MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA EL DÍA INTERNACIONAL DE LAS PERSONAS CON DISCAPACIDAD
Queridos hermanos y hermanas:
La celebración del Día Internacional de las Personas con Discapacidad me permite este año expresar mi cercanía a quienes están viviendo situaciones de particular dificultad en esta crisis causada por la pandemia. Todos estamos en la misma barca en medio de un mar agitado que puede asustarnos; pero en esta barca a algunos les resulta más difícil, entre ellos a las personas con discapacidades graves.
El tema de este año es «Reconstruir mejor: hacia un mundo post Covid-19 que incluya la discapacidad, accesible y sostenible». Me llama la atención la expresión “reconstruir mejor”; evoca la parábola evangélica de la casa construida sobre roca o sobre arena (cf. Mt 7,24-27; Lc 6,47-49). Por ello, aprovecho esta preciosa ocasión para compartir algunas reflexiones, siguiendo precisamente esa parábola.
1. La amenaza de la cultura del descarte
En primer lugar, la «lluvia», los «ríos» y los «vientos» que amenazan la casa pueden ser identificados con la cultura del descarte, difundida en nuestro tiempo (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium [EG], 53). Para dicha cultura, «partes de la humanidad parecen sacrificables en beneficio de una selección que favorece a un sector humano digno de vivir sin límites. En el fondo no se considera ya a las personas como un valor primario que hay que respetar y amparar, especialmente si son pobres o discapacitadas» (Carta enc. Fratelli tutti [FT], 18).
Esa cultura afecta principalmente a los sectores más frágiles, entre los que se encuentran las personas con discapacidad. En los últimos cincuenta años se han dado pasos importantes, tanto en el ámbito de las instituciones civiles como de las realidades eclesiales. La conciencia de la dignidad de cada persona ha aumentado, lo que ha llevado a tomar decisiones valientes para la inclusión de cuantos padecen una limitación física y/o psíquica. Sin embargo, todavía subsisten en el sustrato cultural demasiadas expresiones que contradicen de hecho este enfoque. Debido también a una mentalidad narcisista y utilitarista, se constatan actitudes de rechazo que conducen a la marginación, sin considerar que, inevitablemente, la fragilidad pertenece a todos. En realidad, hay personas con discapacidades incluso graves que, aun con gran esfuerzo, han encontrado el camino hacia una vida buena y rica de significado, como hay muchas otras “normalmente dotadas” que sin embargo están insatisfechas, o a veces desesperadas. “La vulnerabilidad pertenece a la esencia del ser humano” (cf. Discurso a los participantes del Congreso “La catequesis y las personas con discapacidad”, 21 octubre 2017).
Por lo tanto, es importante, especialmente en este Día, promover una cultura de la vida, que afirme continuamente la dignidad de cada persona, en particular en defensa de los hombres y mujeres con discapacidad, de cualquier edad y condición social.
2. La «roca» de la inclusión
La pandemia que estamos viviendo ha puesto en evidencia aún más las disparidades y las diferencias que caracterizan nuestro tiempo, sobre todo en detrimento de los más débiles. «El virus, si bien no hace excepciones entre las personas, ha encontrado, en su camino devastador, grandes desigualdades y discriminación. ¡Y las ha incrementado!» (Catequesis en la Audiencia general, 19 agosto 2020).
Por esta razón, una primera «roca» sobre la que se deba edificar nuestra casa es la inclusión. Aunque a veces se abusa de este término, sigue siendo actual la parábola evangélica del Buen Samaritano (cf. Lc 10,25-37). De hecho, a menudo nos encontramos en el camino de la vida con personas heridas, que en ocasiones llevan precisamente los rasgos de la discapacidad y la fragilidad. «La inclusión o la exclusión de la persona que sufre al costado del camino define todos los proyectos económicos, políticos, sociales y religiosos. Enfrentamos cada día la opción de ser buenos samaritanos o indiferentes viajantes que pasan de largo» (FT, 69).
La inclusión debería ser la «roca» sobre la que las instituciones civiles construyan programas e iniciativas, para que nadie quede excluido, especialmente quienes se encuentran en mayor dificultad. La fuerza de una cadena depende del cuidado que se dé a los eslabones más débiles.
Respecto a las instituciones eclesiales, reitero la exigencia de disponer de instrumentos adecuados y accesibles para la transmisión de la fe. Además, deseo que se pongan a disposición de quienes los necesitan, en cuanto sea posible gratuitamente, incluso a través de las nuevas tecnologías, que han demostrado ser tan importantes para todos en este período de pandemia. Asimismo, aliento a que exista una formación ordinaria para sacerdotes, seminaristas, religiosos, catequistas y agentes de pastoral, sobre la relación entre la discapacidad y el uso de instrumentos pastorales inclusivos. Que las comunidades parroquiales se comprometan a que se desarrolle en los fieles el estilo de acogida hacia las personas con discapacidad. Crear una parroquia plenamente accesible requiere no sólo que se eliminen las barreras arquitectónicas, sino que los parroquianos asuman sobre todo actitudes y acciones de solidaridad y servicio hacia las personas con discapacidad y hacia sus familias. El objetivo está en que lleguemos a dejar de hablar de “ellos” y lo hagamos sólo de “nosotros”.
3. La «roca» de la participación activa
Para “reconstruir mejor” nuestra sociedad es necesario que la inclusión de quienes son más frágiles comprenda también la promoción de su participación activa.
Ante todo, reitero con fuerza el derecho de las personas con discapacidad a recibir los sacramentos como los demás miembros de la Iglesia. Todas las celebraciones litúrgicas de la parroquia deberían ser accesibles, para que cada uno —junto a los hermanos y hermanas— pueda profundizar, celebrar y vivir la propia fe. Se debe prestar especial atención a las personas con discapacidad que aún no han recibido los sacramentos de la iniciación cristiana: estas podrían ser acogidas e incluidas en el itinerario de catequesis para la preparación a estos sacramentos. La gracia de la que son portadores no puede ser negada a nadie.
«En virtud del Bautismo recibido, cada miembro del Pueblo de Dios se ha convertido en discípulo misionero. Cada uno de los bautizados, cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado de ilustración de su fe, es un agente evangelizador» (EG, 120). Por eso, también las personas con discapacidad, tanto en la sociedad como en la Iglesia, piden convertirse en sujetos activos de la pastoral y no sólo en destinatarios. «Muchas personas con discapacidad sienten que existen sin pertenecer y sin participar. Hay todavía mucho que les impide tener una ciudadanía plena. El objetivo no es sólo cuidarlos, sino que participen activamente en la comunidad civil y eclesial. Es un camino exigente y también fatigoso, que contribuirá cada vez más a la formación de conciencias capaces de reconocer a cada individuo como una persona única e irrepetible» (FT, 98). En efecto, la participación activa de las personas con discapacidad en la catequesis constituye una gran riqueza para la vida de toda la parroquia. Estas, en efecto, injertadas en Cristo en el Bautismo, comparten con Él, en su particular condición, el ministerio sacerdotal, profético y real, evangelizando a través, con y en la Iglesia.
Por consiguiente, también la presencia de personas con discapacidad entre los catequistas, según sus propias capacidades, representa un recurso para la comunidad. En este sentido, es preciso favorecer su formación, para que puedan adquirir además una preparación más avanzada en el campo teológico y catequético. Espero que en las comunidades parroquiales sean cada vez más, las personas con discapacidad que puedan convertirse en catequistas, para transmitir la fe de manera eficaz, también con su propio testimonio (cf. Discurso a los participantes del Congreso “La catequesis y las personas con discapacidad”, 21 octubre 2017).
«Peor que esta crisis, es solamente el drama de desaprovecharla» (Homilía en la Solemnidad de Pentecostés, 31 mayo 2020). Por eso, animo a cuantos, cada día y a menudo en el silencio, se sacrifican en favor de las situaciones de fragilidad y discapacidad. Que la voluntad común de «reconstruir mejor» pueda desencadenar sinergias entre las organizaciones tanto civiles como eclesiales, para edificar, contra toda intemperie, una “casa” sólida, capaz de acoger también a las personas con discapacidad, porque está construida sobre la roca de la inclusión y de la participación activa.
Roma, San Juan de Letrán, 3 de diciembre de 2020
Francisco
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