DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LAS PARTICIPANTES EN EL CAPÍTULO GENERAL
DE LAS HIJAS DE MARÍA AUXILIADORA
Sala Clementina
Sábado 8 de noviembre de 2014
Queridas hermanas:
La madre Yvonne ha agradecido la audiencia, pero no habría sido posible sin su insistencia. No sé si esta superiora sabe gobernar, no sé, es un asunto vuestro, pero sé que sabe llamar a la puerta, es fuerte, sí. Os lo aseguro. Le agradezco, madre, lo que ha dicho. También yo me permito ser insistente, pensando en la Patagonia… No digo nada más.
En estos días habéis centrado vuestra atención en el tema «Ser hoy con los jóvenes casa que evangeliza», que se sitúa muy bien en el actual contexto social y eclesial, marcado por muchas formas de miseria espiritual y material. En efecto, hoy se sufre por indigencia, pero también por carencia de amor y de relaciones. En dicho contexto podéis captar, sobre todo, la fragilidad de los jóvenes a los que os dedicáis con amorosa solicitud, según el estilo de don Bosco y el ejemplo de la madre Mazzarello. A todos estáis llamadas a ofrecer el mensaje del Evangelio, que se resume en el amor del Padre misericordioso a toda persona.
De vuestros trabajos están aflorando orientaciones fundamentales para la vida de cada religiosa y de cada comunidad.
Ante todo, el compromiso de dejaros guiar por la perspectiva de «salir», de ponerse en camino hacia las numerosas fronteras geográficas y existenciales, con una atención preferencial a los pobres y a las diversas formas de exclusión. ¡Hay tantas!
Después, la certeza de la necesidad de realizar oportunos itinerarios de cambio y de conversión pastoral, transformando así vuestras casas en ambientes de evangelización en los que los jóvenes, sobre todo, estén implicados en vuestra misma misión. Se trata de establecer un clima de corresponsabilidad que favorezca el camino de fe de cada uno y la adhesión personal a Jesús, para que Él siga fascinando a todos. De este modo, se forma a los jóvenes para que se conviertan ellos mismos en agentes evangelizadores de otros jóvenes.
No puedo dejar de alentaros a ir adelante con entusiasmo en estas líneas de acción que el Espíritu Santo os está sugiriendo. Abrid el corazón para acoger las mociones interiores de la gracia de Dios; ampliad la mirada, ampliad la mirada para reconocer las necesidades más auténticas y las urgencias de una sociedad y de una generación que están cambiando. Sed por doquier testimonio profético y presencia educativa mediante una acogida incondicional de los jóvenes, afrontando el desafío de la interculturalidad e identificando itinerarios para hacer eficaces vuestras actividades apostólicas en un contexto —juvenil— impregnado por el mundo virtual y las nuevas tecnologías, especialmente las digitales.
Para hacer todo esto es indispensable poner siempre a Cristo en el centro de la propia existencia; es indispensable dejarse plasmar por la Palabra de Dios, que ilumina, orienta y sostiene; es indispensable alimentar el espíritu misionero con la oración perseverante, con la adoración, con el «perder el tiempo» ante el sagrario.
A la vez, estáis llamadas a testimoniar un ideal de comunión fraterna entre vosotras, con sentimientos de acogida recíproca, aceptando los límites y valorando las cualidades y los dones de cada una, según la enseñanza de Jesús: «En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros» (Jn 13, 35). Quiero repetir un consejo que en estos días he dado a otro grupo de religiosos: la unidad. Jamás, que jamás entre vosotras haya envidia, celosos, no permitáis estas cosas. Y unidad en casa. Pero el más peligroso es el terrorismo en la vida religiosa: ha entrado el terrorismo de las habladurías. Si tienes algo contra una hermana, ve a decírselo en la cara. Pero jamás este terrorismo, porque la habladuría es una bomba que arrojas contra la comunidad y la destruye. Unidad, sin el terrorismo de las habladurías.
Y esta unidad requiere —lo sabéis bien— un serio camino de formación, que comprenda también la actualización en las ciencias humanas que pueden ayudaros en vuestra misión. En efecto, se os pide que escuchéis con disponibilidad y compresión a cuantos recurren a vosotras para un apoyo moral y humano, que interpretéis las situaciones en las que actuáis, a fin de que podáis inculturar el mensaje evangélico. Con este propósito, la misión ad gentes os ofrece un campo vastísimo para entregaros vosotras mismas con amor.
Durante los trabajos capitulares no habéis dejado de reflexionar sobre vuestra actividad apostólica diaria, que os pone en contacto con las alegrías, las expectativas y los sufrimientos de la gente. Estando con los niños en los patios, con los alumnos en las aulas, con los jóvenes en las ciudades reales o en los «barrios virtuales», con las mujeres jóvenes en los mercados, os acercáis a realidades y problemas siempre nuevos que os interpelan. Sed misioneras de esperanza y alegría para todos, testimoniando los valores propios de vuestra identidad salesiana, especialmente la categoría del encuentro, aspecto fundamental de vuestro carisma: es una fuente siempre fresca y vital de la que podéis sacar el amor que revitaliza la pasión por Dios y por los jóvenes. Que las dificultades inevitables, que se encuentran en el camino, no disminuyan el entusiasmo de vuestra acción apostólica. Por el contrario, que el ejemplo de san Juan Bosco y de santa Dominga Mazzarello os impulse a contribuir con mayor entusiasmo aún a la nueva evangelización, mediante vuestras actividades en el ámbito de la educación y de la escuela, de la catequesis y de la formación de los jóvenes en el apostolado.
Queridas hermanas, sabéis bien cuánto estima la Iglesia la vida consagrada. En efecto, está en el corazón mismo de la comunidad y es un elemento decisivo de su misión, a la que ofrece una contribución específica mediante el testimonio de una vida entregada totalmente a Dios y a los hermanos. Que este sea el compromiso de cada una de vosotras y de toda vuestra congregación con la ayuda maternal de María santísima, a quien veneráis con el título de Auxiliadora. Con este deseo os imparto de corazón a vosotras, y a todas vuestras hermanas, la bendición apostólica. Y os pido que recéis por mí y que no olvidéis la Patagonia. Gracias.
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