MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A SU SANTIDAD BARTOLOMÉ I, PATRIARCA ECUMÉNICO,
CON OCASIÓN DE LA FESTIVIDAD DE SAN ANDRÉS
A Su Santidad Bartolomé
Arzobispo de Constantinopla
Patriarca ecuménico
Aunque lejos de Roma en mi visita pastoral a Myanmar y Bangladesh, deseo expresar mis mejores deseos fraternos a Su Santidad y a los miembros del Santo Sínodo, al clero, los monjes y todos los fieles reunidos para la Divina Liturgia en el Iglesia Patriarcal de San Jorge en la conmemoración litúrgica de San Andrés apóstol, hermano de Simón Pedro y primer llamado de los apóstoles, patrono de la Iglesia de Constantinopla y del Patriarcado Ecuménico. Cuando el diácono invite a los reunidos durante la Divina Liturgia a orar «por aquellos que viajan por tierra, mar y aire», les pido, por favor, que oren también por mí.
La delegación que he enviado es un signo de mi solidaridad espiritual con su oración de acción de gracias y alabanza por todo lo que nuestro Dios Todopoderoso y Misericordioso ha logrado a través del testimonio del apóstol Andrés. De la misma manera, la delegación del Patriarcado Ecuménico, recibida en Roma el pasado junio, demostró su cercanía espiritual con nosotros al celebrar las maravillosas obras que Dios, fuente de todo bien, realizó a través de los apóstoles Pedro y Pablo, santos patronos de la Iglesia de Roma.
Los apóstoles proclamaron hasta los confines de la tierra, a través de sus palabras y el sacrificio de sus vidas, lo que ellos mismos habían visto, escuchado y experimentado: la Palabra de Vida, nuestro Señor Jesucristo, que murió y resucitó por nuestra salvación. Hacer nuestra su proclamación nos permite entrar en comunión con el Padre, a través del Hijo, en el Espíritu Santo, que es el fundamento mismo de la comunión que une a los bautizados en el nombre de la Santísima Trinidad (cf. 1Jn 1, 1-3). Los católicos y ortodoxos, por profesar juntos los dogmas de los primeros siete Concilios Ecuménicos, creyendo en la eficacia de la Eucaristía y en los demás sacramentos y preservando la sucesión apostólica del ministerio de los obispos, experimentan ya una profunda cercanía ( cf. Unitatis Redintegratio, 15). Hoy, en agradecimiento al Dios de amor, en obediencia a la voluntad de nuestro Señor Jesucristo y en fidelidad a la enseñanza de los apóstoles, reconocemos la urgencia de crecer hacia una comunión plena y visible.
Es motivo de alegría saber que en la víspera de la festividad de San Andrés, durante una reunión a la que asistió Su Santidad, se conmemoró el cincuentenario de la visita del Papa Pablo VI a El Fanar el 25 de julio de 1967. Ese momento histórico de comunión entre los pastores de la Iglesia de Roma y la Iglesia de Constantinopla trae a la mente las palabras del Patriarca Atenágoras al dar la bienvenida al Papa Pablo VI a la Iglesia Patriarcal de San Jorge, donde estáis reunidos hoy. Creo que estas palabras pueden seguir inspirando el diálogo entre nuestras Iglesias: «unir lo que está dividido, con mutuas acciones eclesiásticas, allí donde quiera que ello sea posible, afirmando los puntos comunes de fe y de gobierno, orientando así el diálogo teológico hacia el inicio de una comunidad sana, sobre los fundamentos de la fe y de la libertad de pensamiento teológico inspiradas por nuestros Padres comunes y presentes en las diversas tradiciones locales, como fue favorecido por la Iglesia desde el principio» (Tomos Agapis, Vatican-Phanar (1958-1970), pp. 382-383).
Mi más sincero agradecimiento a Su Santidad por la generosa y cálida hospitalidad brindada por la Metrópolis de Leros del Patriarcado Ecuménico, bajo el cuidado pastoral de Su Eminencia Paisios, a los miembros del Comité Coordinador de la Comisión Internacional Conjunta para el Diálogo Teológico entre la Iglesia Católica y la Iglesia Ortodoxa. Deseo alentar de nuevo este diálogo teológico. El consenso alcanzado por católicos y ortodoxos sobre ciertos principios teológicos fundamentales que regulan la relación entre la primacía y la sinodalidad en la vida de la Iglesia en el primer milenio puede servir para evaluar, incluso críticamente, algunas categorías teológicas y prácticas que evolucionaron durante el segundo milenio en conformidad con esos principios. Tal consenso puede permitirnos imaginar una forma común de entender el ejercicio del ministerio del Obispo de Roma, en el contexto de la sinodalidad y al servicio de la comunión de la Iglesia en el contexto actual. Esta delicada tarea debe llevarse a cabo en una atmósfera de apertura mutua y, sobre todo, en obediencia a las demandas que el Espíritu Santo hace a la Iglesia.
Su Santidad, amado hermano en Cristo, en los últimos meses he seguido con gran interés su participación en importantes eventos internacionales celebrados en todo el mundo sobre el cuidado de la creación, la convivencia pacífica entre pueblos de diferentes culturas y tradiciones religiosas, y la presencia de los cristianos en Medio Oriente. El compromiso de Su Santidad es una fuente de inspiración, apoyo y estímulo para mí personalmente porque, como bien sabe, compartimos estas mismas preocupaciones. Es mi ferviente esperanza que los católicos y ortodoxos puedan promover iniciativas conjuntas a nivel local con respecto a estos temas, ya que hay muchos contextos en los que ortodoxos y católicos ya pueden trabajar juntos sin esperar el día de la comunión plena y visible.
Con el seguridad de mi continuo recuerdo en la oración y con sentimientos de cálido afecto intercambio con Su Santidad un abrazo fraterno de paz.
Francisco
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