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VIDEOMENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
CON MOTIVO 
DE LA INAUGURACIÓN DE LA
TORRE DE LA VIRGEN MARÍA DE LA BASÍLICA DE LA SAGRADA FAMILIA

Barcelona, 8 de diciembre de 2021

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Queridos hermanos y hermanas que peregrinan en la Arquidiócesis de Barcelona:

¡Paz y bien! Y con este cordial saludo franciscano, me uno a todos ustedes desde Roma en este momento en que se enciende la estrella de la torre de la Virgen María en la Basílica de la Sagrada Familia.

También quiero hacer llegar mi saludo de un modo especial a los más pobres de esa gran ciudad, a los enfermos, a los afectados por la pandemia del Covid-19, a los ancianos, a los jóvenes que por diferentes situaciones ven comprometido su futuro, a las personas que están viviendo momentos de prueba. Queridos amigos, para todos ustedes brilla hoy la estrella de la torre de María.

Junto a mis hermanos —el Arzobispo Cardenal Juan José Omella y sus tres Obispos auxiliares— ustedes “caminan juntos”, es decir, sinodalmente, tanto los fieles laicos —niños, adolescentes, jóvenes y adultos—, como los miembros de la vida consagrada, los seminaristas, los diáconos y sacerdotes. En este camino sinodal los ilumina desde hoy esta estrella que el gran arquitecto Antoni Gaudí soñó que coronaría la torre de la Virgen María.

Y es que María es la “Estrella de la nueva evangelización”. Por eso, elevando nuestros ojos a la estrella que corona la torre, los invito a que contemplen a nuestra Madre, «porque cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 288).

Hoy celebramos la solemnidad de María Inmaculada, ¡ella sí que es una obra maestra! En perfecta sintonía con el designio de Dios sobre ella, la Virgen María se convirtió en la más santa, humilde, dócil y transparente ante Dios. Gaudí quiso que este misterio coronara el portal de la fe —el primero que construyó— para que, al desgranar la oración a la Santísima Trinidad, que rescribe por toda la basílica, aprendiésemos a ser, como María, templo de este misterio, y a dar culto a Dios en espíritu y en verdad.

El Evangelio de san Lucas se refiere a ella, en efecto, como la «llena de gracia» (Lc 1,28). También nosotros nos dirigimos a ella de ese modo en cada Ave María que rezamos, sintiendo siempre su presencia materna y entrañable. Ella está llena de la presencia de Dios, que se ha hecho carne en su seno. Por eso, Gaudí también la coloca en el centro del portal de la caridad, ofreciéndonos al Niño Dios bajo la atenta mirada de san José, para que entremos en su Iglesia inflamados de amor a Dios y a los hombres.

Los animo a que también ustedes sigan el ejemplo de la Virgen María con gestos cotidianos de amor y de servicio. La belleza inmaculada de nuestra Madre es inimitable. Y, al mismo tiempo, nos atrae. Que esta estrella que brilla desde hoy los ilumine para que, desgranando las cuentas del rosario, digan “sí” una vez para siempre a la gracia del Señor y den un “no” rotundo al pecado. Rezando con María meditamos los misterios de la vida de Jesús, pero también discernimos el camino que Él nos indica y recibimos la fuerza para rechazar las tentaciones de la violencia o del beneficio inmediato.

Yo también me uno a vuestras oraciones que, como innumerables rosas, se representan a los pies de María en esa hermosa basílica. Rezo para que cada uno de ustedes haga que Barcelona sea más habitable y acogedora para todos. Encomiendo de manera especial a aquellas personas que desempeñan roles de mayor responsabilidad. Que la Virgen María les obtenga sabiduría, prontitud en el servicio y amplitud de miras.

Que Santa María vele con su estrella luminosa por las familias. Ella, formando la Sagrada Familia de Nazaret junto al Niño Jesús y a san José, vivió situaciones similares a tantas familias como las de ustedes. Gaudí lo representó en el portal de la esperanza, expresando con el rostro de los obreros los sufrimientos y las dificultades que los ponían en comunión con los que sufrió la Sagrada Familia, el destierro a Egipto de tantos pobres que buscan un futuro mejor o huyen del mal; la muerte de tantos inocentes que se unen a los de Belén. Que la Virgen María vele por sus hogares, por sus escuelas, universidades, oficinas, comercios, hospitales, cárceles. Desgranando la corona de los dolores de la Virgen no dejen de rezar por los pobres, los excluidos, porque ellos están en el corazón de Dios. Y tantas veces nosotros somos responsables de la pobreza y de la exclusión de ellos. Aprovechemos para examinarnos, cuánta responsabilidad tenemos en esto.

Que esta estrella encendida de la torre de la Virgen María también nos ilumine para seguir haciendo vida el Plan Pastoral Diocesano, irradiando por doquier la alegría del Evangelio. Que desde el encuentro con Cristo crezcan en fraternidad, en el anuncio de la Buena Nueva del Evangelio a los jóvenes, en la acogida a los pobres y marginados, desde el discernimiento propio de quien tiene el oído muy fino para saber escuchar el Espíritu y un corazón totalmente dispuesto para cumplir lo que Él nos pide. No se olviden del árbol, no se olviden de los ancianos. Un árbol sin raíces no crece, no florece. No descartemos a los ancianos, no son material de descarte, son memoria viva. De ellos viene la savia que hace crecer todo. Ayudemos al diálogo entre jóvenes y ancianos, para que sea traspasada esa sabiduría que los hará crecer y florecer.

Que Dios los bendiga y que la Virgen Santa, nuestra Madre Inmaculada, los cuide.  Y, por favor, no se olviden de rezar por mí. Gracias.



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