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VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA
«SAN GIUSEPPE ALL'AURELIO»

    HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

III Domenica de Adviento, 14 de diciembre de 2014

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La Iglesia, este domingo, anticipa un poco la alegría de la Navidad, y por esto se llama «el domingo de la alegría». En este tiempo, tiempo de preparación a la Navidad, para la misa usamos los ornamentos oscuros, pero hoy estos son de color rosa, porque florece la alegría de la Navidad. Y la alegría de la Navidad es una alegría especial; es una alegría que no es sólo para el día de Navidad, es para toda la vida del cristiano. Es una alegría serena, tranquila, una alegría que acompaña siempre al cristiano. Incluso en los momentos difíciles, en los momentos de dificultad, esta alegría se convierte en paz. El cristiano, cuando es auténtico cristiano, nunca pierde la paz, incluso en los sufrimientos. Esa paz es un don del Señor. La alegría cristiana es un don del Señor. «Ah, Padre, nosotros hacemos un buen almuerzo, todos contentos». Esto es hermoso, un buen almuerzo está bien; pero esto no es la alegría cristiana de la que hablamos hoy, la alegría cristiana es otra cosa. Nos conduce a hacer fiesta, es verdad, pero es otra cosa. Y por ello la Iglesia quiere hacer comprender qué significa esta alegría cristiana.

El apóstol san Pablo dice a los Tesalonicenses: «Hermanos, estad siempre alegres». ¿Y cómo puedo estar alegre? Él dice: «Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión». La alegría cristiana la encontramos en la oración, viene de la oración y también de la acción de gracias a Dios: «Gracias, Señor, por tantas cosas hermosas». Pero hay personas que no saben agradecer a Dios: buscan siempre algo para lamentarse. Yo conocía a una religiosa —lejos de aquí—, esta hermana era buena, trabajaba... pero su vida era lamentarse, lamentarse por muchas cosas que sucedían.... En el convento la llamaban «hermana Lamento», se comprende. Pero un cristiano no puede vivir así, siempre buscando lamentarse: «Aquel tiene algo que yo no tengo, aquel... ¿Has visto lo que sucedió?...». ¡Esto no es cristiano! Y hace mal encontrar cristianos con la cara amargada, con esa cara inquieta de la amargura, que no está en paz. Nunca, nunca un santo o una santa tuvo la cara fúnebre, ¡nunca! Los santos tienen siempre el rostro de la alegría. O al menos, en los sufrimientos, un rostro de paz. El sufrimiento máximo, el martirio de Jesús: Él tenía un rostro de paz y se preocupaba de los demás: de la madre, de Juan, del ladrón... se preocupaba de los demás.

Para tener esta alegría cristiana, primero, rezar; segundo, dar gracias. ¿Y cómo hago para dar gracias? Recuerda tu vida, y piensa en las muchas cosas buenas que te dio la vida: muchas. «Sí, Padre, es verdad, pero yo recibí muchas cosas malas». —«Sí, es verdad, sucede a todos. Pero piensa en las cosas buenas». —«Yo tuve una familia cristiana, padres cristianos, gracias a Dios tengo un trabajo, mi familia no pasa hambre, estamos todos sanos...». No lo sé, muchas cosas, y dar gracias al Señor por esto. Y ello nos acostumbra a la alegría. Rezar, dar gracias...

Y luego, la primera lectura nos sugiere otra dimensión que nos ayudará a tener alegría: se trata de llevar a los demás la buena noticia. Nosotros somos cristianos. «Cristianos» viene de «Cristo», y «Cristo» significa «ungido». Y nosotros somos «ungidos»: el Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha consagrado con la unción. Nosotros somos ungidos: cristianos quiere decir «ungidos». ¿Y por qué somos ungidos? ¿Con qué fin? «Me envió para dar la buena noticia», ¿a quién? «A los pobres», «para curar los corazones desgarrados, proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros la libertad; para proclamar un año de gracia del Señor» (cf. Is 61, 1-2). Esta es la vocación de Cristo y también la vocación de los cristianos. Ir al encuentro de los demás, de quienes pasan necesidad, tanto necesidades materiales como espirituales... Hay mucha gente que sufre angustia por problemas familiares... Llevar paz allí, llevar la unción de Jesús, ese óleo de Jesús que hace tanto bien y consuela a las almas.

Así, pues, para tener esta alegría en la preparación de la Navidad, primero, rezar: «Señor, que yo viva esta Navidad con la verdadera alegría». No con la alegría del consumismo que nos conduce a todos al 24 de diciembre con ansiedad, porque: «Ah, me falta esto, me falta aquello...». No, esta no es la alegría de Dios. Rezar. Segundo: dar gracias al Señor por las cosas buenas que nos ha regalado. Tercero, pensar cómo puedo ir al encuentro de los demás, de quienes atraviesan dificultades, problemas —pensemos en los enfermos, en tantos problemas—, en llevar un poco de unción, de paz, de alegría. Esta es la alegría del cristiano. ¿De acuerdo? Faltan sólo quince días, algo menos: trece días. En estos días, recemos. Pero no lo olvidéis: recemos pidiendo la alegría de la Navidad. Demos gracias a Dios por las muchas cosas que nos ha dado, primero de todo la fe. Esta es una gracia grande. Tercero, pensemos dónde puedo ir yo a llevar un poco de alivio, de paz a quienes sufren. Oración, acción de gracias y ayuda a los demás. Y así llegaremos al Nacimiento del Ungido, del Cristo, ungidos de gracia, de oración, de acción de gracias y ayuda a los demás.

Que la Virgen nos acompañe en este camino hacia la Navidad. Pero ¡la alegría, la alegría!

 



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