VISITA PASTORAL A LAS DIÓCESIS DE CAMPOBASSO-BOIANO
E ISERNIA-VENAFRO
ENCUENTRO CON LOS JÓVENES DE LAS DIÓCESIS DE LOS ABRUZOS Y MOLISE
DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Explanada del Santuario de Castelpetroso
Sábado 5 de julio de 2014
Queridos jóvenes, ¡buenas tardes!
Os agradezco vuestra numerosa y alegre presencia. Doy las gracias a monseñor Pietro Santoro por su servicio a la pastoral juvenil; y gracias a ti, Sara, que has sido portavoz de las esperanzas y las preocupaciones de los jóvenes de Abruzzo y Molise.
El entusiasmo y el clima de fiesta que sabéis crear son contagiosos. El entusiasmo es contagioso. Pero, ¿sabéis de dónde viene esta palabra, entusiasmo? Viene del griego y quiere decir «tener dentro algo de Dios» o «estar dentro de Dios». El entusiasmo, cuando es sano, demuestra esto: que uno tiene dentro algo de Dios y lo expresa alegremente. Estáis abiertos —con este entusiasmo— a la esperanza y deseosos de plenitud, deseosos de dar significado a vuestro futuro, a toda vuestra vida, de entrever el camino apto para cada uno de vosotros y elegir la senda que os lleve a la serenidad y a la realización humana. Camino apto, elegir la senda…, ¿qué significa esto? No quedarse inerte —un joven no puede quedarse inerte— y caminar. Esto indica ir hacia algo; porque uno puede moverse y no ser uno que camina, sino un «errante», que da vueltas, vueltas, da vueltas por la vida… Pero la vida no es para «dar vueltas», es para «caminarla», y este es vuestro desafío.
Por un lado, estáis en busca de lo que cuenta verdaderamente, lo que permanece estable en el tiempo y es definitivo, estáis en busca de respuestas que iluminen vuestra mente e inflamen vuestro corazón no sólo durante el espacio de una mañana o de un breve tramo del camino, sino para siempre. La luz en el corazón para siempre, la luz en la mente para siempre, el corazón inflamado para siempre, definitivo. Por otro lado, experimentáis el gran temor de equivocaros —es verdad, el que camina puede equivocarse—, experimentáis el miedo de implicaros demasiado en las cosas —lo habéis escuchado muchas veces—, la tentación de dejar siempre abierta una pequeña vía de escape que, en caso de necesidad, pueda abrir siempre nuevos escenarios y posibilidades. Voy en esta dirección, elijo esta dirección, pero dejo abierta esta puerta: si no me gusta, vuelvo y me marcho. Esta provisionalidad no hace bien; no hace bien porque te oscurece la mente y te enfría el corazón.
La sociedad contemporánea y sus modelos culturales prevalentes —por ejemplo, la «cultura de lo provisional»— no ofrecen un clima favorable a la formación de elecciones de vida estables con vínculos sólidos, construidos sobre una roca de amor, de responsabilidad, más bien que sobre la arena de la emoción del momento. La aspiración a la autonomía individual llega hasta tal punto que siempre cuestiona todo y rompe con relativa facilidad elecciones importantes y largamente ponderadas, itinerarios de vida libremente emprendidos con empeño y entrega. Esto alimenta la superficialidad en la asunción de responsabilidades, puesto que en lo profundo del alma corren el riesgo de ser consideradas como algo de lo que uno se puede liberar de cualquier modo. Hoy elijo esto, mañana elijo lo otro…, como sopla el viento, así me muevo; o, cuando se termina mi entusiasmo, mi deseo, emprendo otro camino… Y así es este «dar vueltas» en la vida, propio del laberinto. Pero el camino no es el laberinto. Cuando os encontráis dando vueltas en un laberinto, que sigo por aquí, por aquí, por aquí…, ¡deteneos! Buscad el hilo para salir del laberinto; buscad el hilo: no se puede quemar la vida dando vueltas.
Sin embargo, queridos jóvenes, el corazón del ser humano aspira a cosas grandes, a valores importantes, a amistades profundas, a vínculos que se fortalecen con las pruebas de la vida en lugar de romperse. El ser humano aspira a amar y a ser amado. Esta es nuestra aspiración más profunda: amar y ser amado; y esto, definitivamente. La cultura de lo provisional no exalta nuestra libertad, sino que nos priva de nuestro verdadero destino, de las metas más verdaderas y auténticas. Es una vida a pedazos. Es triste llegar a cierta edad, mirar el camino que hemos recorrido y darnos cuenta de que lo hemos recorrido por tramos diferentes, sin unidad, sin opción definitiva: todo provisional… No os dejéis robar el deseo de construir en vuestra vida cosas grandes y sólidas. Esto es lo que os lleva adelante. No os contentéis con metas pequeñas. Aspirad a la felicidad, tened valentía, la valentía de salir de vosotros mismos, y de jugaros plenamente vuestro futuro junto con Jesús.
Solos no podemos lograrlo. Frente a la presión de los acontecimientos y las modas, solos jamás lograremos encontrar el camino justo, y aunque lo encontráramos, no tendríamos suficiente fuerza para perseverar, para afrontar las subidas y los obstáculos imprevistos. Y aquí está la invitación del Señor Jesús: «Si quieres… sígueme». Nos invita para acompañarnos en el camino, no para explotarnos, no para convertirnos en esclavos, sino para hacernos libres. En esta libertad, nos invita para acompañarnos en el camino. Es así. Sólo junto a Jesús, invocándolo y siguiéndolo, tenemos una visión clara y fuerza para llevarla adelante. Él nos ama definitivamente, nos ha elegido definitivamente, se ha entregado definitivamente a cada uno de nosotros. Es nuestro defensor y hermano mayor, y será nuestro único juez. ¡Cuán bello es afrontar las vicisitudes de la existencia en compañía de Jesús, tener con nosotros su Persona y su mensaje! Él no quita autonomía o libertad; al contrario, fortaleciendo nuestra fragilidad, nos permite ser verdaderamente libres, libres para hacer el bien, fuertes para seguir haciéndolo, capaces de perdonar y capaces de pedir perdón. Este es Jesús, que nos acompaña, así es el Señor.
Una expresión que me gusta repetir, porque la olvidamos a menudo: Dios no se cansa de perdonar. Esto es verdad. Es tan grande su amor, que siempre está cerca de nosotros. Somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón, pero Él perdona siempre, todas las veces que se lo pedimos.
Él Perdona definitivamente, borra y olvida nuestro pecado, si nos dirigimos a Él con humildad y confianza. Nos ayuda a no desanimarnos ante las dificultades, a no considerarlas insuperables; y entonces, confiando en Él, echaréis nuevamente las redes para una pesca sorprendente y abundante, tendréis valentía y esperanza incluso para afrontar las dificultades derivadas de los efectos de la crisis económica. La valentía y la esperanza son dotes de todos, pero en particular son propias de los jóvenes: valentía y esperanza. Ciertamente, el futuro está en las manos de Dios, las manos de un Padre providente. Esto no significa negar las dificultades y los problemas, sino verlos, eso sí, como pasajeros y superables. Las dificultades, las crisis, con la ayuda de Dios y la buena voluntad de todos, se pueden superar, vencer, transformar.
No quiero terminar sin decir una palabra sobre un problema que os afecta, un problema que vivís en la actualidad: el desempleo. Es triste encontrar a jóvenes «ni-ni». ¿Qué significa este «ni-ni»? Ni estudian, porque no pueden, no tienen la posibilidad, ni trabajan. Y este es el desafío que comunitariamente todos nosotros debemos vencer. Debemos ir adelante para vencer este desafío. No podemos resignarnos a perder toda una generación de jóvenes que no tienen la fuerte dignidad del trabajo. El trabajo nos da dignidad, y todos debemos hacer lo posible para que no se pierda una generación de jóvenes. Desarrollar nuestra creatividad para que los jóvenes sientan la alegría de la dignidad que proviene del trabajo. Una generación sin trabajo es una derrota futura para la patria y para la humanidad. Debemos luchar contra esto. Y ayudarnos unos a otros para encontrar un medio de solución, de ayuda, de solidaridad. Los jóvenes son valientes, lo he dicho, los jóvenes tienen esperanza y —tercero— los jóvenes tienen la capacidad de ser solidarios. Y esta palabra solidaridad es una palabra que al mundo de hoy no le gusta oír. Algunos piensan que es una mala palabra. No, no es una mala palabra, es una palabra cristiana: ir adelante con el hermano para ayudarle a superar los problemas. Valientes, con esperanza y con solidaridad.
Estamos reunidos ante el santuario de la Virgen de los Dolores, erigido en el lugar donde dos muchachas de esta tierra, Fabiana y Serafina, tuvieron en 1888 una visión de la Madre de Dios mientras trabajaban en el campo. María es madre, nos socorre siempre: cuando trabajamos y cuando estamos en busca de trabajo, cuando tenemos las ideas claras y cuando estamos confundidos, cuando la oración brota espontáneamente y cuando el corazón es árido: ella siempre está allí para ayudarnos. María es Madre de Dios, madre nuestra y madre de la Iglesia. Muchos hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, se han dirigido a ella para decirle gracias y para suplicarle una gracia. María nos lleva a Jesús, y Jesús nos da la paz. Recurramos a ella confiados en su ayuda, con valentía y esperanza. Que el Señor bendiga a cada uno de vosotros en vuestra senda, en vuestro camino de valentía, de esperanza y de solidaridad. ¡Gracias!
Ahora todos juntos recemos a la Virgen: Dios te salve María… (Bendición)
Por favor, os pido que recéis por mí: por favor, hacedlo. Y no os olvidéis: «caminar la vida», jamás «dar vueltas en la vida». ¡Gracias!
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