MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO,
FIRMADO POR EL CARDENAL SECRETARIO DE ESTADO PIETRO PAROLIN,
AL PRESIDENTE DE LA CONFERENCIA SOBRE LAS MINAS ANTIPERSONA
Señor presidente:
Con gran alegría y consideración el Papa Francisco aprovecha la ocasión del desarrollo de la tercera Conferencia de revisión de la Convención sobre las minas antipersonas para dirigirse a través de usted, excelencia, a todos los Estados adherentes, a las Organizaciones internacionales y a la sociedad civil. Se me conceda expresar de modo particular mi solidaridad y mi afecto a todas las personas víctimas de las minas antipersona. Ellas llevan sobre su cuerpo y en su vida los signos de un arma deshumana, un arma irresponsable, un arma de personas viles. Sus heridas nos recuerdan que el recurso a las armas en general, y a las minas en particular, representa una derrota para todos.
Esta Conferencia de revisión es la ocasión para volver sobre el considerable trabajo desarrollado y para mirar al futuro, ya que hay todavía grandes retos que afrontar. Pero es sobre todo una ocasión para renovar nuestros esfuerzos y tomar las decisiones que se imponen con el fin de cambiar el presente: el presente de muchas familias, comunidades, regiones y países que continúan viviendo cada día en el miedo a las minas, en la inseguridad y en la pobreza. El ambiente que les circunda implica una amenaza constante, mientras que deberían ser fuente de fertilidad, de desarrollo y de la alegría de vivir.
Señor presidente: cada persona busca la paz, lo contrario del miedo. Las minas antipersona son engañosas porque alargan la guerra y alimentan el miedo incluso después del final de los conflictos. Añaden al fallo humano provocado por la guerra, un sentimiento de miedo que prevalece en el estilo de vida y altera la construcción de la paz. Este sentimiento es destructivo no sólo de la persona que lo sufre sino también de la que lo impone. La paz es alegría de vivir, confianza en el día a día, relación de fraternidad, de gratuidad, donde el interés de todos se puede encontrar sólo en el compartir, en la colaboración y en el rechazo del odio y la indiferencia. Todas las personas, víctimas directas e indirectas de la minas, están ahí para recordarnos en cada momento este fallo humano y el vacío, que es la consecuencia. Convenciones como la de las minas antipersona o la de las municiones en racimo, no son sólo fríos cuadros jurídicos, sino que representan un desafío para todos los que buscan salvaguardar y construir la paz, y, en particular, tutelar a los más débiles. La dignidad humana es lo que a todos nosotros, fuertes o débiles, ricos o pobres, tenemos en común, más allá de nuestras diversas limitaciones. La verdadera riqueza no es la del dinero, la verdadera fuerza no es la de las armas. La verdadera felicidad está en el amor, en el compartir, y en la generosidad del corazón... ¿Queremos de verdad la seguridad, la estabilidad y la paz? Entonces , ¡reduzcamos nuestros almacenajes de armas! Prohibamos las armas que no tienen razón de ser en una sociedad humana e invirtamos en educación, en salud, en la salvaguarda de nuestro planeta, en la construcción de sociedades más solidarias y fraternales con su diversidad, que son un enriquecimiento.
El Papa Francisco exhorta a todos los agentes de esta espléndida empresa humanitaria a preservar la integridad de la Convención, a desarrollarla y ponerla en acción lo más fiel y rápidamente posible. El Papa Francisco exhorta a todos los países a esforzarse en el ámbito de la Convención para que no haya más víctimas de las minas. Para que no haya más zonas golpeadas por las minas y, en el mundo, ningún niño deba vivir en el miedo de las minas.
Que esta Convención, en lo que tiene de ejemplar y de profético en su intuición original, sea un modelo para otros procesos, en particular para las armas nucleares y para otras armas que no deberían existir. Pongamos la persona humana, las mujeres y los hombres, las niñas y los niños, en el centro de nuestros esfuerzos por el desarme. ¿Qué significado tienen la paz, la seguridad y la estabilidad si nuestras sociedades, nuestras comunidades y nuestras familias viven constantemente en el miedo y en el odio destructivo? Dejemos espacio a la reconciliación, a la esperanza, al amor que se expresa en el compromiso por el bien común, en la cooperación internacional para ayudar a los más débiles de nuestros hermanos y hermanas, a fin de poner en práctica políticas fundadas sobre nuestra dignidad común, al servicio de un futuro necesariamente común.
Señor presidente: en nombre del Papa Francisco, quisiera felicitarle a usted junto con Mozambique por el compromiso en favor de la Convención y quisiera desearles a vosotros participantes en esta Conferencia un pleno éxito en vuestros trabajos.
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