DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE SRI LANKA
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"
Sábado 3 de mayo de 2014
Queridos hermanos obispos:
Es para mí una gran alegría acogeros aquí, con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum, que sirve para renovar vuestra comunión con el Sucesor de Pedro y ofrece una oportunidad para reflexionar sobre la vida de la Iglesia en Sri Lanka. Agradezco al cardenal Ranjith sus cordiales palabras de saludo de vuestra parte y de todos los fieles de vuestras Iglesias locales. Os pido que les transmitáis mi saludo y mi amor, y les expreséis mi solidaridad y mi atención. Recuerdo con afecto mi reciente encuentro con algunos miembros de la comunidad de Sri Lanka en la basílica de San Pedro, durante su peregrinación a Roma para celebrar el septuagésimo quinto aniversario de la consagración de vuestro país a la bienaventurada Madre. Queridos hermanos: espero que estos días de reflexión y oración os confirmen en la fe y en el conocimiento de los numerosos dones que vosotros, los sacerdotes, los hombres y las mujeres consagrados y los fieles laicos habéis recibido en Cristo.
Ahora deseo compartir con vosotros algunas reflexiones sobre este tesoro, que está en el centro de nuestra vida en la Iglesia y de nuestra misión en la sociedad, cuya belleza y riqueza hemos visto tan claramente en el Año de la fe. Nuestra fe y los dones que hemos recibido no pueden dejarse a un lado, sino que están destinados a ser compartidos libremente y manifestarse en nuestra vida diaria. De hecho, nuestra vocación es «ser el fermento de Dios en medio de la humanidad, (…) anunciar y llevar la salvación de Dios en este mundo nuestro que a menudo se pierde, necesitado de tener respuestas que alienten, que den esperanza, que den nuevo vigor en el camino» (Evangelii gaudium, 114). Sri Lanka tiene especial necesidad de este fermento. Después de tantos años de combates y derramamiento de sangre, finalmente la guerra en vuestro país ha terminado. De hecho, ha surgido una nueva aurora de esperanza, puesto que ahora la gente piensa en reconstruir su vida y sus comunidades. En respuesta a esto, a través de vuestra reciente Carta pastoral Towards Reconciliation and Rebuilding of our Nation (Hacia la reconciliación y la reconstrucción de nuestra nación) habéis tratado de salir al encuentro de todos los ciudadanos de Sri Lanka con un mensaje profético inspirado en el Evangelio, que quiere acompañarlos en sus pruebas. Aunque la guerra haya terminado, observáis con razón que hay mucho por hacer para promover la reconciliación, respetar los derechos humanos de todas las personas y superar las tensiones étnicas que perduran. Deseo unirme a vosotros al ofrecer una particular palabra de consuelo a todos los que han perdido a sus seres queridos durante la guerra y tienen incertidumbre por su futuro. Quiera Dios que vuestras comunidades enraizadas en la fe, recordando la exhortación de san Pablo a ayudarse mutuamente a llevar las cargas (cf. Ga 6, 2), permanezcan cerca de cuantos todavía lloran y sufren las consecuencias duraderas de la guerra.
Como habéis observado, los católicos en Sri Lanka desean contribuir, junto con los diversos miembros de la sociedad, a la obra de reconciliación y reconstrucción. Una de esas contribuciones es la promoción de la unidad. De hecho, mientras el país trata de reunirse y sanar, la Iglesia se encuentra en una posición única para ofrecer una imagen viva de unidad en la fe, puesto que tiene la bendición de contar en sus filas tanto cingaleses como tamiles. En las parroquias y en las escuelas, cingaleses y tamiles tienen la oportunidad de vivir juntos, estudiar, trabajar y rendir culto. A través de esas mismas entidades, especialmente las parroquias y las misiones, vosotros conocéis también íntimamente las preocupaciones y los miedos de las personas, en particular el modo en que pueden ser marginadas y desconfiar unas de otras. Los fieles, conscientes de las cuestiones que han suscitado tensiones entre cingaleses y tamiles, pueden favorecer un clima de diálogo que busque construir una sociedad más justa y equitativa.
Otra contribución importante de la Iglesia al nuevo desarrollo es su trabajo caritativo, que muestra el rostro misericordioso de Cristo. Hay que elogiar a Caritas Sri Lanka por su compromiso después del tsunami de 2004 y sus esfuerzos en favor de la reconciliación y la reconstrucción postbélica, especialmente en las regiones más afectadas. La Iglesia en Sri Lanka presta también un generoso servicio en los ámbitos de la educación, la asistencia sanitaria y la ayuda a los pobres. Mientras el país goza de un creciente desarrollo económico, este testimonio profético de servicio y de compasión es más importante aún: muestra que no hay que olvidarse de los pobres ni permitir que aumente la desigualdad. Al contrario, vuestro ministerio y vuestro compromiso deben favorecer la inclusión de todos en la sociedad, ya que «hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos será imposible erradicar la violencia» (Evangelii gaudium, 59).
Sri Lanka no sólo es un país de rica diversidad étnica, sino también de múltiples tradiciones religiosas; esto evidencia la importancia del diálogo interreligioso y ecuménico para promover el conocimiento y el enriquecimiento recíprocos. A este respecto, vuestros esfuerzos son dignos de alabanza y están dando fruto. Permiten a la Iglesia colaborar más fácilmente con los demás para garantizar una paz duradera y le aseguran la libertad en la prosecución de sus propios fines, especialmente educando a los jóvenes en la fe y testimoniando libremente la vida cristiana. Pero Sri Lanka también ha asistido al crecimiento de los extremismos religiosos que, promoviendo un falso sentido de unidad nacional basada en una única identidad religiosa, han creado tensiones a través de varios actos de intimidación y violencia. Aunque estas tensiones puedan amenazar las relaciones interreligiosas y ecuménicas, la Iglesia en Sri Lanka debe seguir buscando firmemente colaboradores en la paz e interlocutores en el diálogo. Los actos intimidatorios también afectan a la comunidad católica y, por tanto, es más necesario aún confirmar a la gente en la fe. Las iniciativas de la Iglesia para desarrollar pequeñas comunidades centradas en la Palabra de Dios y promover la piedad popular son modos ejemplares de asegurar a los fieles la cercanía de Cristo y de su Iglesia.
En la importante tarea de transmitir la fe y promover la reconciliación y el diálogo os ayudan, en primer lugar, vuestros sacerdotes. Me uno a vosotros en dar gracias a Dios por las numerosas vocaciones sacerdotales que ha suscitado entre los fieles de Sri Lanka. De hecho, los numerosos sacerdotes locales que sirven al pueblo de Dios son una gran bendición y fruto directo de las semillas misioneras plantadas hace mucho tiempo. Para que vuestros sacerdotes puedan prestar un servicio digno y ser pastores auténticos, os exhorto a dedicar atención a su formación humana, intelectual, espiritual y pastoral, no sólo durante los años de formación en el seminario sino también durante toda su vida de generoso servicio. Sed para ellos verdaderos padres, atentos a sus necesidades y presentes en su vida, reconociendo que a menudo trabajan en situaciones difíciles y con recursos limitados. Junto con vosotros, les agradezco su fidelidad y su testimonio, y los invito a una santidad cada vez mayor a través de la oración y la conversión diaria.
También me uno a vosotros para dar gracias a Dios omnipotente por el ministerio y el testimonio de los hombres y las mujeres consagrados y de todos los laicos que sostienen y sirven a los apostolados de la Iglesia y viven fielmente su vida cristiana. Junto con el clero, y en comunión con vosotros como pastores de las Iglesias locales, muestran la fuerza santificadora del Espíritu Santo, que transforma a la Iglesia y hace que todos seamos fermento para el mundo. Su vocación es fundamental para la difusión del Evangelio y es cada vez más importante, especialmente en las vastas comunidades rurales y en el campo de la educación, donde a menudo faltan catequistas preparados. Dado que el ministerio del obispo jamás se realiza de manera aislada, sino en sintonía con todos los bautizados, os animo a seguir ayudando a los fieles a reconocer sus dones y a ponerlos al servicio de la Iglesia.
En fin, aprecio vuestros esfuerzos por servir a la familia, la «célula básica de la sociedad, (…) donde se aprende a convivir en la diferencia y a pertenecer a otros, y donde los padres transmiten la fe a sus hijos» (Evangelii gaudium, 66). La próxima Asamblea ordinaria del Sínodo de los obispos hablará de la familia y buscará modos siempre nuevos y creativos mediante los cuales la Iglesia pueda sostener a esas iglesias domésticas. En Sri Lanka la guerra ha dejado a muchas familias dispersas y de luto por la muerte de personas queridas. Muchos han perdido su empleo, por lo cual las familias se han separado, ya que los esposos dejan su hogar en busca de trabajo. También existe el gran desafío y la creciente realidad de los matrimonios mixtos, que requieren mayor atención a la preparación y a la asistencia de las parejas al ofrecer una formación religiosa a sus hijos. Cuando nos mostramos atentos a nuestras familias y a sus necesidades, cuando comprendemos sus dificultades y sus esperanzas, fortalecemos el testimonio de la Iglesia y su anuncio del Evangelio. De manera especial, sosteniendo el amor y la fidelidad conyugal, ayudamos a los fieles a vivir su vocación libremente y con alegría, y abrimos a las nuevas generaciones a la vida de Cristo y de su Iglesia. Vuestro compromiso en apoyo de las familias no ayuda sólo a la Iglesia, sino también a la sociedad de Sri Lanka en su conjunto, en particular, en sus esfuerzos de reconciliación y de unidad. Os exhorto, pues, a estar siempre vigilantes y a trabajar con las autoridades gubernativas y los demás líderes religiosos para asegurar que la dignidad y el primado de la familia se sostengan.
Con estos sentimientos, queridos hermanos, os encomiendo a la intercesión de Nuestra Señora de Lanka, y os imparto de buen grado mi bendición apostólica a vosotros y a todos los amados sacerdotes, a los hombres y las mujeres consagrados y al pueblo laico de Sri Lanka.
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