DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LA GUARDIA SUIZA PONTIFICIA
Sala Clementina
Lunes 5 de mayo de 2014
Señor comandante,
queridos Guardias,
queridos familiares y amigos de la Guardia Suiza pontificia:
Con alegría os recibo en este día importante para vosotros, ¡un día de fiesta! Os saludo a todos con afecto y gratitud. El 6 de mayo es una fecha que permanecerá grabada en vuestra mente y os permitirá, a lo largo de vuestra vida, revivir con alegría un momento significativo de vuestra permanencia en el Cuerpo de la Guardia Suiza. Es un día especial, porque conmemoramos el Saqueo de Roma y el acto heroico de vuestros predecesores que, en 1527, entregaron la propia vida para defender a la Iglesia y al Papa. Vuestra entrega es la confirmación de que su valentía y su fidelidad han dado fruto, como dice el Evangelio: la semilla arrojada a la tierra y muerta ha dado fruto (cf. Jn 12, 24).
El contexto social y eclesial ha cambiado mucho desde entonces: la sociedad es distinta respecto a aquellos tiempos. Pero el corazón del hombre, su capacidad de ser fiel y valeroso —acriter et fideliter, dice vuestro lema— sigue siendo el mismo. Vuestro servicio es, por lo tanto, un auténtico testimonio, porque expresa concretamente el deseo de entregarse a una tarea importante y de gran responsabilidad. A esta opción habéis llegado con la ayuda de vuestras familias y de las comunidades que os han educado. También a ellas dirijo mi sincero agradecimiento.
Prestar servicio en la Guardia Suiza pontificia significa vivir una experiencia que contempla el encuentro del tiempo y del espacio de modo particular: Roma cuenta con la riqueza de innumerables monumentos y lugares históricos y artísticos que manifiestan la grandeza de su cultura y su historia. Sin embargo, esta ciudad no es sólo un gran museo, sino una encrucijada de turistas y peregrinos que provienen de todo el mundo: personas de diversas lenguas, tradiciones, religiones y culturas llegan aquí con motivaciones diferentes. En este movimiento de historia y de historias personales está también cada uno de vosotros. Con vuestro peculiar servicio, estáis llamados a dar un sereno y gozoso testimonio cristiano a cuantos llegan al Vaticano para visitar la basílica de San Pedro y para encontrar al Papa. Vivid intensamente vuestras jornadas. Manteneos firmes en vuestra fe y generosos en la caridad hacia las personas que encontráis.
El uniforme que lleváis, este año cumple cien años. Sus colores y su estilo son conocidos en todo el mundo: recuerdan entrega, seriedad, seguridad. Identifican un servicio singular y un pasado glorioso. Sin embargo, detrás de cada uniforme hay una persona concreta: con una familia y una tierra de proveniencia, con una personalidad y una sensibilidad, con deseos y proyectos de vida. Vuestra divisa es un sugestivo rasgo característico de la Guardia Suiza y atrae la atención de la gente. Pero recordad que no es el uniforme sino el que lo lleva puesto quien debe impresionar a los demás por su amabilidad, por el espíritu de acogida, por la actitud de caridad hacia todos. Tened presente esto también en las relaciones entre vosotros, dando importancia, incluso en vuestra vida comunitaria, al compartir los momentos alegres y aquellos más difíciles, sin ignorar a quien entre vosotros se encuentra en dificultad y a veces tiene necesidad de una sonrisa y de un gesto de aliento y de amistad; evitando una distancia negativa que divide a los compañeros y que, en la vida de todas las personas del mundo, puede generar desprecio, marginación o racismo.
Queridos guardias suizos, cada día experimento de cerca vuestra entrega y vuestra diligencia: por ello os estoy muy agradecido. Sed fieles a lo que habéis cultivado en el corazón y tened la certeza de que el Señor está siempre a vuestro lado y sostiene vuestro camino, especialmente cuando se siente el cansancio y la incertidumbre al caminar. Él no abandona jamás. También yo deseo expresaros mi cercanía y, mientras os encomiendo a vosotros y a vuestras familias a la maternal protección de la Bienaventurada Virgen María y a la intercesión de vuestros santos patronos Nicolás, Sebastián y Martín, os bendigo de corazón.
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