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CELEBRACIÓN DE LAS PRIMERAS VÍSPERAS
DE LA SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS
YTE DEUM DE ACCIÓN DE GRACIAS

HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Basílica Vaticana
Martes 31 de diciembre de 2013

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El apóstol Juan define el tiempo presente de modo preciso: «Es la última hora» (1 Jn 2, 18). Esta afirmación —que se hace presente en la misa del 31 de diciembre— significa que con la venida de Dios en la historia estamos ya en los tiempos «últimos», después de los cuales el paso final será la segunda y definitiva venida de Cristo. Naturalmente, aquí se habla de la calidad del tiempo, no de la cantidad. Con Jesús vino la «plenitud» del tiempo, plenitud de significado y plenitud de salvación. Y ya no habrá otra nueva revelación, sino la manifestación plena de lo que Jesús ya ha revelado. En este sentido estamos en la «última hora»; cada momento de nuestra vida no es provisional, es definitivo, y cada una de nuestras acciones está llena de eternidad; en efecto, la respuesta que damos hoy a Dios que nos ama en Jesucristo, incide en nuestro futuro.

La visión bíblica y cristiana del tiempo y de la historia no es cíclica, sino lineal: es un camino que va hacia una realización. Un año que pasó, por lo tanto, no nos conduce a una realidad que termina sino a una realidad que se cumple, es un ulterior paso hacia la meta que está delante de nosotros: una meta de esperanza y una meta de felicidad, porque encontraremos a Dios, razón de nuestra esperanza y fuente de nuestra leticia.

Mientras llega al término el año 2013, recojamos, como en una cesta, los días, las semanas, los meses que hemos vivido, para ofrecer todo al Señor. Y preguntémonos valientemente: ¿cómo hemos vivido el tiempo que Él nos dio? ¿Lo hemos usado sobre todo para nosotros mismos, para nuestros intereses, o hemos sabido usarlo también para los demás? ¿Cuánto tiempo hemos reservado para estar con Dios, en la oración, en el silencio, en la adoración?

Y luego pensemos, nosotros, ciudadanos romanos, pensemos en esta ciudad de Roma. ¿Qué ha sucedido este año? ¿Qué está sucediendo, y qué sucederá? ¿Cómo es la calidad de vida en esta ciudad? Depende de todos nosotros. ¿Cómo es la calidad de nuestra «ciudadanía»? Este año ¿hemos contribuido, en nuestro «poco», a hacerla habitable, ordenada, acogedora? En efecto, el rostro de una ciudad es como un mosaico cuyas teselas son todos aquellos que habitan en ella. Cierto, quien tiene un cargo de autoridad tiene mayor responsabilidad, pero cada uno de nosotros es corresponsable, en el bien y en el mal.

Roma es una ciudad de una belleza única. Su patrimonio espiritual y cultural es extraordinario. Sin embargo, también en Roma hay muchas personas marcadas por miserias materiales y morales, personas pobres, infelices, que sufren, que interpelan la conciencia de cada ciudadano. En Roma tal vez sentimos más fuerte este contraste entre al ambiente majestuoso y lleno de belleza artística, y el malestar social de quien tiene mayor dificultad.

Roma es una ciudad llena de turistas, pero también llena de refugiados. Roma está llena de gente que trabaja, pero también de personas que no encuentran trabajo o hacen trabajos mal pagados y a veces indignos; y todos tienen derecho a ser tratados con la misma actitud de acogida y equidad, porque cada uno es portador de dignidad humana.

Es el último día del año. ¿Qué haremos, cómo obraremos en el próximo año, para hacer un poco mejor nuestra ciudad? La Roma del año nuevo tendrá un rostro aún más hermoso si logra ser un poco más rica en humanidad, hospitalaria, acogedora; si todos nosotros somos atentos y generosos hacia quien está en dificultad; si sabemos colaborar con espíritu constructivo y solidario, por el bien de todos. La Roma del año nuevo será mejor si no hay personas que miran «desde lejos», en una postal, que miran su vida sólo «desde el balcón», sin implicarse en tantos problemas humanos, problemas de hombres y mujeres que, al final... y desde el principio, lo queramos o no, son nuestros hermanos. En esta perspectiva, la Iglesia de Roma se siente comprometida en dar su propia aportación a la vida y al futuro de la Ciudad —¡es su deber!—, se siente comprometida a animarla con la levadura del Evangelio, a ser signo e instrumento de la misericordia de Dios.

Esta tarde concluimos el Año del Señor 2013 agradeciendo y también pidiendo perdón. Las dos cosas juntas: agradecer y pedir perdón. Agradecemos todos los beneficios que Dios nos ha dado, y, sobre todo, su paciencia y su fidelidad, que se manifiestan en la sucesión de los tiempos, pero de modo singular en la plenitud del tiempo, cuando «envió Dios a su Hijo, nacido de mujer» (Gal 4, 4). Que la Madre de Dios, en cuyo nombre iniciaremos mañana el nuevo tramo de nuestra peregrinación terrena, nos enseñe a acoger el Dios hecho hombre, para que cada año, cada mes, cada día esté lleno de su eterno Amor. Así sea.

 



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