CELEBRACIÓN DE LA SANTA MISA PARA LA COMUNIDAD POLACA
EN ACCIÓN DE GRACIAS POR LA CANONIZACIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II
HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Iglesia de San Estanislao, Via delle Botteghe Oscure, Roma
III Domingo de Pascua, 4 de mayo de 2014
En el pasaje de los Hechos de los Apóstoles hemos escuchado la voz de Pedro, que anuncia con fuerza la resurrección de Jesús. Pedro es testigo de la esperanza que es Cristo. Y en la segunda lectura también Pedro confirma a los fieles en la fe en Cristo, al escribir: «por medio de Él, creéis en Dios, que lo resucitó de entre los muertos..., de manera que vuestra fe y vuestra esperanza estén puestas en Dios» (1 P 1, 21).
Pedro es el punto de referencia firme de la comunidad porque está cimentado en la Roca que es Cristo.
Así fue Juan Pablo II, auténtica piedra anclada en la gran Roca.
Una semana después de la canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II, nos reunimos en esta iglesia de los polacos en Roma, para dar gracias al Señor por el don del santo obispo de Roma hijo de vuestra nación. En esta iglesia a la que él vino más de 80 veces. Siempre venía aquí, en los diferentes momentos de su vida y de la vida de Polonia.
En los momentos de tristeza y de abatimiento, cuando todo parecía perdido, él no perdía la esperanza, porque su fe y su esperanza estaban puestas en Dios (cf. 1 P 1, 21). Y así era piedra, roca para esta comunidad, que aquí reza, que aquí escucha la Palabra, prepara para los Sacramentos y los administra, acoge a quien pasa necesidad, canta y hace fiesta, y desde aquí sale hacia las periferias de Roma...
Vosotros, hermanos y hermanas, formáis parte de un pueblo que ha sido muy probado en su historia. El pueblo polaco sabe bien que para entrar en la gloria es necesario pasar a través de la pasión y la cruz (cf. Lc 24, 26). Y lo sabe no porque lo ha estudiado, lo sabe porque lo ha vivido. San Juan Pablo II, como digno hijo de su patria terrena, recorrió este camino. Lo siguió de manera ejemplar, recibiendo de Dios un despojamiento total. Por ello «su carne descansa en la esperanza» (cf. Hch 2, 26; Sal 16, 9).
¿Y nosotros? ¿Estamos dispuestos a seguir este camino?
Vosotros, queridos hermanos, que formáis hoy la comunidad cristiana de los polacos en Roma, ¿queréis seguir este camino?
San Pedro, también con la voz de san Juan Pablo II, os dice: «Comportaos con temor durante el tiempo de vuestra peregrinación» (1 P 1, 17). Es verdad, somos viandantes, pero no errantes. En camino, pero sabemos adonde vamos. Los errantes no lo saben. Somos peregrinos, pero no vagabundos, como decía san Juan Pablo II.
Los dos discípulos de Emaús al ir eran errantes, no sabían dónde acabarían, pero a la vuelta no. Al regresar eran testigos de la esperanza que es Cristo. Porque lo habían encontrado a Él, al Viandante Resucitado. Este Jesús es el Viandante Resucitado que camina con nosotros. Jesús está aquí hoy, está aquí entre nosotros. Está aquí en su Palabra, está aquí en el altar, camina con nosotros, es el Viandante Resucitado.
También nosotros podemos llegar a ser «viandantes resucitados», si su Palabra caldea nuestro corazón, y su Eucaristía nos abre los ojos a la fe y nos nutre de esperanza y de caridad. También nosotros podemos caminar al lado de los hermanos y hermanas que están tristes y desesperados, y caldear su corazón con el Evangelio, y partir con ellos el pan de la fraternidad.
Que san Juan Pablo II nos ayude a ser «viandantes resucitados». Amén.
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