VIDEOMENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO INTERNACIONAL SOBRE
“EL CATEQUISTA, TESTIGO DEL MISTERIO”,
ORGANIZADO POR EL CONSEJO PONTIFICIO PARA LA PROMOCIÓN
DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN
Queridos y queridas catequistas, ¡buenos días!
Me hubiera gustado mucho compartir con vosotros en persona este momento tan importante en que os reunís para reflexionar sobre la segunda parte del Catecismo de la Iglesia Católica, que aborda contenidos importantes y fundamentales para la Iglesia y para todos los cristianos, como la vida sacramental, la acción litúrgica y su impacto en la catequesis. Mons. Fisichella me ha informado de que sois muchos, cerca de 1.500 catequistas, y que provenís de 48 países diferentes, en muchos casos acompañados por vuestros obispos, a quienes saludo cordialmente. Gracias por vuestra presencia. Gracias por el entusiasmo con el que vivís el ser catequistas en la Iglesia y para la Iglesia.
Recuerdo con placer el primer encuentro que tuve con vosotros en el Año de la Fe, en 2013, y cuando os pedí “¡sed catequistas!, no trabajéis de catequistas: ¡esto no sirve! Yo trabajo de catequista porque me gusta enseñar. Pero si no eres un catequista, no sirve. ¡No serás fecundo, no serás fecunda! Ser catequista es una vocación: ser catequista, esta es la vocación, no trabajar de catequista. Prestad atención, no he dicho hacer de catequista, sino serlo, porque involucra la vida. Lleva al encuentro con Jesús con las palabras y con la vida, con el testimonio”.
Hoy estoy en Vilnius para el viaje apostólico a los Países bálticos que se había programado hace tiempo. Aprovecho estas eficaces herramientas de la tecnología para estar con vosotros y dirigiros algunos pensamientos que quiero transmitiros, para que vuestra llamada a ser catequistas asuma cada vez más una forma de servicio que se lleva a cabo en la comunidad cristiana y que debe ser reconocido como un ministerio de la Iglesia, verdadero y genuino, que necesitamos mucho.
A menudo pienso en el catequista como aquel que se ha puesto al servicio de la Palabra de Dios, que frecuenta esta Palabra diariamente para hacer de ella su alimento y participarla con los demás con eficacia y credibilidad. El catequista sabe que esta Palabra está “viva” (Hb 4:12) porque constituye la regla de la fe de la Iglesia (cf. Conc. Ecum. Vat. II, Dei Verbum, 21; Lumen Gentium, 15). En consecuencia, el catequista no puede olvidar, especialmente hoy en un contexto de indiferencia religiosa, que su palabra es siempre un primer anuncio. Pensadlo bien: en este mundo, en esta área de tanta indiferencia, vuestra palabra siempre será un primer anuncio, que llega a tocar el corazón y la mente de muchas personas que están a la espera de encontrar a Cristo. Incluso sin saberlo, pero lo están esperando. Y cuando digo el primer anuncio no lo digo solo en el sentido temporal. Por supuesto, esto es importante, pero no siempre es así. ¡El primer anuncio equivale a subrayar que Jesucristo muerto y resucitado por el amor del Padre, da su perdón a todos sin distinción de personas, si tan solo abren sus corazones para dejarse convertir! A menudo no percibimos el poder de la gracia que, a través de nuestras palabras, llega profundamente a nuestros interlocutores y los moldea para que puedan descubrir el amor de Dios. El catequista no es un maestro o un profesor que cree que da una lección. La catequesis no es una lección; la catequesis es la comunicación de una experiencia y el testimonio de una fe que enciende los corazones, porque introduce el deseo de encontrar a Cristo. ¡Este anuncio de varias maneras y con diferentes idiomas es siempre el “primero” que el catequista está llamado a dar!
Por favor, en la comunicación de la fe no caigáis en la tentación de trastocar el orden con el cual la Iglesia desde siempre ha anunciado y presentado el kerigma, y que también se refleja en la misma estructura del Catecismo. Por ejemplo, no se puede anteponer la ley, aunque fuera la moral, al anuncio tangible del amor y de la misericordia de Dios. No podemos olvidar las palabras de Jesús: “No he venido a condenar, sino a perdonar...” (cf. Jn 3,17; 12, 47). De la misma manera, no se puede presumir de imponer una verdad de fe prescindiendo de la llamada a la libertad que esta conlleva. Los que han experimentado el encuentro con el Señor siempre se parecen a la samaritana que desea beber un agua que no se agote, pero al mismo tiempo corre inmediatamente a decir a los vecinos de su aldea que vengan donde está Jesús (cf. 30). Es necesario que el catequista entienda, por lo tanto, el gran desafío al que se enfrenta para educar en la fe, en primer lugar a aquellos que tienen una identidad cristiana débil y, por esta razón, necesitan proximidad, acogida, paciencia, amistad. Sólo así la catequesis se convierte en promoción de la vida cristiana, apoyo en la formación global de creyentes e incentivo para ser discípulos misioneros.
Una catequesis que pretende ser fecunda y en armonía con toda la vida cristiana encuentra su savia en la liturgia y en los sacramentos. La iniciación cristiana requiere que en nuestras comunidades se active cada vez más un camino catequético que nos ayude a experimentar el encuentro con el Señor, el crecimiento en su conocimiento y el amor por su seguimiento. La mistagogia ofrece una oportunidad muy importante para recorrer este camino con valor y determinación, favoreciendo el abandono de una fase estéril de la catequesis, que a menudo aleja sobre todo a nuestros jóvenes, porque no encuentran la frescura de la propuesta cristiana y la incidencia en su vida. El misterio que celebra la Iglesia encuentra su expresión más bella y coherente en la liturgia. No olvidemos en nuestra catequesis la contemporaneidad de Cristo. Efectivamente, en la vida sacramental, que encuentra su culminación en la Santa Eucaristía, Cristo se hace contemporáneo con su Iglesia: la acompaña en las vicisitudes de su historia y nunca está lejos de su Esposa. Él es quien se hace cercano y próximo a los que lo reciben en su Cuerpo y su Sangre, y los convierte en instrumentos del perdón, testigos de la caridad con los que sufren, y participantes activos en la creación de la solidaridad entre los hombres y los pueblos. ¡Qué beneficioso sería para la Iglesia que nuestras catequesis se basaran en captar y vivir la presencia de Cristo que actúa y obra nuestra salvación, permitiendo que experimentemos incluso ahora la belleza de la vida de comunión con el misterio de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo!
Os deseo que viváis estos días con intensidad, para que luego llevéis a vuestras comunidades la riqueza de lo que habéis experimentado en este encuentro internacional. Os acompaño con mi bendición y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Gracias.
Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 22 de septiembre de 2018.
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