DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE POLONIA
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"
Sala Clementina
Viernes 7 de febrero de 2014
Queridos hermanos en el episcopado:
Os saludo cordialmente a cada uno de vosotros y a las Iglesias particulares que el Señor ha confiado a vuestra guía paterna. Doy las gracias a monseñor Józef Michalik por sus palabras, sobre todo por haberme asegurado que la Iglesia que está en Polonia reza por mí y por mi ministerio.
Se puede decir que nos encontramos en vísperas de la canonización del beato Juan Pablo II. Todos llevamos en el corazón a este gran pastor que, en todas las etapas de su misión —como sacerdote, obispo y Papa—, nos dio un ejemplo luminoso de abandono total a Dios y a su Madre, y de dedicación completa a la Iglesia y al hombre. Nos acompaña desde el cielo y nos recuerda cuán importante es la comunión espiritual y pastoral entre los obispos. La unidad de los pastores, en la fe, en la caridad, en la enseñanza y en la solicitud común por el bien de los fieles constituye un punto de referencia para toda la comunidad eclesial y para quienquiera que busque una orientación segura en la senda diaria por los caminos del Señor. Que nada ni nadie cree divisiones entre vosotros, queridos hermanos. Estáis llamados a construir la comunión y la paz arraigadas en el amor fraterno, y a dar a todos un ejemplo alentador. Ciertamente, esta actitud será fecunda y dará a vuestro pueblo fiel la fuerza de la esperanza.
Durante nuestros encuentros de estos días confirmé que la Iglesia en Polonia tiene grandes potencialidades de fe, de oración, de caridad y de práctica cristiana. Gracias a Dios, en Polonia hay una buena frecuencia a los sacramentos, hay valiosas iniciativas en los sectores de la nueva evangelización y la catequesis, hay una amplia actividad caritativo-social y un desarrollo satisfactorio de las vocaciones sacerdotales. Todo esto favorece la formación cristiana de las personas, la práctica motivada y convencida, la disponibilidad de los laicos y de los religiosos a colaborar activamente en las estructuras eclesiales y sociales. Respecto al hecho de que también se verifica cierta disminución en diferentes aspectos de la vida cristiana, se requiere un discernimiento, una búsqueda de los motivos y de los modos de afrontar los nuevos desafíos, como por ejemplo la idea de una libertad sin límites, la tolerancia hostil o desconfiada de la verdad, o el malhumor por la justa oposición de la Iglesia al relativismo imperante.
Ante todo, en el ámbito de la pastoral ordinaria, quiero focalizar vuestra atención en la familia, «célula básica de la sociedad», «lugar donde se aprende a convivir en la diferencia y a pertenecer a otros, y donde los padres transmiten la fe a sus hijos» (Evangelii gaudium, 66). Hoy, en cambio, el matrimonio es considerado a menudo una forma de gratificación afectiva que se puede constituir de cualquier modo y modificar según la sensibilidad de cada uno (cf. ibíd.). Por desgracia, esta visión influye también en la mentalidad de los cristianos, facilitando el recurso al divorcio o a la separación de hecho. Los pastores están llamados a preguntarse cómo ayudar a quienes viven en esta situación, a fin de que no se sientan excluidos de la misericordia de Dios, del amor fraterno de los demás cristianos y de la solicitud de la Iglesia por su salvación; cómo ayudarles a que no abandonen la fe y eduquen a sus hijos en la plenitud de la experiencia cristiana.
Por otra parte, es preciso preguntarse cómo mejorar la preparación de los jóvenes al matrimonio, de manera que descubran cada vez más la belleza de esta unión que, bien fundada en el amor y en la responsabilidad, es capaz de superar las pruebas, las dificultades y el egoísmo con el perdón recíproco, reparando lo que corre el riesgo de arruinarse y no cayendo en la trampa de la mentalidad del descarte. Es necesario preguntarse cómo ayudar a las familias a vivir y apreciar tanto los momentos de alegría como los de dolor y debilidad.
Las comunidades eclesiales han de ser lugares de escucha, de diálogo, de consuelo y de apoyo para los esposos en su camino conyugal y en su misión educativa. Que siempre puedan encontrar en los pastores el apoyo de auténticos padres y guías espirituales que los protejan de la amenaza de las ideologías negativas y los ayuden a ser fuertes en Dios y en su amor.
La perspectiva del próximo encuentro mundial de la juventud, que tendrá lugar en Cracovia en 2016, me lleva a pensar en los jóvenes, quienes, junto con los ancianos, son la esperanza de la Iglesia. Hoy, un mundo rico en instrumentos informáticos les ofrece nuevas posibilidades de comunicación, pero, al mismo tiempo, reduce las relaciones interpersonales de contacto directo, de intercambio de valores y de experiencias compartidas. Sin embargo, en el corazón de los jóvenes hay un anhelo de algo más profundo, que valore plenamente su personalidad. Es preciso satisfacer este deseo.
En este sentido, la catequesis ofrece amplias posibilidades. Sé que en Polonia participa en ello la mayor parte de los alumnos de las escuelas, quienes logran un buen conocimiento de las verdades de la fe. La religión cristiana, sin embargo, no es una ciencia abstracta, sino un conocimiento existencial de Cristo, una relación personal con Dios que es amor. Quizá sea necesario insistir más en la formación de la fe vivida como relación, en la que se experimenta la alegría de ser amados y de poder amar. Es indispensable intensificar la solicitud de los catequistas y de los pastores, para que las nuevas generaciones puedan descubrir plenamente el valor de los sacramentos como medios privilegiados de encuentro con Cristo vivo y fuente de gracia. Los jóvenes han de ser animados a formar parte de los movimientos y de las asociaciones, cuya espiritualidad se basa en la Palabra de Dios, en la liturgia, en la vida comunitaria y en el testimonio misionero. También han de tener la oportunidad de expresar su disponibilidad y su entusiasmo juvenil en las obras de caridad promovidas por los grupos parroquiales o escolares de Cáritas o en otras formas de voluntariado y de misión. Su fe, su amor y su esperanza han de reforzarse y florecer en su compromiso concreto en el nombre de Cristo.
El tercer punto que quiero recomendaros son las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Con vosotros doy gracias al Señor porque en los últimos decenios ha enviado a la tierra polaca numerosos obreros para su mies. Muchos buenos y santos sacerdotes polacos desempeñan con dedicación su ministerio tanto en sus propias Iglesias locales como en el extranjero y en las misiones. Pero la Iglesia en Polonia no debe cansarse de seguir rezando por las nuevas vocaciones sacerdotales. A vosotros, queridos obispos, os compete la tarea de preocuparos de que esta oración se traduzca en un compromiso concreto en la pastoral vocacional y en la buena preparación de los candidatos en los seminarios.
En Polonia, gracias a la presencia de buenas universidades y facultades teológicas, los seminaristas adquieren una valiosa preparación intelectual y pastoral. Esta debe ir acompañada siempre por la formación humana y espiritual, para que vivan una intensa relación personal con el buen Pastor y sean hombres de oración asidua, abiertos a la acción del Espíritu Santo, generosos, pobres de espíritu y llenos de amor ardiente al Señor y al prójimo.
En el ministerio sacerdotal, la luz del testimonio podría ofuscarse o «ponerse debajo del celemín» si faltara el espíritu misionero, la voluntad de «salir» con una conversión misionera siempre renovada para buscar —también en las periferias— y llegar a quienes esperan la buena nueva de Cristo. Este estilo apostólico requiere también espíritu de pobreza y abandono para ser libres en el anuncio y sinceros en el testimonio de la caridad. Con este propósito, recuerdo las palabras del beato Juan Pablo II: «De todos nosotros, sacerdotes de Jesucristo, se espera que seamos fieles al ejemplo que Él nos dejó. Por tanto, que seamos “para los demás”. Y si “tenemos”, que tengamos también “para los demás”. Más aún, porque si tenemos, tenemos “de los demás” (…). Con un estilo de vida cercano al de una familia media, mejor todavía, al de una familia más pobre» (Discurso a los seminaristas, al clero y a los religiosos en la catedral de Stettino, 11 de junio de 1987, 9).
No olvidemos, queridos hermanos, las vocaciones a la vida consagrada, sobre todo las femeninas. Como habéis observado, preocupa la disminución de la adhesión a las congregaciones religiosas también en Polonia: es un fenómeno complejo, cuyas causas son múltiples. Deseo que los institutos religiosos femeninos sigan siendo, de modo adecuado a nuestros tiempos, lugares privilegiados de la realización y el crecimiento humano y espiritual de las mujeres. Que las religiosas estén dispuestas a afrontar también las tareas y las misiones difíciles y exigentes que valoren su capacidad intelectual, afectiva y espiritual, sus talentos y carismas personales. Recemos por las vocaciones femeninas y acompañemos con estima a nuestras hermanas que, a menudo en silencio y sin ser observadas, entregan su vida por el Señor y por la Iglesia, en la oración, en la pastoral y en la caridad.
Concluyo exhortándoos a ser solícitos con los pobres. También en Polonia, a pesar del actual desarrollo económico del país, hay muchos necesitados, desempleados, sin vivienda, enfermos y abandonados, así como muchas familias —sobre todo las numerosas— sin medios suficientes para vivir y educar a sus hijos. Estad cerca de ellos. Sé cuánto hace la Iglesia en Polonia en este campo, mostrando gran generosidad no sólo en su patria sino también en otros países del mundo. Os doy las gracias a vosotros y a vuestras comunidades por esta obra. Seguid alentando a vuestros sacerdotes, a los religiosos y a todos los fieles a tener la «fantasía de la caridad», y a practicarla siempre. Y no olvidéis a quienes, por diferentes motivos, dejan el país y tratan de comenzar una nueva vida en el exterior. Su número creciente y sus exigencias quizá requieran mayor atención por parte de la Conferencia episcopal. Acompañadlos con adecuado cuidado pastoral, para que conserven la fe y las tradiciones religiosas del pueblo polaco.
Queridos hermanos, os agradezco vuestra visita. Llevad mi saludo cordial a vuestras Iglesias particulares y a todos vuestros compatriotas. Que la Virgen María, Reina de Polonia, interceda por la Iglesia en vuestro país: proteja con su manto a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a todos los fieles, y obtenga a cada uno y a cada comunidad la plenitud de las gracias del Señor. Invoquémosla juntos: Sub tuum praesidium confugimus, Sancta Dei Genitrix, nostras deprecationes ne despicias in necessitatibus, sed a periculis cunctis libera nos semper, Virgo gloriosa et benedicta.
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