DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO CONMEMORATIVO
DE LA ASOCIACIÓN DE MÉDICOS CATÓLICOS ITALIANOS
CON MOTIVO DEL 70 ANIVERSARIO DE SU FUNDACIÓN
Aula Pablo VI
Sábado 15 de noviembre de 2014
¡Buenos días!
Os agradezco la presencia y también el deseo: ¡que el Señor me conceda vida y salud! Pero esto depende también de los médicos, que ayuden al Señor. En especial quiero saludar al consiliario eclesiástico, monseñor Edoardo Menichelli, al cardenal Tettamanzi, que ha sido vuestro primer consiliario, y también un recuerdo al cardenal Fiorenzo Angelini, que durante decenios siguió la vida de la Asociación y que está muy enfermo y ha sido ingresado en estos días, ¿no? Agradezco igualmente al presidente, también por ese buen deseo, gracias.
No cabe duda de que, en nuestros días, con motivo de los progresos científicos y técnicos, han aumentado notablemente las posibilidades de curación física; y, sin embargo, en algunos aspectos parece disminuir la capacidad de «hacerse cargo» de la persona, sobre todo cuando sufre, es frágil e indefensa. En efecto, las conquistas de la ciencia y de la medicina pueden contribuir a mejorar la vida humana en la medida en que no se alejen de la raíz ética de tales disciplinas. Por esta razón, vosotros, médicos católicos os comprometéis a vivir vuestra profesión como una misión humana y espiritual, como un auténtico apostolado laical.
La atención a la vida humana, especialmente la que cuenta con mayores dificultades, es decir, la del enfermo, el anciano, el niño, implica profundamente la misión de la Iglesia. Ella se siente llamada también a participar en el debate que tiene por objeto la vida humana, presentando la propia propuesta fundada en el Evangelio. Desde muchos aspectos, la calidad de la vida está vinculada preferentemente a las posibilidades económicas, al «bienestar», a la belleza y al deleite de la vida física, olvidando otras dimensiones más profundas —relacionales, espirituales y religiosas— de la existencia. En realidad, a la luz de la fe y de la recta razón, la vida humana es siempre sagrada y siempre «de calidad». No existe una vida humana más sagrada que otra: toda vida humana es sagrada. Como tampoco existe una vida humana cualitativamente más significativa que otra, sólo en virtud de mayores medios, derechos y oportunidades económicas y sociales.
Esto es lo que vosotros, médicos católicos, tratáis de afirmar, ante todo con vuestro estilo profesional. Vuestro trabajo quiere testimoniar con la palabra y con el ejemplo que la vida humana es siempre sagrada, válida e inviolable, y como tal se debe amar, defender y atender. Esta profesionalidad vuestra, enriquecida con el espíritu de fe, es un motivo más para colaborar con quienes —incluso a partir de diferentes perspectivas religiosas y de pensamiento— reconocen la dignidad de la persona humana como criterio de su actividad. En efecto, si el juramento de Hipócrates os compromete a ser siempre servidores de la vida, el Evangelio os impulsa más allá: a amarla siempre y de todas las formas, sobre todo cuando necesita especiales atenciones y cuidados. Así han hecho los componentes de vuestra Asociación a lo largo de los setenta años de benemérita actividad. Os exhorto a continuar con humildad y confianza por este camino, esforzándoos por perseguir vuestras finalidades estatutarias que recogen la enseñanza del Magisterio de la Iglesia en el ámbito médico-moral.
El pensamiento dominante propone a veces una «falsa compasión»: la que considera una ayuda para la mujer favorecer el aborto, un acto de dignidad facilitar la eutanasia, una conquista científica «producir» un hijo considerado como un derecho en lugar de acogerlo como don; o usar vidas humanas como conejillos de laboratorio para salvar posiblemente a otras. La compasión evangélica, en cambio, es la que acompaña en el momento de la necesidad, es decir, la del buen samaritano, que «ve», «tiene compasión», se acerca y ofrece ayuda concreta (cf. Lc 10, 33). Vuestra misión de médicos os pone a diario en contacto con muchas formas de sufrimiento: os aliento a haceros cargo de ello como «buenos samaritanos», teniendo especial atención hacia los ancianos, los enfermos y los discapacitados. La fidelidad al Evangelio de la vida y al respeto de la misma como don de Dios, a veces requiere opciones valientes y a contracorriente que, en circunstancias especiales, pueden llegar a la objeción de conciencia. Y a muchas consecuencias sociales que tal fidelidad comporta. Estamos viviendo en una época de experimentación con la vida. Pero un experimentar mal. Tener hijos en lugar de acogerlos como don, como he dicho. Jugar con la vida. Estad atentos, porque esto es un pecado contra el Creador: contra Dios Creador, que creó de este modo las cosas. Cuando muchas veces en mi vida de sacerdote escuché objeciones: «Pero, dime, ¿por qué la Iglesia se opone al aborto, por ejemplo? ¿Es un problema religioso?» —«No, no. No es un problema religioso». —«¿Es un problema filosófico?» —«No, no es un problema filosófico». Es un problema científico, porque allí hay una vida humana y no es lícito eliminar una vida humana para resolver un problema. «Pero no, el pensamiento moderno...» —«Pero, oye, en el pensamiento antiguo y en el pensamiento moderno, la palabra matar significa lo mismo». Lo mismo vale para la eutanasia: todos sabemos que con muchos ancianos, en esta cultura del descarte, se realiza esta eutanasia oculta. Pero, también está la otra. Y esto es decir a Dios: «No, el final de la vida lo decido yo, como yo quiero». Pecado contra Dios Creador. Pensad bien en esto.
Os deseo que los setenta años de vida de vuestra Asociación estimulen un ulterior camino de crecimiento y maduración. Que podáis colaborar de modo constructivo con todas las personas y las instituciones que comparten con vosotros el amor a la vida y se disponen a servirla en su dignidad, sacralidad e inviolabilidad. San Camilo de Lellis, al sugerir el método más eficaz en la atención del enfermo, decía sencillamente: «Poned más corazón en esas manos». Poned más corazón en esas manos. Es este también mi deseo. Que la Virgen santa, la Salus infirmorum, sostenga los propósitos con los que queréis continuar vuestra obra. Os pido, por favor, que recéis por mí, y de corazón os bendigo. Gracias.
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