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SANTA MISA CON ORDENACIONES SACERDOTALES

HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Basílica Vaticana
Domingo, 12 de mayo de 2019

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Queridos hermanos y hermanas:

Ahora que estos hijos nuestros van a ser ordenados presbíteros, conviene considerar con atención a qué ministerio acceden en la Iglesia. Como sabéis, hermanos, el Señor Jesús es el gran Sacerdote del Nuevo Testamento; aunque, en verdad, todo el pueblo santo de Dios ha sido constituido sacerdocio real en Cristo. Sin  embargo, nuestro gran Sacerdote, Jesucristo, eligió a algunos discípulos para que en la Iglesia desempeñasen, en nombre suyo, el oficio sacerdotal para bien de los hombres.

Él mismo, enviado por el Padre, envió, a su vez, a los Apóstoles por el mundo, para continuar sin interrupción su obra de Maestro, Sacerdote y Pastor por medio de ellos y de los Obispos, sus sucesores.

Y los presbíteros son colaboradores de los Obispos, con quienes en unidad de sacerdocio están llamados al servicio del pueblo de Dios.

Después de tantos años de reflexión —reflexión suya, reflexión de sus superiores, de los que les han acompañado en este camino— se presentan para que les confiera el Orden sacerdotal. Serán configurados con Cristo, sumo y eterno Sacerdote, es decir serán consagrados como verdaderos sacerdotes del Nuevo Testamento, y con este título que les une en el sacerdocio con su obispo, serán predicadores  del Evangelio, pastores del pueblo de Dios y celebrarán el culto divino, principalmente en el sacrificio del Señor, es decir en la Eucaristía.

Vosotros, queridos hijos, que vais a ser ordenados presbíteros, considerar que ejerciendo el ministerio de la Sagrada Doctrina, seréis partícipes de la misión de Cristo, el único Maestro. Esta no es una asociación cultural, no es un sindicato. Vosotros seréis partícipes del ministerio de Cristo. Transmitid a todos la Palabra de Dios que habéis recibido con alegría. Y al meditar en la ley del Señor, procurad creer lo que leéis, enseñar lo que creéis y practicar lo que enseñáis. No se puede nunca pronunciar una homilía, una predicación, sin tanta oración, con la Biblia en la mano. No lo olvidéis.

Que vuestra enseñanza sea alimento para el pueblo de Dios; cuando viene del corazón y nace de la oración será muy fecunda.  Que vuestra vida sea un estímulo para los discípulos de Cristo, hombres de oración, hombres de sacrificio a fin de que con vuestra palabra y vuestro ejemplo se vaya edificando la casa de Dios, que es la Iglesia. Y así continuaréis la obra santificadora de Cristo. Por medio de vuestro ministerio, alcanzará su plenitud el sacrificio espiritual de los fieles, que por vuestras manos, junto con ellos, será ofrecido sobre el altar, unido al sacrificio de Cristo, en celebración incruenta. Estad atentos a la celebración de la Eucaristía. Daos cuenta de lo que hacéis e imitad lo que conmemoráis, de tal manera que, al celebrar el misterio de la muerte y resurrección del Señor, os esforcéis por hacer morir en vosotros el mal y procuréis caminar en una vida nueva. El Señor quiso salvarnos gratuitamente. El mismo lo dijo: «Dad gratis lo que gratis habéis recibido». La celebración de la Eucaristía es el culmen de la gratuidad del Señor. Por favor, no la ensuciéis con intereses mezquinos.

Con el Bautismo agregaréis nuevos fieles al Pueblo de Dios.  Con el sacramento de la Penitencia perdonaréis los pecados en nombre de Dios, de Cristo, de la Iglesia. Y aquí, por favor, os pido que no os canséis de ser misericordiosos. Misericordiosos como el Padre, como Jesús fue misericordioso con nosotros. Con el óleo santo daréis alivio a los enfermos. Perded tiempo visitando a los enfermos. Al celebrar los ritos sagrados, al ofrecer durante el día la alabanza, la acción de gracias y la súplica no sólo por el pueblo de Dios, sino por el mundo entero, recordad que habéis sido escogidos de entre los hombres y puestos al servicio de ellos en las cosas de Dios. Realizad, pues, con alegría perenne, en verdadera caridad, con sinceridad,  el ministerio sacerdotal de Cristo,  interesados únicamente en complacer a Dios y no a vosotros mismos. La alegría sacerdotal se encuentra solamente por este camino, intentando complacer a Dios y a quien os ha elegido.

Finalmente, al ejercer, en la parte que os corresponde, la función de Cristo, Cabeza y Pastor, permaneciendo unidos al Obispo, esforzaos por reunir a los fieles en una sola familia, Estas son las cercanías propias del sacerdote: cerca de Dios en la oración, cerca del obispo que es vuestro padre, cerca del presbiterio, de los otros sacerdotes, como hermanos, sin «despellejaros» el uno al otro y cerca del Pueblo de Dios.

Tened siempre presente el ejemplo del buen Pastor, que no vino para que le sirvieran, sino para servir, y para buscar y salvar lo que estaba perdido.

 



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