VISITA PASTORAL A LAS DIÓCESIS DE CAMPOBASSO-BOIANO
E ISERNIA-VENAFRO
ENCUENTRO CON LA POBLACIÓN
Y CONVOCACIÓN DEL AÑO JUBILAR CELESTINIANO
DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Plaza de la Catedral (Isernia)
Sábado 5 de julio de 2014
Queridos hermanos y hermanas:
Gracias por vuestra calurosa acogida. Agradezco a monseñor Camillo Cibotti, el nuevo obispo de Isernia, y a su predecesor, monseñor Salvatore Visco, al alcalde, a las distinguidas autoridades y a todos los que han colaborado en la realización de esta visita. Este es el último encuentro de hoy, y tiene lugar en un lugar simbólico: la plaza de la catedral. La plaza es el sitio donde nos encontramos como ciudadanos, y la catedral es el lugar donde nos encontramos con Dios, escuchamos su Palabra, para vivir como hermanos, ciudadanos y hermanos. En el cristianismo no existe contraposición entre sacro y profano, en este sentido: ciudadanos y hermanos.
Hay una idea fuerte que me ha conmovido, pensando en la herencia de san Celestino V. Él, como san Francisco de Asís, tuvo un fortísimo sentido de la misericordia de Dios, y del hecho que la misericordia de Dios renueva el mundo.
Pedro del Morrone, como Francisco de Asís, conocían bien la sociedad de su tiempo, con sus grandes pobrezas. Fueron muy cercanos a la gente, al pueblo. Tenían la misma compasión de Jesús hacia tantas personas cansadas y oprimidas; pero no se limitaban a dar buenos consejos, o piadosas consolaciones. Ellos, los primeros, hicieron una opción de vida a contracorriente, eligieron confiar en la Providencia del Padre, no sólo como ascesis personal, sino como testimonio profético de una paternidad y de una fraternidad, que son el mensaje del Evangelio de Jesucristo.
Y siempre me conmueve que con su fuerte compasión por la gente, estos santos sintieron la necesidad de dar al pueblo lo más grande, la riqueza más grande: la misericordia del Padre, el perdón. «Perdona nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden». En estas palabras del Padrenuestro está todo un proyecto de vida basado en la misericordia. La misericordia, la indulgencia, la condonación de la deuda, no es sólo algo devocional, privado, un paliativo espiritual, una especie de óleo que ayuda a ser más suaves, más buenos, no. Es la profecía de un mundo nuevo: misericordia es profecía de un mundo nuevo, en el que los bienes de la tierra y del trabajo se distribuyen equitativamente y nadie se ve privado de lo necesario, porque la solidaridad y el acto de compartir son la consecuencia concreta de la fraternidad. Estos dos santos dieron el ejemplo. Ellos sabían que, como clérigos —uno era diácono, el otro obispo, obispo de Roma—, como clérigos, los dos tenían que dar ejemplo de pobreza, de misericordia y de despojamiento total de sí mismos.
He aquí, entonces, el sentido de una nueva ciudadanía, que percibimos con fuerza en este lugar, en esta plaza ante la catedral, desde donde nos habla la memoria de san Pedro del Morrone, Celestino V. He aquí el sentido actualísimo del Año jubilar, de este Año jubilar celestiniano, que desde este momento declaro inaugurado, y durante el cual se abrirá de par en par para todos la puerta de la divina misericordia. No es una fuga, no es una evasión de la realidad y de sus problemas, es la respuesta que viene del Evangelio: el amor como fuerza de purificación de las conciencias, fuerza de renovación de las relaciones sociales, fuerza de proyección para una economía distinta, que pone en el centro a la persona, el trabajo, la familia, en lugar del dinero y el beneficio.
Todo somos conscientes de que este camino no es el del mundo; no somos soñadores, ilusos, ni queremos crear oasis fuera del mundo. Creemos más bien que este camino es la senda buena para todos, es la senda que verdaderamente nos acerca a la justicia y a la paz. Pero sabemos también que somos pecadores, que nosotros somos los primeros en ser tentados de no seguir este camino y conformarnos a la mentalidad del mundo, a la mentalidad del poder, a la mentalidad de las riquezas. Por ello nos encomendamos a la misericordia de Dios, y nos comprometemos, con su gracia, a realizar frutos de conversión y obras de misericordia. Estas dos cosas: convertirse y realizar obras de misericordia. Este es el motivo conductor de este año, de este Año jubilar celestiniano. Que nos acompañe y nos sostenga siempre en este camino la Virgen María, Madre de misericordia.
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