DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A UNA DELEGACIÓN DEL EJÉRCITO DE SALVACIÓN
Viernes 12 de diciembre de 2014
Queridos amigos:
Os doy mi cordial bienvenida a vosotros, dirigentes del Ejército de salvación, que conozco bien por su misión de evangelización y voluntariado. Vuestra visita es uno de los buenos frutos de los contactos más frecuentes y proficuos que se han desarrollado en los últimos años entre el Ejército de salvación y el Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos; contactos entre los cuales hay que recordar una serie de conversaciones teológicas tendentes a promover un mejor conocimiento recíproco, el respeto mutuo y una colaboración regular. Y agradezco una vez más este libro de las conversaciones. Deseo de corazón que católicos y salvacionistas sigan dando un testimonio común de Cristo y del Evangelio, en un mundo que tiene tanta necesidad de experimentar la misericordia de Dios. ¡Tiene necesidad!
Católicos y salvacionistas, junto con otros cristianos, reconocen que los necesitados tienen un lugar especial en el corazón de Dios, tanto que el Señor Jesucristo se hizo pobre por nosotros (cf. 2 Co 8, 9). En consecuencia, se encuentran frecuentemente en las mismas periferias humanas, y mi ferviente esperanza es que nuestra fe común en nuestro Salvador Jesucristo, el único mediador entre Dios y los hombres (cf. 1 Tm 2, 5), llegue a ser cada vez más fundamento sólido de amistad y colaboración entre nosotros.
«La Iglesia “en salida” es la comunidad de discípulos misioneros que toman la iniciativa, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan… La comunidad evangelizadora experimenta que el Señor toma la iniciativa, la ha precedido en el amor (cf. 1 Jn 4, 10); y, por eso, ella sabe dar el primer paso, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos. Vive un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre» (Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 24).
Ruego para que en el mundo de hoy todos los discípulos de Cristo ofrezcan su contribución con la misma convicción y el mismo dinamismo que el Ejército de salvación demuestra en su devoto y apreciado servicio. Las diferencias entre católicos y salvacionistas sobre cuestiones teológicas y eclesiológicas no deben obstaculizar el testimonio de nuestro amor compartido a Dios y al prójimo, amor que es capaz de inspirar esfuerzos enérgicos en el compromiso de recuperar la dignidad de quienes viven al margen de la sociedad. Tendría necesidad del traductor… Y ahora quiero recordar una anécdota, y también daros las gracias. Tenía 4 años —era en 1940, ¿ninguno de vosotros había nacido, eh?— e iba por la calle con mi abuela. En aquel tiempo se tenía la idea de que todos los protestantes iban al infierno. En la acera de enfrente caminaban dos mujeres del Ejército de salvación, con ese sombrero que tenéis vosotros… ¿Usted lo ha usado? Y recuerdo como si fuera hoy que le pregunté a mi abuela: «¿Quiénes son aquellas? ¿Monjas, hermanas?». Y mi abuela me respondió: «No. Son protestantes, pero son buenas». Y así, mi abuela, gracias a vuestro testimonio, me abrió la puerta al ecumenismo: la primera predicación ecuménica que tuve fue delante de vosotros. Thank you very much.
Queridos amigos, elevo a Dios mi oración por el trabajo que el Ejército de salvación lleva adelante: ojalá que muchas personas en dificultades sigan contando con vuestra acción, que permite a la luz de Cristo resplandecer en los rincones más oscuros de su vida. Que vosotros y vuestros hermanos y hermanas salvacionistas rebosen de los dones del Espíritu Santo —sabiduría, discernimiento, fortaleza, paz…— para testimoniar el reino del Señor en nuestro mundo que sufre. Y confío en que también vosotros rezaréis por mí: lo necesito. Gracias.
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