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MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO,
FIRMADO POR EL SECRETARIO DE ESTADO PIETRO PAROLIN,
CON OCASIÓN DE LA 74ª  SEMANA LITÚRGICA NACIONAL

[Módena, 26-29 de agosto de 2024]

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Desde el Vaticano, 21 de agosto de 2024

A Su Excelencia Reverendísima
Mons. CLAUDIO MANIAGO
Arzobispo Metropolitano de Catanzaro-Squillace
Presidente del Centro de Acción Litúrgica

Excelencia Reverendísima,
Me complace transmitirle el mensaje del Santo Padre para los trabajos de la 74ª Semana Litúrgica Nacional, promovida por el Centro de Acción Litúrgica y acogida por la Iglesia de Módena-Nonantola, rica en historia y dones de santidad. El Papa Francisco, al dirigir su saludo a todos los que participarán en la Semana como organizadores, ponentes, conferenciantes y voluntarios, asegura un recuerdo especial en la oración, por el mejor éxito de las sesiones de estudio y de los momentos celebrativos.

La Semana Litúrgica que van a vivir tiene como tema «En la liturgia la verdadera oración de la Iglesia». Pueblo de Dios y ars celebrandi. «Fruto de los labios que confiesan su nombre« (Hb 13,15)». Este tema nos remite a la especificidad de la oración litúrgica, que rehúye toda forma de individualismo y de división. Es, en efecto, «participación en la oración de Cristo, dirigida al Padre en el Espíritu Santo» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1073); es participación en el soplo amoroso de la Iglesia-Esposa, que hace sentirse parte de la comunidad de discípulos de todos los lugares y tiempos; es escuela de comunión que libera el corazón de la indiferencia, acorta las distancias entre hermanos y hermanas y conforma a los sentimientos de Jesús; es camino real que nos transforma, educándonos en la Iglesia a la vida buena del Evangelio.

Queridos, la liturgia -como afirmó Romano Guardini- «introduce toda la amplitud de la verdad en la oración; de hecho, no es otra cosa que el dogma rezado, la verdad revivida rezando» (El Espíritu de la Liturgia). Las palabras del gran teólogo reiteran la evidencia de la dimensión objetiva de la liturgia, que «pide ser celebrada con fervor, para que la gracia derramada en el rito no se disperse, sino que alcance la vivencia de cada uno» (Francisco, Catequesis del 3 de febrero de 2021). Esta necesidad ineludible trasparece también de su programa de estudios, que se centra en el ars celebrandi, un compromiso y una actitud que todos los bautizados están llamados a vivir para salir de su individualidad y abrirse al «nosotros» de la Iglesia en la oración.

En su Carta Apostólica sobre la formación litúrgica, el Papa Francisco recuerda que los gestos propios de la asamblea, como la reunión, las posturas del cuerpo, el estar en silencio, las expresiones de la voz, la implicación de los sentidos, son los modos en que participa en la celebración (cf. Carta Apostólica "Desiderio desideravi", 51). Y añade que «realizar todos juntos el mismo gesto, hablar con una sola voz, transmite a los individuos la fuerza de toda la asamblea. Es una uniformidad que no sólo no mortifica, sino que, por el contrario, educa a cada fiel a descubrir la auténtica singularidad de su propia personalidad no en actitudes individualistas, sino en la conciencia de ser un solo cuerpo» (ibid.).

A partir de estas perspectivas, el Santo Padre desea darles algunas prioridades concretas para centrar su reflexión sobre la Liturgia como «verdadera» oración de la Iglesia.

El primer compromiso que se nos pide es redescubrir la coralidad de la oración litúrgica, a través de la cual, uniéndonos a la lengua materna de la Iglesia, llegamos a ser un solo cuerpo y una sola voz. San Agustín nos recordó la profunda relación de nuestra oración con Cristo: cuando oramos hablamos con Dios, es Jesús mismo quien «ora por nosotros, ora en nosotros y es orado por nosotros. [...] Reconozcamos, pues, nuestras voces en él y su voz en nosotros» (Exposiciones sobre los Salmos 85, 1: CCL 39, 1176) . La belleza de la verdad de la oración cristiana reside precisamente en este entrelazamiento de voces, que podríamos llamar con razón coralidad. Toda oración cristiana es siempre a varias voces, como toda acción litúrgica es siempre a varias manos: estamos unidos a Cristo, y en Cristo encontramos a toda la humanidad. Ahora bien, el valor de esta coralidad de la oración litúrgica no debe simplemente afirmarse, sino que debe experimentarse a través de nuestra celebración. Uno de los momentos más importantes en los que podemos experimentarlo es la Liturgia de las Horas, que sigue mereciendo un compromiso para que se convierta realmente en la oración del pueblo de Dios. Que nuestras comunidades vuelvan a elevar a coro la oración de los Salmos y aprendan a vivir, en la liturgia y en la vida, el valor de la unidad y de la comunión.

El segundo aspecto propuesto a su compromiso con la pastoral litúrgica es la relación con el canto sagrado. La música en la liturgia no es un elemento ornamental, sino parte integrante y necesaria de ella (Sacrosanctum Concilium, 112), contribuye junto con los demás lenguajes de los que se compone la liturgia a la epifanía del misterio celebrado. En efecto, en el canto los fieles viven y expresan su fe. San Pablo VI escribió sabiamente a este respecto: «Si los fieles cantan, no abandonan la Iglesia; si no abandonan la Iglesia, conservan la fe y la vida cristiana» (Discurso a la Asamblea Plenaria del Episcopado de Italia, 14 de abril de 1964). El Papa recomienda, por tanto, un cuidado especial, sobre todo en la celebración de la Eucaristía dominical, recordando cómo en el canto, mediante la concordancia de voces, se expresa la unión espiritual de los que comulgan, se manifiesta la alegría del corazón y se pone de relieve el carácter comunitario de los que se acercan a recibir la Eucaristía (cf. Ordin. Gen. Messale Romano, 86).

La tercera consigna se refiere al silencio al que nos educa la liturgia, como demuestran los constantes recordatorios en la sinagoga eucarística del acto de guardar silencio. El Papa, por tanto, nos pide que contrarrestemos el frenesí, el ruido y la palabrería que nos minan en la vida cotidiana valorando el silencio sagrado, gesto elocuente, tiempo propicio y espacio fecundo para permanecer en el amor del Señor, cultivar la mirada contemplativa, dar profundidad a la oración del corazón y dejarse transformar por el Espíritu. Esta familiaridad en la acogida del silencio es el verdadero requisito para que la Iglesia pueda escuchar a Aquel que se revela en el «susurro de una suave brisa» (cf. 1 Re 19,12).

La cuarta y última dimensión que el Santo Padre confía a su cuidado es la promoción de la ministerialidad litúrgica, como fruto de ser la Iglesia de Pentecostés (cf. Carta Apostólica "Desiderio desideravi", 33). Desde este punto de vista, y no desde una perspectiva funcional, es importante leer los ministerios al servicio de la liturgia: en ellos, en efecto, se manifiesta la diversidad de los dones que el Espíritu Santo suscita en la comunidad cristiana. La presencia de una ministerialidad diversificada, alimentada por la comunión en Cristo, alimenta la participación activa de la asamblea y promueve la corresponsabilidad en la misión, manifestando, en concreto, la naturaleza sinodal de la Iglesia. Esta toma de conciencia, como nos ha recordado el Papa Francisco (cf. ibíd., 38), requiere un compromiso constante de formación, para que se eviten los personalismos y los delirios de protagonismo y se realice un verdadero servicio a la comunión.

El Santo Padre, al enviar su bendición a Su Excelencia, a Su Excelencia Mons. Erio Castellucci, arzobispo de Módena-Nonantola y obispo de Carpi, a los demás obispos y a todos los participantes, desea que estas consignas impulsen a nuestras comunidades cristianas a vivir la oración litúrgica como un encuentro con el Señor resucitado y con su Cuerpo que es la Iglesia.
A la vez que expreso mis buenos deseos personales, aprovecho la ocasión para confirmarme con sentidos de distinguida reverencia

de Su Excelencia Reverendísima
devotísimo
Pietro Card. Parolin
Secretario de Estado
 

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Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 26 de agosto de 2024



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