— porque tu pueblo, y mi pueblo, que has hecho salir de la tierra de Egipto —que yo he hecho salir con tu ayuda— se ha pervertido”». De hecho, explicó Francisco, «el pueblo no tuvo la paciencia de esperar a Dios, de esperar cuarenta día solamente». Así terminó incluso diciendo: “Y este Dios, pero... hagamos otro”». Entonces, recordó el Papa, «hicieron un becerro, allí: “Y esto es dios, es para divertirse, al menos para no aburrirse”». Y «se olvidaron de Dios que les había salvado».

«El profeta Baruc —indicó el Pontífice— tiene una frase que dibuja bien este pueblo: “Os habéis olvidado de quien os ha criado”». Y precisamente «olvidar a Dios que nos ha creado, que nos ha hecho crecer, que nos ha acompañado en la vida: esta es la desilusión de Dios».

«Muchas veces en el Evangelio —afirmó el Papa— Jesús en las parábolas habla de ese hombre que hace un viña y después fracasa, porque los trabajadores quieren tomarla para ellos». Pero «en el corazón del hombre, siempre está esta inquietud: no está satisfecho de Dios, del amor fiel». Y así «el corazón del hombre está siempre inclinado hacia la infidelidad: esta es la tentación». Por esto, explicó Francisco, «Dios, por medio de un profeta, regaña a este pueblo así, que no tiene constancia, no sabe esperar, se ha pervertido, no tardó en alejarse del camino que “yo les había indicado”, se han hecho un becerro de metal fundido, después se postraron ante él, le ofrecieron sacrificios y dijeron: “este es tu dios”». Sin embargo «al otro lo han olvidado».

Es así que Dios, «a través del profeta, dice al corazón de este pueblo: “Vosotros estáis siempre buscando otro dios”». Porque «el Señor cuando habla, habla fuerte, y nos dice cosas fuertes».

Aquí «está la desilusión de Dios: la infidelidad del pueblo», dijo el Papa. Y «también nosotros —prosiguió— somos pueblo de Dios y conocemos bien cómo es nuestro corazón; y cada día debemos retomar el camino para no resbalar lentamente hacia los ídolos, hacia las fantasías, hacia la mundanidad, hacia la infidelidad». Precisamente en esta perspectiva, Francisco sugirió «que hoy nos hará bien pensar al Señor decepcionado: “Dime Señor, ¿tú estás decepcionado conmigo?”. En algo sí, seguro». Pero es oportuno «pensar en hacer esta pregunta». Con la certeza de que «él tiene un corazón tierno, un corazón de padre; recordamos cuándo Jesús ve Jerusalén y llora por ella: Jerusalén, Jerusalén, cuántas veces he querido recoger a tus hijos como la gallina reúne a sus polluelos bajo las alas; y vosotros no habéis querido”». Pero estas palabras, insistió el Papa, el Señor las «dice a mí, a ti, a ti, a ti, a ti, a todos nosotros». Es necesario preguntarse entonces: «¿Dios llora por mí? ¿Me he alejado del Señor?” — “¡No! Yo no voy todos los domingos a misa, sino todos los días”». E incluso: ¿cuántos ídolos tengo que no soy capaz de quitarme de encima, que me esclavizan?». Así se puede reconocer «que idolatría tenemos dentro», por la cual «Dios llora por mí».

A la luz de este examen de conciencia, prosiguió el Pontífice, «pensemos hoy en esta decepción de Dios, que nos ha hecho por el amor», mientras «nosotros vamos a buscar amor, bienestar, diversión en otras partes y no en su amor: nos alejamos de este Dios que nos ha levantado». Y «esto es un pensamiento de Cuaresma: nos hará bien». Pero, advirtió, es un ejercicio para hacer «todos los días, un pequeño examen de conciencia: “Señor, tú que has tenido tantos sueños sobre mí, yo sé que me he alejado, pero dime dónde, cómo, para volver». Y «la sorpresa —aseguró Francisco— será que Él siempre nos espera, como el padre del hijo pródigo que lo vio venir desde lejos porque le esperaba».

El Papa concluyó su meditación proponiendo una «oración» para recitar «hoy y mañana, todos los días: “Señor, que no me aleje de ti. Ayúdame. Que yo tenga miedo de los ídolos y así pueda servirte y ser feliz”: porque Dios nos quiere a todos nosotros felices».

 



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