CARTA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A SU SANTIDAD BARTOLOMÉ I, ARZOBISPO DE CONSTANTINOPLA,
QUE ACOMPAÑA EL DON DE ALGUNAS RELIQUIAS DE SAN PEDRO
Santidad, querido Hermano:
Con profundo afecto y cercanía espiritual, le envío mis cordiales deseos de gracia y de paz en el amor del Señor Resucitado. En las últimas semanas, he pensado a menudo en escribirle para explicarle con más detalle el don de algunos fragmentos de las reliquias del apóstol Pedro que ofrecí a Su Santidad a través de la distinguida delegación del Patriarcado Ecuménico encabezada por el arzobispo Job de Telmessos, que participó en la fiesta patronal de la Iglesia de Roma.
Santidad, usted sabe bien que la tradición ininterrumpida de la Iglesia Romana siempre ha testificado que el apóstol Pedro, después de su martirio en el Circo de Nerón, fue enterrado en la necrópolis adyacente de la Colina del Vaticano. Su tumba pronto se convirtió en meta de peregrinación para los fieles de todas partes del mundo cristiano. Más tarde, el emperador Constantino hizo erigir la Basílica Vaticana dedicada a San Pedro en el lugar de la tumba del apóstol.
En junio de 1939, inmediatamente después de su elección, mi predecesor, Pío XII, decidió comenzar las excavaciones bajo la Basílica Vaticana. La obra condujo inicialmente al descubrimiento del lugar exacto de la sepultura del Apóstol y luego, en 1952, al descubrimiento, bajo el altar mayor de la Basílica, de una hornacina funeraria junto a una pared roja que data del año 150 y que está cubierta de numerosos y preciosos graffiti, entre ellos uno de importancia fundamental que dice, en griego, Πέτρος ενι. Este nicho contenía huesos que pueden considerarse razonablemente los del apóstol Pedro. De estas reliquias, que ahora se conservan en la Necrópolis bajo la basílica de San Pedro, el santo Papa Pablo VI quiso conservar nueve fragmentos para la capilla privada del apartamento papal del Palacio Apostólico.
Estos nueve fragmentos fueron colocados en un relicario de bronce con la inscripción Ex ossibus quae in Archibasilicae Vaticanae hypogeo inventa Beati Petri apostoli esse putantur: “Huesos encontrados en la tierra bajo la Basílica Vaticana, que se cree que son los huesos de San Pedro Apóstol”. Es precisamente este relicario que contiene los nueve fragmentos de los huesos del Apóstol el que he querido entregar a Su Santidad y a la amada Iglesia de Constantinopla que Usted preside con tanta devoción.
Mientras reflexionaba sobre nuestra mutua determinación de avanzar juntos hacia la plena comunión, y mientras daba gracias a Dios por los progresos realizados hasta ahora, desde que ―hace más de 50 años― nuestros venerables predecesores se reunieron en Jerusalén, recordé el regalo que el patriarca Atenágoras hizo al Papa Pablo VI: un icono que representaba a los dos hermanos Pedro y Andrés mientras se abrazaban, unidos en la fe y en el amor a su común Señor. Este icono, que por voluntad del Papa Pablo VI se expone ahora en el Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, se ha convertido para nosotros en un signo profético de la restauración de esa comunión visible entre nuestras Iglesias a la que aspiramos y por la que oramos y trabajamos fervientemente. Por lo tanto, en la paz que viene de la oración, sentí que tendría un significado importante que algunos fragmentos de las reliquias del apóstol Pedro fueran colocados junto a las reliquias del apóstol Andrés, que es venerado como el patrono celestial de la Iglesia de Constantinopla.
Creo que este pensamiento me venga del Espíritu Santo, que de tantas maneras urge a los cristianos a redescubrir la plena comunión por la que Nuestro Señor Jesucristo había orado en vísperas de su gloriosa Pasión (cf. Jn 17, 21).
Este gesto quiere ser una confirmación del camino que nuestras Iglesias han emprendido para acercarse unas a otras: un camino que a veces es exigente y difícil, pero que va acompañado de claros signos de la gracia de Dios. Continuar este camino requiere sobre todo una conversión espiritual y una renovada fidelidad al Señor, que quiere de nosotros un mayor compromiso y pasos nuevos y valientes. Las dificultades y los desacuerdos ―ahora y en el futuro― no deben distraernos de nuestro deber y responsabilidad como cristianos, y en particular como pastores de la Iglesia, ante Dios y ante la historia.
La reunificación de las reliquias de los dos apóstoles puede ser también un recordatorio y un estímulo constante para que, en este camino en curso, nuestras diferencias no sean ya un obstáculo a nuestro testimonio común y a nuestra misión evangelizadora al servicio de la familia humana, que hoy está tentada de construir un futuro puramente mundano, un futuro sin Dios.
Santidad, amado hermano, es de gran consuelo para mí compartir estos pensamientos con Usted. Con la esperanza de volver a encontrarle lo antes posible, le pido que rece por mí y me bendiga, mientras intercambio con Su Santidad un abrazo fraterno de paz.
Vaticano, 30 de agosto de 2019
Francisco
Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Santa Sede, 13 de septiembre de 2019.
Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana