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VIDEOMENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
AL IV CONGRESO INTERNACIONAL DE MÚSICA,
ORGANIZADO POR EL CONSEJO PONTIFICIO DE LA CULTURA

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Queridos hermanos y hermanas:

Me alegra saludaros a los que participáis en el IV Congreso Internacional de Música, organizado por el Consejo Pontificio de la Cultura en colaboración con el Pontificio Instituto de Música Sacra y el Pontificio Instituto Litúrgico del Ateneo Sant’Anselmo. Doy las gracias al cardenal Gianfranco Ravasi, promotor de esta iniciativa.

Espero que vuestras reflexiones, que tienen como tema “Textos y contextos”, enriquezcan a las comunidades eclesiales y a quienes trabajan en el campo de la música, un ámbito muy importante para la liturgia y la evangelización.

En el libro del profeta Isaías encontramos esta exhortación:

«Cantad al Señor un cántico nuevo,
su loor desde los confines de la tierra» (42,10).

Como es sabido, la Biblia ha inspirado innumerables expresiones musicales, entre las cuales páginas fundamentales de la historia de la música: pensemos en el canto gregoriano, en Palestrina, en Bach...; ha inspirado una gran variedad de composiciones en los cinco continentes; y varios compositores contemporáneos han afrontado también los textos sagrados. Muchas comunidades eclesiales, en las últimas décadas, han sabido interpretar estos textos tanto siguiendo las nuevas formas musicales como valorizando el patrimonio antiguo. En efecto, la herencia musical de la Iglesia es muy variada y puede prestarse no sólo a la liturgia, sino también a la interpretación en concierto, en las escuelas y en la catequesis, y también en el teatro.

Sabemos, sin embargo, que desde el comienzo de la pandemia de Covid, la actividad en el campo de la música se ha redimensionado considerablemente. Pienso en todos los afectados: en los músicos, que han visto su vida y su profesión trastornadas por las exigencias del distanciamiento, en los que han perdido el trabajo y el contacto social, en los que han tenido que hacer frente, en contextos difíciles, a las necesidades de formación, educación y vida comunitaria. Muchos han hecho esfuerzos significativos para seguir ofreciendo un servicio musical dotado de nueva creatividad. Se trata de un compromiso válido no sólo para la Iglesia, sino también para el horizonte público, para la propia “red”, para quienes trabajan en las salas de conciertos y otros lugares donde la música está al servicio de la comunidad.

Espero que renazca también este aspecto de la vida social, que volvamos a cantar y a tocar y a disfrutar juntos de la música y el canto. Miguel Cervantes en el Quijote decía: «Donde hay música, no puede haber cosa mala» (Parte II, c. 34). Muchos textos y composiciones, a través del poder de la música, estimulan la conciencia personal de cada uno y crean también una fraternidad universal.

El profeta Isaías, en ese mismo pasaje, proseguía:

«Estaba mudo desde mucho ha,
había ensordecido, me había reprimido» (42,14).

Un buen músico conoce el valor del silencio, el valor de la pausa. La alternancia entre el sonido y el silencio es fecunda y permite la escucha, que desempeña un papel fundamental en cualquier diálogo. Queridos músicos, el reto común es escucharnos mutuamente. En la liturgia se nos invita a escuchar la Palabra de Dios. La Palabra es nuestro “texto”, el texto principal; la comunidad nuestro “contexto”. La Palabra es fuente de sentido, ilumina y guía el camino de la comunidad. Sabemos lo necesario que es narrar la historia de la salvación en idiomas y lenguajes que se entiendan bien. También la música puede contribuir a que los textos bíblicos “hablen” en contextos culturales nuevos y diferentes, para que la Palabra divina llegue con eficacia a las mentes y los corazones.

En vuestro encuentro habéis optado por prestar atención a las más diversas formas musicales: expresan la variedad de culturas y comunidades locales, cada una con su propio ethos. Pienso especialmente en las civilizaciones indígenas, en las que el enfoque de la música se integra con los demás elementos rituales de la danza y la fiesta. En este contexto, pueden brotar narrativas apasionantes al servicio de la evangelización. De hecho, la experiencia integral del arte musical incluye también la dimensión de la corporeidad. En la tradición popular encontramos a menudo un paralelismo: “Estar bien es cantar bien y cantar bien es estar bien”.

Y me gustaría concluir con una pregunta, que surge espontáneamente en la situación en la que nos encontramos, causada por la pandemia: ¿El silencio que vivimos está vacío o estamos en fase de escucha? ¿Está vacío o estamos en fase de escucha? ¿Permitiremos, después, que surja un canto nuevo? Que el texto y el contexto, presentes ya en una nueva forma, nos estimulen a reanudar nuestro camino juntos, porque «la unidad de los corazones se hace más profunda por la unidad de las voces» (Istr. Musicam sacram, 5). Que las voces, los instrumentos musicales y las composiciones sigan expresando, en el contexto actual, la armonía de la voz de Dios, conduciendo hacia la “sinfonía”, es decir, hacia la fraternidad universal.

Encomiendo vuestro esfuerzo a Dios para que lo sostenga y lo haga fecundo. Y os pido a todos que recéis por mí. Buen trabajo ¡Gracias!


Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 4 de febrero de 2021.

 



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