SANTA MISA PARA EL CUERPO DE LA GENDARMERÍA
HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Gruta de Lourdes de los Jardines Vaticanos
Sábado, 28 de septiembre de 2019
Una primera lectura del Evangelio, de este pasaje del Evangelio, pueda quizás hacer que nos equivoquemos con el mensaje y pensemos que se trata de una enseñanza de Jesús en favor de la limosna, en favor de la justicia, es decir, de una enseñanza de Jesús de tipo moral. Pero es otra cosa. Jesús quiere entrar precisamente en el camino humano de toda una vida, y por eso este Evangelio habla de dos vidas, la de un hombre rico y la de un hombre pobre, de cómo es el camino de una y otra. Este Evangelio nos muestra el destino ―no el destino mágico, no―, el destino que un hombre o una mujer puede hacer de sí mismo, porque hacemos nuestro destino, caminamos nuestro camino y nuestro camino muchas veces lo hacemos nosotros. A veces el Señor interviene, el Señor da la gracia, pero nosotros somos responsables de nuestro camino. El Señor nos da la gratuidad de la gracia, nos ayuda a caminar siempre en su presencia, pero nuestro camino, la responsabilidad de nuestro camino es nuestra. Me gustaría adentrarme un poco en este mensaje.
«Era un hombre rico, que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los días espléndidas fiestas». Esta es una vida. Hay otra: «Y uno pobre, llamado Lázaro, que echado junto a su portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico; pero hasta los perros venían y le lamían las llagas». Dos vidas. No un momento de la vida: dos caminos de la vida, porque el rico seguía llevando ese estilo de vida y el pobre seguía sufriendo en la pobreza. No es una fantasía, es algo que sucede todos los días en cada ciudad, en cada parte del mundo. El Señor narra este pasaje del Evangelio con gran paz y serenidad.
En cambio, en la primera lectura hemos escuchado al profeta Amós que no habla con tanta serenidad. «Ay ―comienza― de aquellos que se sienten seguros en Sión y de los confiados en la montaña de Samaria! Acostados en camas de marfil, arrellanados en sus lechos comen corderos del rebaño y becerros sacados del establo. Canturrean al son del arpa, se inventan como David instrumentos de música; beben vino en anchas copas, con los mejores aceites se ungen, más no se afligen por el desastre de José ―es decir, de los pobres, del desastre del pueblo de Israel―. Por eso, ahora van a ir al cautiverio a la cabeza de los cautivos y cesará la orgía de los sibaritas». Está la orgía de los sibaritas, está el rico y está la injusticia hacia el pueblo elegido del Señor, y aquí está la amenaza del Señor que castiga enviando al exilio.
Hasta aquí parece ser sólo una enseñanza moral: por favor, haced justicia entre vosotros. Pero lo más esencial, lo más fuerte, la clave para comprenderlo, viene dada por la oración inicial, la oración de la Colecta, que dice: «Oh Dios, tú llamas a tus pobres por su nombre, mientras que el rico no tiene nombre». Este es el problema. Ambos hacen sus vidas, cada uno en la elección que ha hecho de la vida. Uno logró tener un nombre, hacerse un nombre, ser llamado por su nombre, con un sustantivo; el otro, el rico, no sabemos cuál es su nombre, sólo el adjetivo, un “rico”: no ha conseguido que creciera su nombre, su dignidad ante Dios. La vida se juega: la coherencia de tener un nombre o la inconsistencia que nos lleva a no tener un nombre. El rico sabía que en la puerta de su casa estaba este pobre hombre y pretendía no verlo, porque se miraba a sí mismo, centrado en sí mismo, en la vanidad, se creía dueño del universo, preocupado por las riquezas y las fiestas y las cosas que hacía. ¿No sabía cómo se llamaba el pobre hombre? Sí, lo sabía, porque cuando estaba en el infierno le pidió a Abraham: «Manda a Lázaro». La hipocresía de la vanidad, la hipocresía de los que creen que pueden ser redentores de sí mismos, para salvarse, sólo con las cosas. Pero su nombre no crece, no tienen nombre, son anónimos. En cambio, en el texto del Evangelio se dice cinco veces el nombre de los pobres. Cinco veces, una exageración, pero ¿por qué hace esto Jesús? Porque como dice la oración: «Señor, tú llamas a tus pobres por su nombre, mientras que el rico no tiene nombre». Esta es la historia de este Evangelio, la historia de dos caminos de vida: uno que ha conseguido llevar su propio nombre; el otro que, preocupado por sí mismo, por el egoísmo, es incapaz de hacer que crezca su persona, su dignidad. No tiene nombre.
Toda nuestra vida es un camino de consolidación, de fortalecimiento de nuestro nombre con la honestidad de la vida, con el camino que el Señor nos indica, y para ello debemos ayudarnos unos a otros.
Alguien me puede decir: “Padre, el Evangelio está bien, pero ¿qué tiene que ver esto con la Gendarmería hoy?”. Vosotros también debéis proteger a todas las personas que están aquí, que tengan la posibilidad de crecer, de tener un nombre. Vosotros sois hombres que trabajáis por la dignidad de cada uno de nosotros para que cada uno de nosotros pueda tener un nombre y llevar su propio nombre, el nombre que el Señor quiere que llevemos. Y cuando se toma alguna medida disciplinaria ―“esto no se puede hacer”― es precisamente para detener esta orgía de anonimato que es la más fea de las orgías humanas: no aceptar un nombre y querer volver a la oscuridad del anonimato. Por eso se me ocurrió que se puede decir que la Gendarmería es la custodia de los nombres, de todos nuestros nombres. No para limpiar la ficha de cada uno: si hay algo malo, lo quemamos... No, este nombre no es válido. Sino para ayudar a la disciplina del Estado de la Ciudad del Vaticano, que cada uno de sus habitantes tenga un nombre. Y por eso os estoy muy agradecido. Seguid así, trabajad por la dignidad de las personas, de cada una de ellas, y así llevaréis adelante vuestra vocación.
Al final, me gustaría decir una sola palabra sobre un pecado que he cometido hoy, y a vosotros que sois policías: ¡hoy he hecho contrabando! En esta Misa hice contrabando porque tengo una familia de amigos que celebran el 50 aniversario de mi matrimonio y yo tenía esta misa y ellos querían que la celebrara por ellos y yo los traje aquí a esta Misa con vosotros. Son 46 personas, están ahí. Los cónyuges, hijos y nietos. Un total de 46. ¡Bonita familia! Rezad también por ellos, para que tengan un nombre. Gracias.
Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 28 de septiembre de 2019.
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