Index   Back Top Print

[ DE  - EN  - ES  - FR  - HR  - IT  - PT ]

VISITA PASTORAL DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A TRIESTE (ITALIA)
CON MOTIVO DE LA 50ª SEMANA SOCIAL DE LOS CATÓLICOS EN ITALIA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE 

Plaza Unidad de Italia (Trieste)
Domingo, 7 de julio de 2024

[Multimedia]

___________________________

Para despertar la esperanza de los corazones desconsolados y sostener las fatigas del camino, Dios siempre ha suscitado profetas en medio de su pueblo. Sin embargo, como nos cuenta la Primera Lectura de hoy narrándonos las vicisitudes de Ezequiel, a menudo han encontrado un pueblo rebelde, «hijos testarudos y de corazón endurecido» (Ez 2, 4), y han sido rechazados.

Jesús también tiene la misma experiencia que los profetas. Regresa a Nazaret, su patria, en medio de la gente con la que creció, pero no es reconocido, incluso es rechazado: «vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron» (Jn 1, 11). El Evangelio nos dice que Jesús «era para ellos motivo de escándalo» (Mc 6, 3), pero la palabra «escándalo» no se refiere a algo obsceno o indecente según el uso que hacemos de él hoy; escándalo significa «una piedra de tropiezo», es decir, un obstáculo, un impedimento, algo que te bloquea y te impide ir más allá. Preguntémonos: ¿cuál es el obstáculo que impide creer en Jesús?

Al escuchar los discursos de sus paisanos, vemos que se detienen solo en su historia terrenal, en su origen familiar y, por lo tanto, no pueden explicar cómo del hijo de José el carpintero, es decir, de una persona común, puede salir tanta sabiduría e incluso la capacidad de realizar prodigios. El escándalo, entonces, es la humanidad de Jesús. El obstáculo que impide a estas personas reconocer la presencia de Dios en Jesús es el hecho de que Él es humano, es simplemente hijo de José el carpintero: ¿cómo puede Dios, omnipotente, revelarse en la fragilidad de la carne de un hombre? ¿Cómo puede un Dios omnipotente y fuerte, que ha creado la tierra y ha liberado a su pueblo de la esclavitud, cómo puede debilitarse hasta llegar a la carne y abajarse para lavar los pies de los discípulos? Ese es el escándalo.

Hermanos y hermanas, una fe fundada en un Dios humano, que se abaja hacia la humanidad, que la cuida, que se conmueve por nuestras heridas, que toma sobre sí nuestros cansancios, que se parte como pan para nosotros. Un Dios fuerte y poderoso, que está de mi lado y me satisface en todo es atractivo; un Dios débil, un Dios que muere en la cruz por amor y me pide también a mí que venza todo egoísmo y ofrezca la vida por la salvación del mundo; y esto, hermanos y hermanas, es un escándalo.

Sin embargo, poniéndonos ante el Señor Jesús y poniendo la mirada en los desafíos que nos interpelan, en las muchas problemáticas sociales y políticas discutidas también en esta Semana Social, en la vida concreta de nuestra gente y en sus fatigas, podemos decir que hoy tenemos necesidad precisamente de este escándalo. Necesitamos el escándalo de la fe. No necesitamos una religiosidad cerrada en sí misma, que levanta la mirada hacia el cielo sin preocuparse por lo que sucede en la tierra y celebra liturgias en el templo olvidándose del polvo que corre por nuestras calles. Necesitamos, en cambio, el escándalo de la fe -necesitamos el escándalo de la fe-, una fe arraigada en el Dios que se ha hecho hombre y, por tanto, una fe humana, una fe de carne, que entra en la historia, que acaricia la vida de la gente, que sana los corazones rotos, que se convierte en levadura de esperanza y germen de un mundo nuevo. Es una fe que despierta las conciencias del letargo, que mete el dedo en las llagas, en las llagas de la sociedad -hay tantas-, una fe que suscita preguntas sobre el futuro del hombre y de la historia; es una fe inquieta, y nosotros necesitamos vivir una vida inquieta, una fe que se mueva de corazón a corazón, una fe que reciba de fuera las problemáticas de la sociedad, una fe inquieta que ayude a vencer la mediocridad y la acedia del corazón, que se convierta en una espina en la carne de una sociedad a menudo anestesiada y aturdida por el consumismo. Y en eso me detengo un poco... Se dice que nuestra sociedad está un poco anestesiada y aturdida por el consumismo: ¿habéis pensado, vosotros, si el consumismo ha entrado en vuestro corazón? Esa ansiedad de tener, de tener cosas, de tener más, esa ansiedad de malgastar el dinero. El consumismo es una plaga, es un cáncer: te enferma el corazón, te hace egoísta, te hace mirarte solo a ti mismo. Hermanos y hermanas, sobre todo, necesitamos una fe que desplace los cálculos del egoísmo humano, que denuncie el mal, que señale con el dedo las injusticias, que perturbe las tramas de quienes, a la sombra del poder, juegan en la piel de los débiles. Y cuántos, cuántos -lo sabemos- usan la fe para explotar a la gente. Eso...

Un poeta de esta ciudad, describiendo en una lírica su habitual regreso a casa por la noche, afirma atravesar una calle un poco oscura, un lugar de degradación donde los hombres y las mercancías del puerto son “escombros”, es decir, desechos de la humanidad; sin embargo, precisamente aquí -escribe- cito: “encuentro, al pasar, el infinito en la humildad”, porque la prostituta y el marinero, la mujer que pelea y el soldado, “son todas criaturas de la vida y del dolor; se agita en ellas, como en mí, el Señor” ( U. Saba , “Ciudad vieja”, en Il canzoniere  (1900-1954) Edición definitiva, Turín, Einaudi, 1961). Esto, no lo olvidemos: Dios se esconde en los rincones oscuros de la vida de nuestra ciudad, ¿habéis pensado en esto? ¿En los rincones oscuros de la vida de nuestra ciudad? Su presencia se revela precisamente en los rostros excavados por el sufrimiento y donde parece triunfar la degradación. El infinito de Dios se esconde en la miseria humana, el Señor se agita y se hace presente, y se hace una presencia amiga precisamente en la carne herida de los últimos, de los olvidados y de los descartados. Allí se manifiesta el Señor. Y nosotros, que a veces nos escandalizamos inútilmente de tantas pequeñas cosas, haríamos bien en preguntarnos: ¿por qué ante el mal que se extiende, ante la vida que se humilla, ante los problemas del trabajo, ante el sufrimiento de los migrantes, no nos escandalizamos? ¿Por qué permanecemos apáticos e indiferentes a las injusticias del mundo? ¿Por qué no tomamos en serio la situación de los presos, que también desde esta ciudad de Trieste se eleva como un grito de angustia? ¿Por qué no contemplamos las miserias, el dolor, el descarte de tanta gente en la ciudad? Tenemos miedo, tenemos miedo de encontrar a Cristo allí.

Queridos, Jesús ha vivido en su propia carne la profecía de la ferialidad, entrando en la vida y en las historias cotidianas del pueblo, manifestando la compasión dentro de las vicisitudes, y ha manifestado el ser Dios, que es compasivo. Y por esto, alguien se ha escandalizado de Él, se ha convertido en un obstáculo, ha sido rechazado hasta ser juzgado y condenado; sin embargo, Él ha permanecido fiel a su misión, no se ha escondido detrás de la ambigüedad, no ha pactado con las lógicas del poder político y religioso. De su vida hizo una ofrenda de amor al Padre. Así también nosotros los cristianos: estamos llamados a ser profetas y testigos del Reino de Dios, en todas las situaciones que vivimos, en cada lugar que habitamos.

Hermanos y hermanas, desde esta ciudad de Trieste, asomada a Europa, encrucijada de pueblos y culturas, tierra de frontera, alimentamos el sueño de una nueva civilización fundada en la paz y en la fraternidad; por favor, no nos escandalicemos de Jesús, sino, al contrario, indignémonos por todas aquellas situaciones en las que la vida es embrutecida, herida y asesinada; llevemos la profecía del Evangelio en nuestra carne, con nuestras elecciones antes que con las palabras. Esa coherencia entre las elecciones y las palabras. Y a esta Iglesia triestina quisiera decirle: ¡adelante! ¡Adelante! Seguid comprometiéndoos en primera línea para difundir el Evangelio de la esperanza, especialmente a aquellos que llegan de la ruta balcánica y a todos aquellos que, en el cuerpo o en el espíritu, necesitan ser alentados y consolados. Comprometámonos juntos: para que redescubriéndonos amados por el Padre podamos vivir como hermanos todos. Todos hermanos, con esa sonrisa de la acogida y de la paz del alma. Gracias.
__________________

L'Osservatore Romano, Edición semanal en lengua española, Año LXI, número 28, Viernes, 12 de julio de 2024, p. 6.



Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana